Julio 3
Para Dios no hay acepción de personas. Todas, sea cual sea la profesión o el rango social al que pertenezcan, están llamadas a la perfección.
Para Dios no hay acepción de personas. Todas, sea cual sea la profesión o el rango social al que pertenezcan, están llamadas a la perfección.
Sitúate en el año 500. Gunter era un príncipe del País
de Gales. Todas las tierras y posesiones que tenía vio que no eran nada
comparadas con el amor y el ansia de perfección que latía dentro de
sí.
Y en
plena juventud, cuando la vida se abre como primavera, él, en lugar de hacer
como los demás, se sentía llamado a la vida de
ermitaño.
¡Qué
cosa más rara! Pues así es. Sin embargo, cada uno que tenga la cabeza sobre los
hombros, busca la felicidad donde puede encontrarla. Se marchó a la isla de
Groie. El gobernador le entregó unos terrenos para que construyera un
monasterio.
Le
hizo la donación con mucho gusto porque se había quedado impresionado por su
aspecto de austeridad, su alta santidad y sus deseos inmensos de hacer el
bien.
A la
abadía se le conoce con el nombre de Kemperle por estar situada entre el Isol y
los ríos
Wile.
Se
cuenta que hubo una vez una gran plaga de insectos que amenazaban con destruir
por completo las cosechas del aquel
año.
El
conde Guerech I de Vannes, temiendo un hambre feroz en los habitantes, envió a
tres dignatarios para que tomasen nota de la realidad sobre el terreno, y al
mismo tiempo, que le pidiesen a san Gunter que con sus oraciones evitase la
catástrofe.
¿Qué
hizo el
príncipe?
Bendijo agua y ordenó que la esparcieran por todos los
campos.
Siguieron, por supuesto, a rajatabla las órdenes del
príncipe santo. Y cuando nadie lo esperaba, no quedó ni un
insecto.
Durante las invasiones normandas, el cuerpo del príncipe
se llevó a la isla Groie. Al descubrirse en el siglo XI, se hizo su traslado a
la abadía de Kemperle que pertenece hoy ala Orden de los Benedictinos. Hay
muchas iglesias que llevan su
nombre.
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Autor: P. Felipe
Santos
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