†: 851 - país: España
canonización: pre-congregación
En la ciudad de Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, san Sisenando, diácono y mártir, decapitado por los sarracenos por su fe en Cristo.
«Un
clérigo santísimo, Sisenando, nacido en Beja (Portugal), bajado a Córdoba,
educado dignamente en la basílica de San Asisclo -donde descansan los cuerpos de
los mártires-, estaba preparado para volver con su familia. Pero desde el cielo
fue invitado por los beatísimos mártires Pedro y Walabonso, y también él se
encaminó al
martirio.»
Así, sin
mayores preámbulos, nos coloca san Eulogio de Córdoba de lleno en la pequeña
historia de san Sisenando, a quien pocas líneas más abajo, comparando con la
brutalidad de los guardias, lo llamará «delicado efebo»; así que venimos a saber
que se trata de un adolescente, clérigo -en la época se entraba en la clerecía
ya con las órdenes menores, por lo que no sabemos si fue diácono, como afirma el
Martirologio Romano (la palabra «levita», que utiliza Eulogio, puede entenderse
específicamente como diácono, o con más frecuencia como el genérico «clérigo»)-,
y que fue llamado al
martirio.
Ése es
el punto fundamental que le interesa a Eulogio transmitir, y que a nosotros nos
puede chocar un tanto, e incluso contradecir nuestro modo de entender el
martirio. Sisenando, al igual que la mayoría de los mártires eulogianos, se
presenta espontáneamente al Juez islámico para confesar la verdadera fe y
desenmascarar la falsedad del Profeta. Incluso en algún caso, como san Abundio,
have apenas unos días, el autor dedica una reflexión específica a mostrar que,
aunque Abundio no se presentó espontáneamente al martirio, hizo «de la necesidad
virtud», y una vez frente al Juez, se hizo acreedor de la palma de la victoria.
Sin duda que a Eulogio y a muchos escritores antiguos nuestra doctrina
firmemente establecida de que al martirio no debe llegarse por propia voluntad
les sonaría casi ridícula. Sin embargo, no se trata de mera voluntad humana:
para que el mártir conciba el deseo de serlo, debe estar específicamente llamado
a ello: hay, para Eulogio, una auténtica vocación al martirio, que se valida por
signos del cielo, y se expresa literariamente, por ejemplo, en escenas como la
que leímos al comenzar esta nota: dos mártires se le acercan de alguna manera
(visión, sueño, no lo sabemos), y lo invitan a acompañarlos en la gloria del
martirio.
Eulogio
no cede a la fácil tentación de adornar su escena con excesivo sobrenaturalismo,
¡ni siquiera con el esperable naturalismo!: no sabemos cómo fue esa invitación
de los mártires, no sabemos siquiera cómo fue la primera confesión de Sisenando
ante el Juez, ya que en el fragmento siguiente al que leímos, ya está en la
cárcel:
«Mientras permanecía en la cárcel, inspirado por un espíritu
profético, anunció con antelación el momento de su patíbulo. Así, cuando llegó
el tiempo de responder a cierto amigo que deseó preguntarle, le escribió una
tres o cuatro pequeños versos: atacado subitamente por una gran hilaridad
-vivificado ya, en cierto modo, por la alegría celeste-, se levantó del lugar
donde estaba, y al niño portador de la misiva (a quien todos los soldados de
Cristo entregaban sus mensajes), le entregó el medioescrito tal como estaba, que
se dice que muchos lo escucharon:
retrocede hijo, que no aplastes con la fuerza de la compañía, porque ya las potencias de las tinieblas me vienen a sacar, ahora será exhibido degollado.»
retrocede hijo, que no aplastes con la fuerza de la compañía, porque ya las potencias de las tinieblas me vienen a sacar, ahora será exhibido degollado.»
Recuérdese que son unos «medios versos», apenas articulados,
así que Eulogio los consigna sin completa concordancia gramatical, pero su
sentido es perfectamente claro: así como lo invitaron al martirio los dos
mártires Pedro y Walabonso, ahora un espíritu de profecía have saber al resto
del mundo la veracidad de la elección divina, y por tanto la impiedad de la
compasión humana por su muerte. La primera escena era para Sisenando, la
profética es para los espectadores, y entre ellos,
nosotros.
Como la
profecía contiene ya la descripción de cuál será el modo concreto de la muerte
(por degollamiento), no necesita detenerse en detalles de la escena -Eulogio no
abunda en imágenes sangrientas ni se recrea en torturas-, y más bien se explaya
en reafirmar su doctrina del martirio como una vocación
específica:
«Después
de esta profecía, mientras él permanecía quieto en el lugar, llegaron en ese
mismo momento guardias gritando, y lo condujeron con furia al lugar donde se
consumaría el martirio, dándole bofetadas y puñetazos. Proseguía el siervo de
Dios glorificando en su alma, cierto de la corona de la victoria, puesto que
había sido invitado al celeste banquete por los santos que le habían exhortado.
Y así, presentado al juez, permaneciendo en la misma santa confesión que al
principio, el delicado joven recibió una gloriosa muerte, y sus restos fueron
arrojados fuera del palacio -el 16 de julio, jueves-, al
descampado.»
Finalmente, tal como tras estos santos que lo invitaron y tras
este espíritu profético que interpreta su muerte, está el Dios verdadero
atestiguado en el martirio, el mismo Dios corona el sentido de esta joven vida,
que en criterios puramente humanos fue prematuramente segada, señalando
milagrosamente sus huesos para que puedan formar parte del tesoro de los santos,
y así como en San Asisclo comenzó la formación de este mártir, en San Asisclo
descansa su
corona:
«Tras
muchos días, le dio Dios a unas mujeres descubrir los huesos escondidos entre
las piedras; y los llevaron a la camara de los mártires de la basílica de San
Asisclo.»
Sólo
resta agregar por nuestra cuenta, que las religuias de san Sisenando, junto con
las demás que se suponen pertenecientes a los mártires de Córdoba, se veneran
hoy en la parroquia de San Pedro, en la misma
ciudad.
El
texto, emocionante como todos los relatos de Eulogio, se encuentra en el
«Memoriale Sanctorum», la gran obra del santo, en el capítulo V del libro II. La
biblioteca Cervantes virtual pone a nuestra disposición una edición latina
antigua, de 1574, facsimilar, pero de buena legibilidad. He traducido el
fragmento lo mejor que he sabido (no se trata de un latín demasiado académico),
que espero llegue a transmitir algo del sabor original. En la Piadosa Hermandad
del Santísimo Sacramento y Santos Mártires de Córdoba se sintetizan algunas
historias de estos mártires (aunque realmente vale la pena tratar de leer
directamente a Eulogio), y allí mismo hay algunas indicaciones
bibliográficas.
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Abel Della Costa - eltestigofiel.com
Abel Della Costa - eltestigofiel.com
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