San Goar de Tréveris, Eremita y
Presbítero
Julio 6
Martirologio Romano: En la orilla del Rin, san Goar, presbítero, quien, oriundo de Aquitania, con la aprobación del obispo de Tréveris construyó un hospital y un oratorio, para recibir a los peregrinos y procurar la salvación de sus almas (s. VI).
Julio 6
Martirologio Romano: En la orilla del Rin, san Goar, presbítero, quien, oriundo de Aquitania, con la aprobación del obispo de Tréveris construyó un hospital y un oratorio, para recibir a los peregrinos y procurar la salvación de sus almas (s. VI).
El ejemplarísimo presbítero san Goar fue francés de nación, de la provincia de Gascuña: su padre se llamó Jorge y su madre Valeria, personas por sangre ilustres. Desde niño fue muy bien inclinado, de amable aspecto, humilde, honesto y dado a todas las obras de virtud. Habiéndose ordenado de presbítero, determinó dar de mano a todas las cosas de la tierra, y se fue a un lugar del obispado de Tréveris, que se llamaba Wochara, donde hizo una iglesia con licencia del obispo Félix y colocó en ella algunas reliquias de los santos.
En este lugar vivió muchos años, dándose a la oración, ayunos y
penitencia, y a ejercitar la hospitalidad con los pobres y peregrinos. Había aún
muchos gentiles en aquélla tierra, los cuales con la vida tan ejemplar y con la
predicación y milagros del santo presbítero se convirtieron a la fe. Echaba los
demonios de los cuerpos, daba vista a los ciegos, pies a los cojos, y sanaba a
muchos dolientes de varias enfermedades. Dos criadas del obispo, que se llamaba
Rústico, le acusaron delante de su amo, diciéndole que era hipócrita y
embustero, e interpretando muy malas honestas acciones y obras de caridad que
hacía, albergando a los peregrinos. Mas cuando el obispo mandó venir al santo
delante de sí, y vio que un niño de pecho de solos tres días habló volviendo por
la honra del varón de Dios, quedó tan corrido y confuso de haber sido tan fácil
en creer lo que falsamente le habían dicho, que echándose a los pies del santo
se encomendó con lágrimas a sus oraciones.
Llegó la fama de tan excelente virtud al rey Sigiberto, el cual
tomó todos los medios que pudo para persuadir al venerable presbítero que
aceptase el obispado de Tréveris, porque quería dar con ello satisfacción a todo
el pueblo que lo deseaba y se lo suplicaba. Mas no pudo el príncipe conseguir
que el santo que recibiese aquélla dignidad; y habiéndole dado veinte días de
término para recogerse y hacer oración sobre ello, se encerró el siervo de Dios
en su celda, y postrado en el suelo delante del acatamiento del Señor, llorando
arroyos de lágrimas le suplicó afectuosamente que no permitiese que el rey
saliese con su pretensión.
Oyóle el Señor, enviándole una fiebre que le fatigó
siete años gravemente y de manera que no pudo ya salir de su retiro, ni ver más
al rey. Finalmente, labrada aquélla bendita alma del siervo de Dios, y
purificada como el oro con tan larga y penosa dolencia, acabó el curso de su
peregrinación y pasó a recibir el premio de sus heroicas virtudes en el eterno
descanso. El sagrado cuerpo fue sepultado en la misma iglesia que había
edificado el piadosísimo varón para honrar las reliquias de los
santos.
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