San Marcelino y Pedro de Roma, Mártires
Junio 2
Junio 2
Muchísimas veces en la historia se ha confirmado el dicho: “El hombre propone y Dios dispone”, es decir, que a menudo Dios “dispone” lo contrario de lo que el hombre se ha “propuesto”. Fue lo que sucedió con los santos Marcelino y Pedro. San Dámaso, casi adivinando su misión de transmitir la memoria de innumerables mártires, como él mismo dice, escribió a un niño la narración del verdugo de los santos Marcelino y Pedro.
El “percussor” refirió que él había dispuesto la decapitación de los dos en
un bosque apartado para que no quedara de ellos ni el recuerdo: incluso los dos
tuvieron que limpiar el lugar que se iba a manchar con su sangre.
Los últimos tres versos, de los nueve que componen el poema 23 del Papa
Dámaso, informan que los “santísimos miembros” de los mártires permanecieron
ocultos durante algún tiempo en una “cándida gruta”, hasta cuando la piadosa
matrona Lucila llevada por la devoción, les dio digna sepultura. El martirio se
había llevado a cabo en donde hay se encuentra Torpignattara, a tres millas de
la antigua vía Labicana, la actual Casilina. Constantino edificó ahí una
basílica, cerca de donde reposaban los restos de su madre santa Helena, antes de
que el emperador los hiciera llevar a Constantinopla. Más tarde fue violada por
los Godos, y entonces el Papa Virgilio la hizo restaurar e introdujo los nombres
de los santos Marcelino y Pedro en el canon romano de la Misa, garantizando así
el recuerdo y la devoción por parte de Los fieles.
En Roma hay una basílica dedicada a los santos Marcelino y Pedro, edificada
en 1751 sobre una base que parece se remonta a la mitad del siglo IV y en donde
parece que se encontraba la casa de uno de los santos. Una Pasión del siglo VI
habla de la vida del presbítero Marcelino y del exorcista Pedro, aunque tiene
mucho de leyenda. Dicha Pasión cuenta que Pedro y Marcelino fueron encerrados en
una prisión bajo la vigilancia de un tal Artemio, cuya hija Paulina estaba
endemoniada. Pedro, exorcista, le aseguró a Artemio que, si él y su esposa
Cándida se convertían, Paulina quedaría inmediatamente curada. Después de
algunas perplejidades, la familia se convirtió y poco después dio testimonio de
su fe con el martirio: Artemio fue decapitado, y Cándida y Paulina fueron
ahogadas debajo de un montón de piedras.
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Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
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