Mártires de China (†1900)
Entre los muchos mártires de la persecución desencadenada por los «Boxers»
de China en 1900, se encuentran siete Franciscanas Misioneras de María, que son
las protomártires de su Congregación. Habían llegado el año anterior a la misión
de Taiyuanfu y allí mismo, junto con San Gregorio Grassi y compañeros
franciscanos, inmolaron sus vidas en testimonio de la fe en Cristo. Todos ellos
fueron beatificados por Pío XII en 1946, y canonizados por Juan Pablo II el año
2000. Su fiesta se celebra el 8 de julio.
Santa María Amandina
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A los siete años pierde a su madre, y su padre se ve obligado a emigrar a
otro pueblo. Allí, una mujer buena acoge en su casa a las dos más pequeñas, y
Paulina recibe cariño y protección. La niña, afectuosa y alegre, conquista a sus
protectores.
A los quince años, Paulina entra en la Tercera Orden Franciscana. Su
hermana Rosalía fue la primera en entrar al noviciado de las Franciscanas
Misioneras de María en Amberes, y recibió el nombre de Marie Honorine. Sólo
después que Marie Honorine partió como misionera a Ceylán (hoy Sri-Lanka),
Paulina se decidió a entrar al noviciado, y poco después la siguió su hermana
Matilde.
María Amandina era sencilla, alegre, generosa, verdadera franciscana. Su
buen humor y su relación fácil atraía y creaba en torno a ella un ambiente
fraterno de serenidad y gozo. Fue enviada a Marsella para prepararse a servir a
los enfermos en el hospital de Taiyuanfu. De allí embarca para la misión. El
barco pasa por Ceylán y, en Colombo, capital y puerto, se encuentra con su
hermana Honorine. La alegría mutua fue bien grande, y luego la despedida:
«¡Hasta la vista... en el cielo!»
En la misión, entrega lo mejor de ella misma en el dispensario. Así
describe su trabajo a su Superiora General: «Hay 200 huérfanas, entre ellas
muchas están enfermas; las cuidamos lo mejor posible. Los enfermos de fuera
vienen también para curarse. Si usted viera a estos infelices se quedaría
horrorizada. Es difícil imaginar las llagas que tienen, agravadas por la falta
de higiene. Gracias a Dios pude aprender algo en Marsella y hago lo que puedo
para darles alivio».
El trabajo era grande y continuo. Vida de sacrificio, sin descanso,
aceptada con una fortaleza alegre.
«La Hna. Amandina es, por temperamento, la más joven entre nosotras
-escribe María Herminia-, canta y ríe todo el día. No está mal. Al contrario, la
cruz de una misionera debe ser llevada con gozo». Los chinos la llaman «la
hermana europea que ríe siempre».
Pasó noches y días velando a María de Santa Natalia durante su enfermedad;
y siguió con el trabajo constante con los enfermos hasta que, al final, también
ella cae enferma, grave... No hay muchos medios, pero poco a poco, su naturaleza
sana se rehace, y continúa su servicio.
En una de sus últimas cartas, María Herminia cuenta: «María Amandina decía
esta mañana que ella no pedía a Dios que salve la vida a los mártires, sino que
les dé fortaleza». Y ella, en efecto, continuaba preparando sus medicinas,
cantando como siempre. Su alegría admiraba a los que estaban encarcelados con
ella. Con toda seguridad, cantó el «Te Deum» hasta el final, porque el Señor le
había regalado la alegría franciscana, alabanza al Señor Dios, Sumo Bien, todo
Bien, único Bien, según la oración de Francisco de Asís.
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[Texto tomado de la página web oficial de las Franciscanas Misioneras de
María: http://www.fmm.org/esp/cap2.Mart-esp.htm]
Fuente: franciscanos.org
Fuente: franciscanos.org
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