Beato Gaspar de Bono, Sacerdote
Julio 14
Martirologio Romano: En Valencia, ciudad de España, beato Gaspar de Bono, presbítero de la Orden de los Mínimos, que abandonó las armas de un príncipe terreno para militar a las órdenes de Cristo Rey y rigió la provincia hispana de dicha Orden con celo, prudencia y caridad (1604).
Fueron sus padres modestos artesanos: Juan, francés, e Isabel, de la villa de Cervera, en el antiguo reino valenciano, en cuya capital se establecieron como tejedores de lino. El Señor bendijo este matrimonio ejemplar dándoles cuatro hijos: Isabel, Gaspar, Juan y Mateo.
Martirologio Romano: En Valencia, ciudad de España, beato Gaspar de Bono, presbítero de la Orden de los Mínimos, que abandonó las armas de un príncipe terreno para militar a las órdenes de Cristo Rey y rigió la provincia hispana de dicha Orden con celo, prudencia y caridad (1604).
Fueron sus padres modestos artesanos: Juan, francés, e Isabel, de la villa de Cervera, en el antiguo reino valenciano, en cuya capital se establecieron como tejedores de lino. El Señor bendijo este matrimonio ejemplar dándoles cuatro hijos: Isabel, Gaspar, Juan y Mateo.
Gaspar vino al mundo el día 5 de
enero de 1530 y recibió este nombre en veneración de uno de los Santos Reyes,
por haber nacido en la víspera de su fiesta. Vivía el matrimonio con escasez. Y
aun la escasez se trocó en pobreza angustiosa cuando la madre, todavía joven,
quedó completamente ciega y no pudo ayudar al esposo en los telares. Tampoco
Juan se bastaba por sí solo para atender al pesado oficio. Vendió, pues,
aquellos instrumentos de su ocupación diaria, dejó la casa porque ya no la
necesitaba tan grande, y se puso a ganar el pan afilando cuchillos y vendiendo
juguetes de poco valor; le bastaban unas cañas y unos pedazos de papel para
fabricar molinillos de viento. Contaba Gaspar entonces unos tres
años.
En Valencia, como en todas las
partes de la cristiandad europea, se mezclaban en extraña proporción la fe viva
y la gloriosa piedad medieval con las pecaminosas corrientes derivadas del
Humanismo y del Renacimiento.
La palpitación que despertó en
todas partes San Vicente Ferrer en el paso del siglo XIV al XV quedó también de
manera poderosa en su patria chica. Concretamente la adivinamos en los
infantiles entretenimientos de Gaspar. No sólo se complacía en cantar la salve,
vestir de flores arrayanes una cruz y dar otras muestras de su piedad, sino que
en plena calle organizaba procesiones con sus amiguitos, para remedar las de los
disciplinantes, al menos en el canto doloroso del estribillo vicentino "¡Señor,
verdadero Dios, misericordia!", llevando luces de candelillas y cantando las
letanías. Pusiéronle sus padres a los diez años en casa de un rico mercader,
pero a Gaspar no le llenaba aquel oficio, cuando empezó a sentir el anhelo de
cosas más altas: quería ser sacerdote. Y no vio otro camino posible ni mejor que
el claustro. Y hasta le pareció fácil, porque otro criado mayor de la misma
casa, que andaba con idénticos proyectos y sabía el latín, se ofreció a
enseñarle esta lengua.
Gaspar entraba de allí a poco en
el convento de dominicos de la ciudad. Bien es verdad que, recapacitando la
mucha pobreza de su casa, tuvo que desandar el noble camino y volver al antiguo
empleo.
Llegó de esta manera hasta los
veinte años, y, aunque su dueño le quería bien y le ayudaba a sustentar a sus
ancianos padres, Gaspar, en busca de más propicia fortuna, se alistó en el
ejército de Carlos V. Quizá le moviese a ello un sentimiento de inferioridad que
le apartaba de buscar el anhelado sacerdocio, pues era balbuciente y tartamudo.
En el ejercicio de las armas transcurrieron ocho o diez años, sin ascenso ni
esperanzas de prosperidad. No tenemos noticias de encuentros, batallas, sitios,
asalto y defensa de fortalezas en las que tomara parte señalada. ¿Fueron para él
aquellos años completamente grises? Más adelante dirá que, hallándose en este
género de vida (más apto para la distracción que para las virtudes), se
complacía en repetir, a tiempo y a destiempo, la jaculatoria tan valenciana:
"Jesús, María, José"; asimismo profesaba devoción a San Valero (titular de una
de las parroquias de Valencia) porque fue tartamudo; rezaba diariamente el
oficio, rosario y letanía de Nuestra Señora; frecuentaba templos y lugares píos,
y "de mi pobreza —añade— no dejaba de dar limosna a los pobres, aunque faltase a
mi sustento". Indudablemente, era también militar a lo divino y en estos campos
de la vida interior debería desplegar sus dotes y recursos de combate y
estrategia, buscando la santidad a toda costa, con brillante éxito y guiando a
otros.
La ocasión para cambiar de
banderas le llegó por el duro camino del fracaso material. Sucedió que él, con
algunas unidades de su escuadrón de caballería, tuvo que hostigar al enemigo
sólo con finalidad de descubierta: mas éste respondió con tan fiero empuje que
Gaspar y los suyos retrocedieron en confuso desorden. El mismo Gaspar cayó en un
pozo seco, quedando oprimido por su cabalgadura; los enemigos vinieron sobre él,
y, después de abrirle la cabeza a golpes de pica o alabarda, le dejaron por
muerto. En aquella terrible angustia invocó a sus santos patronos y a la Virgen
de los Desamparados, prometiendo ingresar en la Orden de los Mínimos de San
Francisco de Paula si salía con vida. Pudo cumplir el voto. Experimentado ya en
la pobreza y en los trabajos de ella, no le resultaba áspero seguir las reglas
del severo instituto: perpetua abstinencia de carnes, de huevos y lacticinios,
coro a medianoche y otras penitencias.
En aquel santo retiro la virtud
de Gaspar comenzó a ser notable. Su mismo apellido, Bono, se prestaba a
inocentes juegos de palabras que ponían a prueba su humildad, y él se precavía
contra la vanagloria diciendo: "Sólo de bueno tengo el nombre, porque de
palabra, obra y pensamiento soy malo." Curiosa fue la manera que en cierta
ocasión discurrió para escapar sin miramiento a una posible tufarada de
soberbia. Se celebraban en el convento unas conclusiones públicas de filosofía,
y uno de los novicios, para lucir su ingenio, usando del recurso fácil y de
todos conocido, alabó al padre Gaspar, que presidía. Mas fue tal el dolor de
éste, que, asomando a sus ojos las lágrimas, saludó a los concurrentes, abandonó
la sala y se retiró a su celda lleno de confusión. Llegó la hora de la cena, y
el inocente agresor tuvo que escuchar, entre otras admoniciones, esta salida
propia de un santo: "Por que vuestra caridad no pague la lisonja en el
purgatorio, reciba una disciplina por espacio de un miserere." Se cuenta de San
Felipe Neri que tenía un sexto sentido: era capaz de olfatear la hediondez del
Pecado y conocer sus especies. Del Beato Gaspar Bono cabe asegurar que leía en
las conciencias. Si llegaba al convento algún religioso con el alma no tan pura
como cabía esperar de su estado y profesión, le recibía con sañudo y desapacible
semblante, y le hablaba mostrando sequedad y rigor en las palabras. Si esta
misma persona le pedía licencia para salir, le atajaba al punto con aspereza:
"¡Ah Jesús, María, José! ¿Para qué quiere ahora ir fuera? Quédese en casa; que
yo sé que le conviene así al servicio de Dios y al bien de su
alma."
La Orden de los Mínimos, fundada
hacia 1460, es decir, en unos momentos en que la sociedad cristiana comenzaba a
sentir deseos vivos de restauración y de apostolado reformatorio, no encarna
aquel espíritu nuevo. Los seguidores de San Francisco de Paula se mantienen
dentro del molde de las Ordenes mendicantes, según la estructura medieval.
Forman un frente silencioso, aunque no menos heroico, donde la humildad puede
tener menos quiebras. De aquí que la tendencia apostólica, la salvación del
prójimo, no encaje en la espiritualidad del Beato Gaspar Bono como fin
primordial, si no es dentro de los muros del cenobio. Mandará al hermano
limosnero que le cuente los pecados y públicos desórdenes de que haya tenido
noticia por las calles, a fin de aplacar a la justicia divina con oraciones y
penitencias, pero no irá a buscar a los pecadores.
Esta es su espiritualidad
genuina: imitar al Poverello de Asís con una tendencia más rigurosa que las
ramas franciscanas. Gaspar Bono será luz y sal de la tierra, pero sin salir
apenas al mundo, en el silencio del claustro. Su primer biógrafo y
contemporáneo, el padre fray Vicente Guillermo Gual, atestigua que, hallándose
el siervo de Dios en el convento de Valencia, fue visto por el sacristán menor
—que por la incumbencia de su oficio había de ir a medianoche a tocar las
campanas para los maitines— en medio del coro y envuelto en una claridad tan
deslumbradora que no le permitía distinguir qué cosa era aquélla. Quedó inmóvil
sin atreverse a pasar adelante ni poder volver atrás. Pero luego mitigáronse los
resplandores y vio al siervo de Dios en oración, el cual se levantó y le dijo:
"¿Qué tiene, hermano fray Pedro? Parece que está turbado y espantado. Ea, hijo
mío, sosiéguese por lo que ha visto. Le suplico humildemente, y como superior le
mando, que guarde secreto."
Emulando la increíble
abstinencia de San Francisco de Paula, no perdonaba a su cuerpo ni cuando los
graves accidentes de su enfermedad reclamaron la presencia del médico. Este,
viendo la mucha debilidad del santo religioso, le ordenaba comiese carne.
Respondía el padre Gaspar: "Ya veo que tiene razón que regale mi cuerpo. Yo le
prometo de regalarle como conviene." Sin duda que la respuesta encerraba doble
sentido. Lo que se siguió fue que se estuvo encerrado por espacio de tres días y
sólo una vez al día se alimentaba con hierbas, pan y agua. Instábale el hermano
Roque a que tomase otras viandas. A lo cual solía decir: "No trate, hermano
Roque, de esto, por caridad, porque para regalar a la señora del alma conviene
maltratar al vil esclavo del cuerpo, que, en sintiendo el regalo, luego, como
bestia fiera, se envanece para destruir el alma, cuanto más que a esta bestiaza
la trato mejor que merece.
En el seguimiento de la pobreza
fue no menos admirable. Por intervención del Beato Juan de Ribera, a la sazón
arzobispo de Valencia, el padre Gaspar fue elegido provincial. Y si aceptó el
cargo a pesar de todas las razones que pudo discurrir su humildad, en la pobreza
no toleró interpretaciones contrarias a aquella virtud. "Ea, padre, reciba este
tintero nuevo, que cierto es vergüenza que en la mesa de un provincial haya este
otro", decíale el padre corrector. A lo que el siervo de Dios contestó: "¡Ah
Jesús, María, José! ¿Para qué esta novedad de traerme tintero nuevo? Váyase con
su tintero, padre corrector, que yo me hallo bien con este pobrecito, porque ha
muchos años que somos amigos."
Si pasaba junto a los muros de
la catedral de Valencia, no podía menos de entrar a postrarse en la capilla de
San Francisco de Borja, donde se veneraba una imagen de Santa Inés, pintura
sobre tabla de Juan de Juanes, que aún se conserva. Allí, escribe un biógrafo,
hacía tan fervorosa oración que bien lo manifestaba su alegre y festivo
semblante. Al salir decía al religioso compañero: "Hermano, ¿no ve en el retablo
de Santa Inés, cómo aquel santo clérigo (el Venerable Agnesio) pone un anillo en
el dedo de la Santa? Pues sepa que es voz pública que le fue tan devoto que un
día mereció que se le apareciese la Santa, y, después de haber pasado entre los
dos una plática dulcísima, le admitió por su esposo espiritual, y él le dio por
arras aquel anillo."
Siempre conservó las
tradicionales devociones que aprendió de sus padres. Los frailes le veían cantar
de rodillas y de memoria los gozos de San Vicente Ferrer en su lengua
materna.
Murió el 14 de julio de 1604 y
fue beatificado el 17 de septiembre de 1786 por S.S. Pío VI.
En el alma del Beato Gaspar se
funden admirablemente los ideales propios de aquellos siglos, cuando los hombres
cifraban su ambición en una de estas dos arduas metas: ser guerrero o ser monje;
triunfador terreno o santo. También para la generación presente tiene una
enseñanza el Beato Gaspar, puesto que en él se cumple la bella sentencia de San
Francisco de Sales: "Todos nosotros podemos alcanzar la santidad y la virtud
cristiana, cualesquiera que sean nuestra profesión o posición social", según
volvió a recordar el papa Juan XXIII en la canonización de otro santo de
extracción humilde a los ojos de los hombres: Carlos de Sezze,
franciscano.
La Congregación de los Mínimos
de San Francisco de Paula lo festeja el 4 de julio.
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Autor: Ramón Robres Llunch | Fuente: Mercaba.org
Autor: Ramón Robres Llunch | Fuente: Mercaba.org
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