miércoles, septiembre 04, 2013

Beato Justino Jacobis, Obispo

Beato Justino Jacobis, Obispo
Septiembre 4


La vida de Justino de Jacobis es una apología de la vida interior. Su vida mística tiene auténticas raíces en la abnegación de sí mismo por la humildad y la mortificación y se vierte entera en obras de caridad y apostolado. Hasta los treinta y nueve años es el misionero más popular del reino de Nápoles, con fama de santo y taumaturgo. Después es el apóstol de la unidad en Etiopía, donde llega a incorporar a la Iglesia romana a doce mil cismáticos, según los cálculos sobrios del breviario romano. Su muerte en el campo, como la de San Francisco Javier, corona gloriosamente su vida.
 
Con su vida se confunde en parte la de Ghebra Miguel, monje y sacerdote, mártir de la unidad en su patria de Abisinia. Jacobis había nacido en San Fele del reino de Nápoles el 9 de octubre de 1800. Su madre, Josefina Muccia, pone especial interés en su formación religiosa. Un día su padre comprueba: "nuestro Justino es un ángel".
 
A los dieciocho años ingresa en la Congregación de la Misión, en la famosa casa Dei Vergini, centro de la espiritualidad napolitana en el momento. Allí se enseña aún la tribuna donde más tarde es fama que pasó una noche entera en éxtasis. A los treinta y nueve años la Santa Sede le nombra "vicario apostólico de Etiopía y países limítrofes". Abisinia es un país de altas mesetas -entre dos y tres mil metros de altura-,, separadas por valles profundos y montañas altísimas. Gracias a su geografía conservó su cristianismo en medio de la pleamar musulmana. Cerrada al catolicismo desde 1640, vive ahora un momento medieval en su organización política y social. Sobre el terreno, los tres misioneros hacen el plan y se dividen el país como los apóstoles. El padre Sapeto ocupa el reino de Choa; el padre Montuori, el de Amhara y el vicario apostólico se queda en el Tigré para mantener el contacto con Europa.
 
El Ras Ubié, rey del Tigré, le autoriza para residir en Adua y el misionero prepara la toma de contacto, desnudándose de europeo y vistiéndose de abisinio. Tal fue su acomodación que a Mons. Massaia le costó trabajo distinguirle de los abisinios. Su apostolado en aquel momento es el único posible, el apostolado del testimonio. Reza, estudia, planea, visita a los enfermos, saluda cordialmente a las gentes y reparte la Medalla Milagrosa recientemente acuñada, ocupando con ella el terreno común entre cismáticos y católicos.

Justino de Jacobis se da cuenta de que el cisma en Etiopía persiste principalmente por el aislamiento. Un día dice a un grupo de sacerdotes y de monjes: "Yo quisiera llevaros a todos a Roma para que la vierais". Y he aquí que el príncipe Ubié, ganado por el trato evangélico del misionero, le pone al frente de una embajada, que se dirige a El Cairo en busca de un obispo para toda Etiopía. Jacobis insinuó la conveniencia de pedir el obispo al Papa, pero el príncipe no se decidió. En cambio, le daba permiso para llevar hasta Roma a los embajadores con una carta suya de cortesía para el Papa.

Este viaje es decisivo en el apostolado de Jacobis. A su vuelta de Roma estos abisinios -nobles, sacerdotes y monjes- sin convertir aún, harán a lo largo y a lo ancho del imperio la mejor apología de la Iglesia católica y la propaganda de la santidad de Justino de Jacobis.

En este momento se cruza en su vida Ghebra Miguel, que andando el tiempo será su mejor colaborador.
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