Beata María Troncatti, Misionera
Salesiana
Agosto 25
Martirologio Romano: En Sucúa, provincia Morona Santiago (Ecuador), beata María Troncatti, religiosa profesa de la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora († 1969)
María Troncatti nació en Cortegno Golgi (Brescia, Italia)
Sor María Troncatti, Dios llama en la selva
16 de febrero de 1883 - 25 de agosto de 1969
En 1892 el Boletín Salesiano llegaba a Corteno de Brescia, y la maestra, al final de la lección, se lo leía a sus pequeños alumnos y alumnas. Leía las cartas de los misioneros, sus aventuras en las pobrísimas regiones de América del Sur, su trabajo entre los emigrados y los indios. Entre las niñas que escuchaban encantadas estaba María Troncatti, con nueve años y una inocencia que afloraba en sus ojos claros. María hubiera querido partir enseguida para las misiones, pero había otras cosas que hacer en la casa de papá Santiago y de mamá María. Había que subirse, todos los veranos, a los Alpes con las cabras, hasta el refugio. Había que preparar la polenta para el papá y los hermanos que guardaban las vacas en los prados altos, ordeñaban la leche y hacían el queso.
En 1900 María cumplió diecisiete años, y tuvo la valentía de confiar a alguien su gran deseo. Se lo manifestó primero a su hermana mayor, Catalina, luego al párroco. La mayor dificultad estaba en decírselo a su padre, hombre rudo y con un amor muy tierno a sus hijas. Una mirada severa de sus ojos y un largo silencio de enfado cerraron la conversación... durante cuatro años. María rezó, continuó obediente y serena la vida de todos los días. El párroco, de vez en cuando iba a hablar con el padre y la hija. En 1904 María Troncatti cumplía veintiún años, y continuaba constante en su decisión. Hasta que su padre le dio el permiso.
Le dio todo lo que se necesitaba para prepararse el equipo, no dijo ni una palabra de desaprobación. Pero cuando la besó a la puerta de casa, cayó desmayado.
La guerra y el tornado
La primera obediencia la destinó a Rosignano Monferrato, como cocinera y catequista de las niñas, que enseguida la quisieron muchísimo. De Rosignano a Varazze, mientras estalla la primera guerra mundial. Sor Troncatti toma parte en un curso para enfermeras, mientras el colegio salesiano se transforma en hospital. Tiene treinta y dos años cuando comienza a dar vueltas por los corredores, entre los soldados destrozados por las granadas. El 25 de junio de aquel año 1915, un violento tornado se abate sobre Varazze. El agua del torrente Teiro invade el colegio, rompe las paredes. Sor Troncatti se encuentra, no sabe cómo, sobre una mesa del comedor arrastrada por la corriente entre remolinos y escombros. Se dirige a la Virgen, y le promete que si salva su vida irá a las misiones, entre los leprosos. Se salva agarrándose a una barandilla, mientras otra hermana es arrastrada. Escribe una carta larga a la Madre General, contando lo que ha sucedido y haciendo su petición para las misiones, entre los leprosos. Pasan siete años, y la petición duerme en los cajones de la Superiora.
Una niña, Marina Luzzi, en marzo de 1922 se está muriendo por una pulmonía doble. Sor María está a su lado. Ambas saben que ya no hay esperanzas. En cierto momento sor María murmura: "Tú vas a ver a la Virgen pronto. Dile que me obtenga de Jesús marchar misionera entre los leprosos". Marina la mira, sonríe y logra musitar la respuesta: "Usted irá como misionera al Ecuador". "Pero yo he pedido ir a donde los leprosos." Marina continúa sonriendo y repite: "Al Ecuador". Marina Luzzi, un alma transparente que había pedido como último regalo morir en la "casa de la Virgen", va al encuentro de Dios aquella misma noche. Y tres días después María Daghero llama a sor Troncatti: "Have siete años que pediste ir a las misiones. "¿Pero cómo podía mandarte en plena guerra? Ahora los mares están tranquilos. Irás al Ecuador".
Marsella, estrecho de Gibraltar, océano Atlántico, estrecho de Panamá, océano Pacífico. El barco costea Colombia, baja a lo largo del Ecuador y se enfila hacia la bahía de Guayaquil. En la periferia de la ciudad hay una casita de madera con algunas Hijas de Maria Auxiliadora, y nubes de muchachas que cantan, estudian, juegan. Sor Troncatti pasa su primera navidad misionera. Y allí aprende las primeras nociones sobre su nueva patria. Ecuador tenía seis miiones de habitantes, con esta curiosa distribución: el 49% de la gente habitaba a lo largo de las orillas del mar; otro 49% habitaba en las provincias que desde el mar trepan hacia las cordilleras de los Andes; eran blancos e indígenas que lentamente se habían mezclado; el 2% habitaba en las vastas y desconocidas tierras del oriente, más allá de los altísimos e insuperables Andes. Este 2% estaba formado por colonos y aventureros blancos (llegados en gran parte de Perú y de Colombia) y por las tribus de indios shuar y achuar.
Entre blancos e indios había continuos encontronazos y choques, y todos vivían metidos en la "selva". Dentro de ese 2%, los misioneros y misioneras salesianos trataban de introducirse y establecerse.
Gran expedición a la tierra de los indios
Después de un tiempo de "aclimatación" en Chunchi, una pequeña ciudad montada sobre las espaldas de la cordillera, y habitada prevalentemente por indígenas (donde ella fue médica en el ambulatorio y farmacéutica en el pequeño despacho de medicinas llamado botiquín), llegó el obispo misionero Domingo Comín y dijo: "Es hora de partir". Empezó a andar la gran expedición que debía atravesar la altísima cordillera andina y luego bajar a la selva, hasta la tierra de los indios shuar.
El padre Albino Del Curto, que tenía que dirigir la expedición, había recorrido primero aquella zona inexplorada, y junto con algunos obreros había trazado un sendero y construido algunas chozas que serían su refugio durante el viaje.
En Cuenca, a 2.000 metros de altura, la última parada entre personas amigas, en la casa dedicada al "Corazón de María". Sor Troncatti, sus dos jovencísimas compañeras, sor Dominga Barale y sor Carlota Nieto, junto con la inspectora y la novicia que las acompañaban (y que luego se volverían enseguida) se vistieron para un viaje por en medio de la vegetación de la selva, llena de lianas, ramas enredadas, hierbas gigantes. Se vistieron un delantal de tela, un guardapolvo, un sombrero de ala larga, botas hasta media pierna. Se pusieron en camino con el obispo, dos salesianos, doce robustos porteadores.
A la cabeza de todos don Albino Del Curto, y a la cola los hombres de escolta venidos desde Cuenca a caballo, costeando torrentes que aparecían y desaparecían entre precipicios espantosos y picos de montaña cuya cima no se veía, subieron hasta los tres mil metros de Pailas. Era inútil buscar esa localidad en los mapas geográficos, porque la había construido poco antes don Albino: una construcción en madera con tres habitaciones. Pudieron descansar una noche al abrigo. A la mañana el obispo dijo la misa, mientras una lluvia torrencial caía sobre la selva. Cuando la lluvia, que parecía que no iba a terminar nunca hizo una pausa, los hombres de la escolta ensillaron los caballos e iniciaron la vuelta.
Los misioneros y misioneras continuarían a pie, por el pequeño sendero que trepaba interminablemente por entre los árboles de la selva. Avanzan rezando, entre ramas resinosas y hojas viscosas. Sor Troncatti no se acordaba de cuánto había durado el viaje: recordaba que había rezado, llorado, que había perdido los tacos de las botas y que se había desmayado. Don del Curto, siempre a la cabeza de todos, cantaba las glorias de la Virgen, y sor Troncatti trataba de acompañarle al menos con el corazón. Y sin embargo, recordaba que en aquel interminable viaje le había entrado el miedo: un miedo invencible a aquella marea verde que no se acababa nunca, y que la iba a acompañar durante meses y años.
Operación quirúrgica con la navajita
Un tiro de fusil rompió el desagradable encantamiento. Un tiro de fusil disparado por el, padre Corbellini, que con algunos shuar había salido al encuentro, había visto desde arriba la caravana y daba así la bienvenida. Se abrazaron. Recorrieron en canoa un trecho del río Paute. Y he ahí Méndez, el centro del vicariato apostólico confiado a monseñor Comín.
Recibieron una desagradable sorpresa: la misión estaba ocupada por un centenar de shuar armados y amenazantes. En un choque entre dos tribus, la hija de un jefe habla sido alcanzada por una bala que le había atravesado el brazo y se había hundido en el seno. El jefe se acercó al padre Corbellini y en el poquito de español que sabía fue brutalmente explícito: "Tú curando, nosotros ayudando. Tú no curando, nosotros a todos muerte dando". El obispo se volvió a sor Troncatti: "Usted es la única que sabe de medicina. ¿Se atreve?". "No." "De todos modos, opérela usted. Nosotros rezaremos." Con un poco de tintura de yodo y una navajita esterilizada a! fuego, sor Maria arremetió contra el absceso que en cuatro días se había formado alrededor de la bala. Abrió hasta el fondo mientras decía: "¡María Auxilio de los cristianos!". La bala saltó fuera y fue a caer a los pies de los shuar, que rompieron a reír contentos. La Indígena de trece años, después de tres días, pudo volver a la selva con los suyos.
Después de la parada en Méndez, la caravana siguió hacia Macas, a cuatro días de camino, subiendo de nuevo el curso del río Upano. Macas era un poblado de colonos, rodeado de jibarías, las viviendas colectivas de los shuar. La misión, con la casita de las hermanas, se alzaba sobre una colina. La acogida fue cordialísima. La gente fue a ofrecer sus regalos: gallinas, botellas de miel, huevos, racimos de bananas. Sor Troncatti abrazó a todos, lloró por última vez cuando la inspectora y la novicia se volvieron junto con el obispo. Luego se secó las lágrimas, se arremangó, y dijo a los dos jóvenes misioneras que se quedaban con ella: "Y ahora, a trabajar. La Virgen nos ayudará", Tenía cuarenta y dos años. Pasaría otros 44 en aquella selva, en el ambulatorio y en la escuela, sobre los senderos y las canoas con las que alcanzaba las jibarías, entre aquella gente de piel blanca y oscura, que en aquellos días comenzó a llamarla "madrecita", y así siguió siempre.
Él ha visto a Yampauch, la pequeña shuar de once años, huir de su casa en la que la madre se había ahorcado de desesperación, y refugiarse en sor Troncatti diciendo: "Tenme contigo". Ha visto a la madre blanca, maltratada por su marido borracho, huir de noche con sus niños y llamar a la puerta de las hermanas: "Madrecita, si no nos recibes tú, aquel nos va a matar". Ha visto a sor María adoptar al hijo ilegitimo de una pobre criada, que todos querían matar, y que ella puso en una cuna junto a su cama, le llamó José María y lo cuidó como hijo suyo.
Después de diez años de trabajo, sor Troncatti escribió en la relación annual: "Tenemos 70 alumnas en las clases elementales; 80 muchachas, prometidas o casadas en el taller para externas; 28 huérfanas blancas internas; 200 shuar en el catecismo". Valía la pena llorar sobre el sendero que subía hacia los Andes, para plantar en aquella selva el Reino de Dios. Así pensaba la madrecita, cuando todas las tardes hacía el vía crucis y añadía una hora de adoración a las oraciones que hacía con su pequeña comunidad. En 1947 se rompe de golpe el aislamiento de la Selva: pequeños aviones consiguen unir Méndez con la capital dcl estado, Quito.
El 27 de agosto de 1948 sor Troncatti sube a uno de los pequeños aviones y va a la capital a hacer los ejercicios espirituales. Tiene sesenta y cinco años. En los años siguientes ve llegar la luz eléctrica, la estación de radio, el molino, la trilladora, hasta un jeep. Ve nacer, como un milagro, la Federación Shuar, para defender a las familias indígenas de las prepotencias de los blancos.
25 de agosto de 1969. Sor Troncatti tiene ochenta y seis años y las piernas hinchadas. Ya no la llaman "madrecita", sino "abuelita". Sube una vez más a un pequeño avión para ir a los ejercicios espirituales. Pocos minutos más tarde; la radio de la Federación Shuar interrumpe la transmisión y una voz estremecida comunica: <<Hoy, a las quince horas, un avión ha caído poco después de su salida. Nuestra madre, sor María Troncatti ha muerto". Había quedado extendida sobre la hierba con los brazos abiertos. El último gesto resumía toda su vida: había abierto los brazos a todos, en nombre de Dios.
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Bibliografía
M. DOMINGA GRASSIANO, Selva, patria del corazón. Inst. FMA, EDB, Barcelona.
Tomado del libro: "Familia Salesiana, Familia de Santos".
Escrito por Teresio Bosco S.D.B.
Editorial CCS. España
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Fue declarada Venerable el 8 de noviembre de 2008.
Beatificada: 24 de noviembre del 2012
En la ciudad de Macas, capital de la provincia ecuatoriana de Morona Santiago, el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, fue la beatificación de Sor Maria Troncatti, de las Hijas de María Auxiliadora, misionera italiana que pasó gran parte de su vida en el Ecuador.
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Martirologio Romano: En Sucúa, provincia Morona Santiago (Ecuador), beata María Troncatti, religiosa profesa de la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora († 1969)
María Troncatti nació en Cortegno Golgi (Brescia, Italia)
Sor María Troncatti, Dios llama en la selva
16 de febrero de 1883 - 25 de agosto de 1969
En 1892 el Boletín Salesiano llegaba a Corteno de Brescia, y la maestra, al final de la lección, se lo leía a sus pequeños alumnos y alumnas. Leía las cartas de los misioneros, sus aventuras en las pobrísimas regiones de América del Sur, su trabajo entre los emigrados y los indios. Entre las niñas que escuchaban encantadas estaba María Troncatti, con nueve años y una inocencia que afloraba en sus ojos claros. María hubiera querido partir enseguida para las misiones, pero había otras cosas que hacer en la casa de papá Santiago y de mamá María. Había que subirse, todos los veranos, a los Alpes con las cabras, hasta el refugio. Había que preparar la polenta para el papá y los hermanos que guardaban las vacas en los prados altos, ordeñaban la leche y hacían el queso.
En 1900 María cumplió diecisiete años, y tuvo la valentía de confiar a alguien su gran deseo. Se lo manifestó primero a su hermana mayor, Catalina, luego al párroco. La mayor dificultad estaba en decírselo a su padre, hombre rudo y con un amor muy tierno a sus hijas. Una mirada severa de sus ojos y un largo silencio de enfado cerraron la conversación... durante cuatro años. María rezó, continuó obediente y serena la vida de todos los días. El párroco, de vez en cuando iba a hablar con el padre y la hija. En 1904 María Troncatti cumplía veintiún años, y continuaba constante en su decisión. Hasta que su padre le dio el permiso.
Le dio todo lo que se necesitaba para prepararse el equipo, no dijo ni una palabra de desaprobación. Pero cuando la besó a la puerta de casa, cayó desmayado.
La guerra y el tornado
La primera obediencia la destinó a Rosignano Monferrato, como cocinera y catequista de las niñas, que enseguida la quisieron muchísimo. De Rosignano a Varazze, mientras estalla la primera guerra mundial. Sor Troncatti toma parte en un curso para enfermeras, mientras el colegio salesiano se transforma en hospital. Tiene treinta y dos años cuando comienza a dar vueltas por los corredores, entre los soldados destrozados por las granadas. El 25 de junio de aquel año 1915, un violento tornado se abate sobre Varazze. El agua del torrente Teiro invade el colegio, rompe las paredes. Sor Troncatti se encuentra, no sabe cómo, sobre una mesa del comedor arrastrada por la corriente entre remolinos y escombros. Se dirige a la Virgen, y le promete que si salva su vida irá a las misiones, entre los leprosos. Se salva agarrándose a una barandilla, mientras otra hermana es arrastrada. Escribe una carta larga a la Madre General, contando lo que ha sucedido y haciendo su petición para las misiones, entre los leprosos. Pasan siete años, y la petición duerme en los cajones de la Superiora.
Una niña, Marina Luzzi, en marzo de 1922 se está muriendo por una pulmonía doble. Sor María está a su lado. Ambas saben que ya no hay esperanzas. En cierto momento sor María murmura: "Tú vas a ver a la Virgen pronto. Dile que me obtenga de Jesús marchar misionera entre los leprosos". Marina la mira, sonríe y logra musitar la respuesta: "Usted irá como misionera al Ecuador". "Pero yo he pedido ir a donde los leprosos." Marina continúa sonriendo y repite: "Al Ecuador". Marina Luzzi, un alma transparente que había pedido como último regalo morir en la "casa de la Virgen", va al encuentro de Dios aquella misma noche. Y tres días después María Daghero llama a sor Troncatti: "Have siete años que pediste ir a las misiones. "¿Pero cómo podía mandarte en plena guerra? Ahora los mares están tranquilos. Irás al Ecuador".
Marsella, estrecho de Gibraltar, océano Atlántico, estrecho de Panamá, océano Pacífico. El barco costea Colombia, baja a lo largo del Ecuador y se enfila hacia la bahía de Guayaquil. En la periferia de la ciudad hay una casita de madera con algunas Hijas de Maria Auxiliadora, y nubes de muchachas que cantan, estudian, juegan. Sor Troncatti pasa su primera navidad misionera. Y allí aprende las primeras nociones sobre su nueva patria. Ecuador tenía seis miiones de habitantes, con esta curiosa distribución: el 49% de la gente habitaba a lo largo de las orillas del mar; otro 49% habitaba en las provincias que desde el mar trepan hacia las cordilleras de los Andes; eran blancos e indígenas que lentamente se habían mezclado; el 2% habitaba en las vastas y desconocidas tierras del oriente, más allá de los altísimos e insuperables Andes. Este 2% estaba formado por colonos y aventureros blancos (llegados en gran parte de Perú y de Colombia) y por las tribus de indios shuar y achuar.
Entre blancos e indios había continuos encontronazos y choques, y todos vivían metidos en la "selva". Dentro de ese 2%, los misioneros y misioneras salesianos trataban de introducirse y establecerse.
Gran expedición a la tierra de los indios
Después de un tiempo de "aclimatación" en Chunchi, una pequeña ciudad montada sobre las espaldas de la cordillera, y habitada prevalentemente por indígenas (donde ella fue médica en el ambulatorio y farmacéutica en el pequeño despacho de medicinas llamado botiquín), llegó el obispo misionero Domingo Comín y dijo: "Es hora de partir". Empezó a andar la gran expedición que debía atravesar la altísima cordillera andina y luego bajar a la selva, hasta la tierra de los indios shuar.
El padre Albino Del Curto, que tenía que dirigir la expedición, había recorrido primero aquella zona inexplorada, y junto con algunos obreros había trazado un sendero y construido algunas chozas que serían su refugio durante el viaje.
En Cuenca, a 2.000 metros de altura, la última parada entre personas amigas, en la casa dedicada al "Corazón de María". Sor Troncatti, sus dos jovencísimas compañeras, sor Dominga Barale y sor Carlota Nieto, junto con la inspectora y la novicia que las acompañaban (y que luego se volverían enseguida) se vistieron para un viaje por en medio de la vegetación de la selva, llena de lianas, ramas enredadas, hierbas gigantes. Se vistieron un delantal de tela, un guardapolvo, un sombrero de ala larga, botas hasta media pierna. Se pusieron en camino con el obispo, dos salesianos, doce robustos porteadores.
A la cabeza de todos don Albino Del Curto, y a la cola los hombres de escolta venidos desde Cuenca a caballo, costeando torrentes que aparecían y desaparecían entre precipicios espantosos y picos de montaña cuya cima no se veía, subieron hasta los tres mil metros de Pailas. Era inútil buscar esa localidad en los mapas geográficos, porque la había construido poco antes don Albino: una construcción en madera con tres habitaciones. Pudieron descansar una noche al abrigo. A la mañana el obispo dijo la misa, mientras una lluvia torrencial caía sobre la selva. Cuando la lluvia, que parecía que no iba a terminar nunca hizo una pausa, los hombres de la escolta ensillaron los caballos e iniciaron la vuelta.
Los misioneros y misioneras continuarían a pie, por el pequeño sendero que trepaba interminablemente por entre los árboles de la selva. Avanzan rezando, entre ramas resinosas y hojas viscosas. Sor Troncatti no se acordaba de cuánto había durado el viaje: recordaba que había rezado, llorado, que había perdido los tacos de las botas y que se había desmayado. Don del Curto, siempre a la cabeza de todos, cantaba las glorias de la Virgen, y sor Troncatti trataba de acompañarle al menos con el corazón. Y sin embargo, recordaba que en aquel interminable viaje le había entrado el miedo: un miedo invencible a aquella marea verde que no se acababa nunca, y que la iba a acompañar durante meses y años.
Operación quirúrgica con la navajita
Un tiro de fusil rompió el desagradable encantamiento. Un tiro de fusil disparado por el, padre Corbellini, que con algunos shuar había salido al encuentro, había visto desde arriba la caravana y daba así la bienvenida. Se abrazaron. Recorrieron en canoa un trecho del río Paute. Y he ahí Méndez, el centro del vicariato apostólico confiado a monseñor Comín.
Recibieron una desagradable sorpresa: la misión estaba ocupada por un centenar de shuar armados y amenazantes. En un choque entre dos tribus, la hija de un jefe habla sido alcanzada por una bala que le había atravesado el brazo y se había hundido en el seno. El jefe se acercó al padre Corbellini y en el poquito de español que sabía fue brutalmente explícito: "Tú curando, nosotros ayudando. Tú no curando, nosotros a todos muerte dando". El obispo se volvió a sor Troncatti: "Usted es la única que sabe de medicina. ¿Se atreve?". "No." "De todos modos, opérela usted. Nosotros rezaremos." Con un poco de tintura de yodo y una navajita esterilizada a! fuego, sor Maria arremetió contra el absceso que en cuatro días se había formado alrededor de la bala. Abrió hasta el fondo mientras decía: "¡María Auxilio de los cristianos!". La bala saltó fuera y fue a caer a los pies de los shuar, que rompieron a reír contentos. La Indígena de trece años, después de tres días, pudo volver a la selva con los suyos.
Después de la parada en Méndez, la caravana siguió hacia Macas, a cuatro días de camino, subiendo de nuevo el curso del río Upano. Macas era un poblado de colonos, rodeado de jibarías, las viviendas colectivas de los shuar. La misión, con la casita de las hermanas, se alzaba sobre una colina. La acogida fue cordialísima. La gente fue a ofrecer sus regalos: gallinas, botellas de miel, huevos, racimos de bananas. Sor Troncatti abrazó a todos, lloró por última vez cuando la inspectora y la novicia se volvieron junto con el obispo. Luego se secó las lágrimas, se arremangó, y dijo a los dos jóvenes misioneras que se quedaban con ella: "Y ahora, a trabajar. La Virgen nos ayudará", Tenía cuarenta y dos años. Pasaría otros 44 en aquella selva, en el ambulatorio y en la escuela, sobre los senderos y las canoas con las que alcanzaba las jibarías, entre aquella gente de piel blanca y oscura, que en aquellos días comenzó a llamarla "madrecita", y así siguió siempre.
Los cuarenta y cuatro años de
madrecita
¿Cómo narrar aquellos cuarenta y cuatro años, densos en
días y acontecimientos, en sacrificios y éxitos, en lágrimas y salvación? María
Troncatti se desgastó como una moneda que pasa de mano en mano, que todos
emplean y todos gastan. Los episodios, todos los episodios de bondad y de recia
caridad, los ha registrado sólo el Señor.Él ha visto a Yampauch, la pequeña shuar de once años, huir de su casa en la que la madre se había ahorcado de desesperación, y refugiarse en sor Troncatti diciendo: "Tenme contigo". Ha visto a la madre blanca, maltratada por su marido borracho, huir de noche con sus niños y llamar a la puerta de las hermanas: "Madrecita, si no nos recibes tú, aquel nos va a matar". Ha visto a sor María adoptar al hijo ilegitimo de una pobre criada, que todos querían matar, y que ella puso en una cuna junto a su cama, le llamó José María y lo cuidó como hijo suyo.
Después de diez años de trabajo, sor Troncatti escribió en la relación annual: "Tenemos 70 alumnas en las clases elementales; 80 muchachas, prometidas o casadas en el taller para externas; 28 huérfanas blancas internas; 200 shuar en el catecismo". Valía la pena llorar sobre el sendero que subía hacia los Andes, para plantar en aquella selva el Reino de Dios. Así pensaba la madrecita, cuando todas las tardes hacía el vía crucis y añadía una hora de adoración a las oraciones que hacía con su pequeña comunidad. En 1947 se rompe de golpe el aislamiento de la Selva: pequeños aviones consiguen unir Méndez con la capital dcl estado, Quito.
El 27 de agosto de 1948 sor Troncatti sube a uno de los pequeños aviones y va a la capital a hacer los ejercicios espirituales. Tiene sesenta y cinco años. En los años siguientes ve llegar la luz eléctrica, la estación de radio, el molino, la trilladora, hasta un jeep. Ve nacer, como un milagro, la Federación Shuar, para defender a las familias indígenas de las prepotencias de los blancos.
25 de agosto de 1969. Sor Troncatti tiene ochenta y seis años y las piernas hinchadas. Ya no la llaman "madrecita", sino "abuelita". Sube una vez más a un pequeño avión para ir a los ejercicios espirituales. Pocos minutos más tarde; la radio de la Federación Shuar interrumpe la transmisión y una voz estremecida comunica: <<Hoy, a las quince horas, un avión ha caído poco después de su salida. Nuestra madre, sor María Troncatti ha muerto". Había quedado extendida sobre la hierba con los brazos abiertos. El último gesto resumía toda su vida: había abierto los brazos a todos, en nombre de Dios.
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Bibliografía
M. DOMINGA GRASSIANO, Selva, patria del corazón. Inst. FMA, EDB, Barcelona.
Tomado del libro: "Familia Salesiana, Familia de Santos".
Escrito por Teresio Bosco S.D.B.
Editorial CCS. España
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Fue declarada Venerable el 8 de noviembre de 2008.
Beatificada: 24 de noviembre del 2012
En la ciudad de Macas, capital de la provincia ecuatoriana de Morona Santiago, el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, fue la beatificación de Sor Maria Troncatti, de las Hijas de María Auxiliadora, misionera italiana que pasó gran parte de su vida en el Ecuador.
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Gracias a Sor Maria Troncatti por ser reflejo del amor de Dios aquí en la tierra
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