Beato Antonio Grassi,
Presbítero
Diciembre 13
Martirologio Romano: En Fermo, del Piceno, en Italia,
beato Antonio Grassi, presbítero de la Congregación del Oratorio, varón humilde
y pacífico, que con su ejemplo impulsó a los hermanos a observar la Regla.
(1592-1671).
Nació en Fermo; hijo de una familia acomodada, ya desde
su niñez manifestó una fuerte devoción por san Felipe Neri. Tenía 16 años cuando
pidió su ingreso en el Oratorio de su ciudad natal, a pesar de que su madre se
oponía un tanto. Pronto, los conocimientos escriturísticos y teológicos del
joven igualaron los que ya poseía en materia de literatura clásica y filosófica.
El Oratorio de Fermo, el tercero que fundó en vida san Felipe Neri, formó en su
ambiente lleno de gracia a Antonio. Durante varios años, se vio atormentado de
escrúpulos, pero quedó perfectamente en paz desde el momento en que celebró su
primera misa y, a partir de entonces, la serenidad fue una de sus principales
características.
Milagrósamente salió indemne de un rayo que le cayó encima. Pero el efecto más importante fue que, a partir de entonces, comprendió que su vida pertenecía a Dios de una manera especial, de suerte que no se le pasaba día sin darle gracias por haberle preservado y, todos los años hacía una peregrinación a Loreto con la misma intención.
Poco después del suceso, el P. Antonio pidió y obtuvo las facultades para oír confesiones. Dicho ministerio había de ser durante toda su vida una de sus ocupaciones principales. En él se mostraba tan sencillo como en todo lo demás: escuchaba al penitente, le decía unas cuantas palabras de exhortación, le imponía la penitencia y le daba la absolución. Generalmente, no daba consejos ni sugería métodos sino en lo estrictamente relacionado con la confesión. Poseía el don de leer los corazones; ese don no se limitaba a cosas generales, sino que descendía a pormenores para los que no bastaba el conocimiento natural. En 1635, fue elegido superior del Oratorio de Fermo.
Desempeñó ese cargo con tanto acierto, que sus hermanos le reeligieron cada
tres años, hasta el fin de su vida. Solía decir que, cuando se trataba de dar
informes sobre una persona, no había que atender a un solo rasgo ni a una sola
acción, sino al conjunto, y que generalmente el conjunto era bueno.
Naturalmente, con ideas tan amplias, era un superior muy bondadoso. En cierta
ocasión en que alguien le preguntó por qué no gobernaba con mayor severidad, él
replicó: "No sé cómo hacerlo. ¿Habrá que hacer esto?", y al decirlo tomaba una
actitud de pomposa severidad.
El P. Antonio no prarticaba penitencias corporales extraordinarias, ni las
aconsejaba a nadie. Cuando un curioso le preguntó si llevaba bajo la sotana una
camisa de pelo, beato respondió que no, porque había aprendido de san Felipe
Neri que reconviene comenzar por la mortificación espiritual. A este propósito,
decía: "La Humillación del espíritu y de la voluntad es más eficaz que una
camisa de pelo bajo la ropa."
Esto no significa que fuese negligente; muy al
contrario, insistía en que sus súbditos observasen a la letra las reglas del
Oratorio y supo mantener en su comunidad un nivel muy alto de observancia,
valiéndose para ello del ejemplo y la palabra. Cuando tenía que reprender, lo
hacía ron voz suave y no permitía que nadie hablase en la casa con tono
demasiado alto. La influencia del P. Antonio se extendía mucho más allá de los
muros del Oratorio. El arzobispo de Fermo, Mons. Gualteri, decía que no sabía lo
que haría sin él, y el cardenal Facchinetti de Spoleto y el cardenal Emilio
Altieri (más tarde Clemente X), le consultaban frecuentemente acerca de
cuestiones espirituales administrativas. En 1649, el hambre produjo revueltas
entre los habitantes e Fermo.
El P. Antonio trató de mediar entre el
cardenal-gobernador y el pueblo, y estuvo a punto de morir asesinado por la
multitud. Siempre se preocupó mucho por el bienestar de sus compatriotas. Jamás
hacía visitas de cortesía, pero en cambio estaba pronto a acudir a la casa de
los enfermos, de los moribundos y de los necesitados, a cualquier hora del día o
de la noche. Con los años, fue aumentando el don de profecía del P. Antonio,
quien lo empleaba con frecuencia para consolar o prevenir a quienes iban a
consultarle.
Fue devotísimo de María, y procuró infundir en los files la devoción mariana. Ya muy cerca de los ochenta años, el beato empezó a sentir los molestos efectos de la edad; en efecto, tuvo que dejar de predicar, porque había perdido los dientes y no conseguía hacerse entender, y también tuvo que dejar de oír confesiones. Sin embargo, siguió trabajando activamente, sobre todo cuando se trataba de convertir a un pecador. Una caída en la escalera le obligó a permanecer recluido en su cuarto y, en noviembre de 1671, tuvo que guardar cama. Durante la enfermedad, que duró dos semanas, Mons. Gualteri le llevó diariamente la comunión. Uno de los últimos actos del beato fue reconciliar a dos hermanos que estaban peleados a muerte. También devolvió la vista al P. Remigio Leti, por lo menos lo suficiente para que pudiese celebrar el santo sacrificio, cosa que no había podido hacer durante los últimos nueve años.
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