San Medardo de Noyon, Obispo
Junio 8
Martirologio Romano: En Soissons, de nuevo en la Galia, san Medardo, obispo de Viromande, quien trasladó su sede de esa ciudad a la de Noyon, desde la cual trabajó para convertir al pueblo de la superstición pagana a la doctrina de Cristo. (456/70 - 560).
Hermano de San Gildardo o Godardo de Rouen, Obispo
Los datos históricos sobre su persona y obra están en la penumbra, hay penuria de historia fiable y, por el contrario, contamos con abundancia de fábula.
Martirologio Romano: En Soissons, de nuevo en la Galia, san Medardo, obispo de Viromande, quien trasladó su sede de esa ciudad a la de Noyon, desde la cual trabajó para convertir al pueblo de la superstición pagana a la doctrina de Cristo. (456/70 - 560).
Hermano de San Gildardo o Godardo de Rouen, Obispo
Los datos históricos sobre su persona y obra están en la penumbra, hay penuria de historia fiable y, por el contrario, contamos con abundancia de fábula.
Una antigua leyenda cuenta que siendo niño Medardo fue protegido de la
lluvia por un aguila gigante, hecho que es usado frecuentemente en su
iconografía. Por ello es que los franceses de la Edad Media recurrieran a él
para pedir lluvia y verse libres de pedrisco, y posteriormente toda Francia le
invocara contra el dolor de muelas por tomarle como protector contra este mal;
de hecho, se le representa con una amplia sonrisa que deja ver sus hermosos
dientes, y quedó para la cultura popular el dicho:
«ris qui est de saint Médard - le coeur n’y prend pas grand part» (En la
risa de san Medardo - el corazón no toma mucha parte).
Nació en Salency de padre franco y madre galorromana cuyos nombres
aportados por la imaginación posterior son Néctor y Protagia. Dicen que estudió
en la escuela episcopal de Veromandrudum, lugar que sitúan cerca de la actual
Bélgica, en donde hay recuerdos históricos para los hispanos por la victoria de
Felipe II en san Quintín -Saint Quentin- que nos valió el Escorial. Ya como
estudiante se distinguió -según las crónicas- por su caridad limosnera dando a
algún compañero famélico su comida y a un peregrino caminante un caballo de la
casa paterna.
Con estos antecedentes se ve natural que se decida por la Iglesia y no por
las armas. Se ordena sacerdote y de nuevo la fábula lo adorna con corona de
actos ejemplares, aleccionadores y moralizantes para adoctrinar a los amigos de
lo ajeno sobre el respeto a la propiedad: unos desaprensivos que robaron uvas y
no supieron luego descubrir la salida de la viña sirven para demostrar que el
pecado ciega; de los ladrones de miel en las colmenas propiedad de otros y que
fueron atacados por el enjambre saca la conclusión que el pecado es dulce al
principio, pero después castiga con dolor; de aquel que, merodeando, se llevó la
vaca del vecino y cuyo campanillo no dejó de sonar día y noche hasta su
devolución dirá que es el peso de la conciencia acusadora ante el mal.
Y es que el tiempo de su vida entra dentro de las coordenadas del lejano
mundo merovingio. Meroveo, rey de los francos, ha prestado un buen servicio a
Roma peleando y venciendo a Atila (541), Childerico ha comenzado a poner las
bases de un reino al que Clodoveo dará unidad política y religiosa cuando se
convierta al catolicismo por ayuda de su esposa Clotilde y del obispo Remigio,
después de las batallas de Tolbías (496) en la que venció a los francos
ripuarios y alamanes y de Vouille (507) apoderándose de los territorios
visigóticos con la expulsión de los arrianos. Ni la conversión de Clodoveo -que
siempre apreció los dictámenes de su talento político más que los de su
conciencia- ni la de sus francos consiguió un súbito cambio al estilo de vida
cristiana; hizo falta más bien la labor callada y paciente de muchos para
mejorar a los reyes, al ejército y a los paisanos.
A Medardo lo hacen obispo a la muerte de Alomer; con probabilidad lo
consagra Remigio. Y se encuentra inmerso en el difícil y cruel mundo de restos
de paganismo con resistencia a la fe; deberá luchar contra la superstición de
sus gentes, contra la ignorancia, las duras costumbres, la haraganería, rapiña y
asesinatos. A ese amplio trabajo evangelizador se presenta Medardo con las armas
de la bondad y de la comprensión más que con el báculo, el anatema o el látigo.
Por ello la fuente popular que describe graciosamente su persona y obra la
adorna, agradecida, con el aumento de detalles que la fantasía atribuye al santo
con la bien ganada fama de bondad. Detrás de la narración ampulosa que hacen los
relatos se descubren, entre el follaje literario, los enormes esfuerzos
evangelizadores de los -sin organización aún, ni derecho- primitivos
francos.
Murió en torno al año 560 y sus restos se trasladaron a la abadía de
Soissons donde le veneraron durante toda la Edad Media los ya más y mejores
creyentes francos.
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Fuente: Archidiócesis de Madrid
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