Beata Ana de San Bartolomé, Carmelita Descalza
Junio 7
Martirologio Romano: En Amberes, de Brabante, beata Ana de San Bartolomé,
virgen de la Orden de las Carmelitas Descalzas, la cual, discípula de santa
Teresa de Jesús y dotada de gracias místicas, difundió y consolidó su Orden en
Francia. (1549-1626).
Llamada en el siglo Ana García Manzanas, religiosa carmelita, mística,
compañera de Santa Teresa de Jesús y difusora de la reforma de la Orden
carmelita descalza por Francia y los Países Bajos.
La Beata Ana nació en Almendral de la Cañada, (Toledo) el 1 de octubre de
1549. Era la quinta hija de María Manzanas y Hernan García. A los nueve años
perdió a su madre y, un año después, a su padre. Pronto sintió vocación
religiosa, pero sus hermanos no apoyaron su decisión de ser carmelita y por ello
sufrió grandes contradicciones que repercutieron sobre su salud, llegando a
enfermar gravemente. Entonces sus hermanos ofrecieron una novena al apóstol San
Bartolomé por su curación y el día de su fiesta, 24 de agosto de 1570; al entrar
en una ermita dedicada a su advocación cercana a su pueblo, se curó
repentinamente. En gratitud al Apóstol que ella consideró siempre su gran
intercesor le eligió para su nuevo nombre de carmelita descalza.
Profesó en el
convento de San José de Ávila el día 2 de noviembre de 1570 mientras Santa
Teresa estaba fundando en Salamanca. Fue la primera hermana de velo blanco,
freila o lega que Teresa de Jesús admitió en su primer Carmelo, cuna de su
Reforma. Unos meses después tuvo lugar el primer encuentro entre ellas y, desde
ese instante, se estableció una especial corriente de empatía que duró hasta el
fin de sus vidas.
En la Navidad de 1577 Santa Teresa se rompió el brazo izquierdo y Ana de
San Bartolomé se convirtió en su compañera inseparable: fue su cocinera, su
enfermera, su secretaria, su confidente y su apoyo en las últimas fundaciones:
realmente su sombra. Hasta tal punto la quiso y la valoró Santa Teresa que, el 4
de octubre de 1582, cuando sintió que llegaba la hora de su muerte, la reclamó
junto a sí para morir entre sus brazos, convirtiéndose en su heredera
espiritual.
En 1604 fue junto a Ana de Jesús, para implantar el Carmelo Teresiano en
Francia. En 1605 fundó el Carmelo de Pontoise donde fue elegida como Priora. En
1608 fundó el Carmelo de Tours, y en 1612, reclamada por la Infanta Isabel Clara
Eugenia, hija de Felipe II de España y entonces Soberana de los Países Bajos,
llegó a Flandes para fundar el Carmelo de Amberes, del que fue Priora hasta su
muerte. La Infanta siempre mostró un gran aprecio por esta hija predilecta de
Santa Teresa y pronto Ana de San Bartolomé se convirtió en su fiel amiga y
consejera. En Amberes vivió la Beata las felices noticias de la Beatificación y
Canonización de Santa Teresa, y fue ella quien primero dedicó en el mundo un
Carmelo a la advocación de su Santa Madre; así, el Carmelo de Amberes se llamó
desde entonces de Santa Teresa y San José.
En Flandes vivió Ana de San Bartolomé los últimos años de su vida con gran
fama de santidad, que, al igual que le ocurrió a Santa Teresa en Castilla, la
envolvió sin ella poderlo evitar. Todo tipo de personas, desde los humildes
campesinos hasta las gentes de más alta alcurnia, acudían a su Carmelo para
pedirle su consejo y su bendición.
Fue consejera y amiga de los soldados y
generales de los famosos Tercios de Flandes que recurrían a ella para implorar
su bendición y prender unas letras suyas en la coraza como salvaguarda y
protección en la batalla. En dos ocasiones se consideró vencido el peligro de
que las huestes protestantes, al mando del príncipe Guillermo de Nassau,
invadieran Amberes gracias a la intercesión de Ana de San Bartolomé, que,
alertada interiormente de que algo grave ocurría, despertó a las carmelitas en
plena madrugada para acudir al coro a rezar.
De estos episodios extraordinarios
se hicieron las declaraciones y diligencias oportunas y el Obispo de Amberes la
proclamó en vida Libertadora de Amberes. Su iconografía más divulgada reproduce
la escena de su ferviente oración por la ciudad.
Estos acontecimientos extraordinarios acrecentaron de forma imparable la
fama de su santidad por toda Europa. A principios de 1626 se agravó su delicado
estado de salud y tan sólo la preocupaba morir en paz sin ruido ni baraúnda, ya
que cada vez que empeoraba, la Infanta mandaba a su médico personal a atenderla
y toda la corte se preocupaba. El 19 de marzo murió su querida prima Francisca y
esta noticia apagó aún más su vida.
En el último tramo pedía a sus hijas que le cantasen los versos de su querido San Juan de la Cruz
En el último tramo pedía a sus hijas que le cantasen los versos de su querido San Juan de la Cruz
¿Adónde te escondiste
Amado?
Al fin se cumplió su deseo y cuando el 4 de junio tuvo una recaída no pareció de gravedad. Pero unos días después empeoró y, ante su inminente muerte, con gran serenidad pidió una reliquia de su querida madre Teresa de Jesús. Murió como ella quiso, rodeada de sus hijas y sin llamar la atención, el atardecer del domingo 7 de junio de 1626, festividad de la Santísima Trinidad, misterio del que era muy devota. Pero no pudo impedir que cientos de personas de toda condición social se acercasen hasta su querido Carmelo para venerarla como una santa.
Al fin se cumplió su deseo y cuando el 4 de junio tuvo una recaída no pareció de gravedad. Pero unos días después empeoró y, ante su inminente muerte, con gran serenidad pidió una reliquia de su querida madre Teresa de Jesús. Murió como ella quiso, rodeada de sus hijas y sin llamar la atención, el atardecer del domingo 7 de junio de 1626, festividad de la Santísima Trinidad, misterio del que era muy devota. Pero no pudo impedir que cientos de personas de toda condición social se acercasen hasta su querido Carmelo para venerarla como una santa.
El confesor de la Infanta, el agustino fray Bartolomé de los Ríos, ofició
dos funerales: uno en Amberes, antes de su entierro, ante el Obispo y todas las
autoridades, y otro en la catedral de Bruselas, presidido por la Infanta, que
quiso ofrecer un solemne funeral en memoria de su gran amiga y consejera. Pronto
se sucedieron los milagros -el primero de ellos tuvo lugar el mismo día de su
muerte- y la Infanta Isabel Clara Eugenia, junto con la reina María de Médicis
fueron grandes impulsoras del Proceso de Canonización. Curiosamente uno de los
dos milagros valorados para su beatificación fue la curación instantánea por
imposición de su capa blanca a la reina María de Médicis en 1633; el otro fue la
curación de un fraile carmelita del convento de Amberes en 1731. Reyes,
príncipes y rectores de las más importantes universidades enviaron al Papa
cartas solicitando su pronta beatificación, pero, a pesar de los numerosos
milagros, el proceso se alargó interminablemente en el tiempo, en gran parte por
las circunstancias políticas que atravesó Flandes hasta que en 1830 se
constituyó el reino católico de Bélgica.
Al fin el 6 de mayo de 1917, en plena Primera Guerra Mundial, culminó el
proceso y el papa Benedicto XV beatificó a esta ilustre carmelita toledana
expresando en el Breve su satisfacción por elevar al honor de los altares a la
compañera inseparable de Santa Teresa a quien ella ya había canonizado en vida
cuando decía: Ana, Ana, tú eres la santa, yo tengo la fama. En la solemne
ceremonia, celebrada en el interior de la Basílica de San Pedro, Ana de San
Bartolomé fue invocada como defensora de la Paz.
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Fuente: oremosjuntos.com
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