Beata
Lucía de Freitas, Mártir en Japón
Septiembre 10
(1622 d. C.) De origen japonés, estaba casada con el portugués Filippo de Freitas. Viuda, tersiaria dominica, cuando en 1614, Useyasu, fundador de la dinastía de Tokugawa, promulgó un decreto que prohibía practicar la religión católica y ordenaba bajo pena de muerte que los misioneros abandonaran el país, hospedó generosamente al Padre dominico Castellet.
Septiembre 10
(1622 d. C.) De origen japonés, estaba casada con el portugués Filippo de Freitas. Viuda, tersiaria dominica, cuando en 1614, Useyasu, fundador de la dinastía de Tokugawa, promulgó un decreto que prohibía practicar la religión católica y ordenaba bajo pena de muerte que los misioneros abandonaran el país, hospedó generosamente al Padre dominico Castellet.
Pero
el 15 de julio de 1628 fueron descubiertos y los condujeron junto con algunos
catequistas a la cárcel de Omura. Después de pasar algunos meses en prisión el 8
de septiembre de 1628, fue llevada a Nagasaki. Allí la condenaron a morir
quemada viva. Tenía ochenta años.
En
ese día veintidos cristianos europeos y japoneses recibieron la gloria de morir
por Nuestro Señor Jesucristo, dando testimoniando su fe en
Él.
=
Autor: Xavier Villalta
=
Lucía de Freitas o Fletes nació en Nagasaki en 1542 de familia noble, y
contrajo matrimonio con el rico comerciante portugués Felipe de Fletes. De ella
dice el P. Diego de San Francisco, misionero de Japón en aquel tiempo: El Señor
la había dotado de muchas virtudes y devoción, y particularmente lucieron en
ella la hospitalidad y el deseo del martirio. Profesó en la Tercera Orden de San
Francisco. Su casa fue siempre una hospedería de todos los religiosos y
ministros del Evangelio, que iban allí a esconderse de las persecuciones, a
pedir de comer y otras cosas necesarias para el sustento y vestido, y a curarse
de sus enfermedades, como si fuera la madre de los sacerdotes, y así la
llamábamos todos, madre. Era como para alabar a Dios ver la alegría y caridad
con que acudía en ayuda de los perseguidos sacerdotes del Altísimo, lo que no
molestaba a su marido que era un gran cristiano. Era una mujer muy varonil,
espiritual y fervorosa. Cuando supo que un débil cristiano había abjurado de su
fe en presencia del Teniente del Gonrrocu, fue a la casa de éste y, en presencia
del mismo y de mucha gente, llena de espíritu y de celo de Dios, reprochó con
vehemencia al renegado lo que había hecho, y lo invitó cordialmente a
arrepentirse y volver a Dios.
El Teniente del Gobernador y sus acompañantes,
oyendo las razones de Lucía, se turbaron, y ardiendo de ira al ver la osadía tan
varonil de una mujer, le dijeron: ¿Cómo te has atrevido a hablar tales cosas con
tan poco respeto del Teniente y de los que con él estamos?, ¿no temes el castigo
que te podemos dar por tan grande atrevimiento? Pero ella respondió sin
turbación alguna: Sólo temo al Dios del cielo..., a vosotros no os temo ni temo
vuestros tormentos, que bien sé que, tarde o temprano, he de morir a vuestras
manos por la confesión de la fe, y eso es lo que busco y deseo. El Teniente no
quiso mandar que la detuvieran, sólo dijo que la dejasen como a loca, y la
echaron de allí.
Cuando el 4 de noviembre de 1621 detuvieron al P. Ricardo en casa de Lucía,
ésta quedó confinada en su casa como cárcel, le pusieron guardas y le
confiscaron sus bienes. No tardaron en encerrarla en la cárcel de Nagasaki. El
10 de septiembre de 1622, cuando ya estaban en el lugar del martirio los presos
procedentes de la cárcel de Omura, llegó allí el grupo de los encarcelados en
Nagasaki, capitaneados por la beata Lucía de Freitas, que vestía el hábito de la
Tercera Orden Franciscana y traía en sus manos un crucifijo. Iba predicando y
animando por el camino a todos los demás, particularmente a las mujeres, con
tanto espíritu y fervor como pudiera hacerlo un predicador. Los ministros de
justicia y los verdugos, no pudiendo sufrir la actitud de Lucía, le quitaron el
crucifijo de las manos y le arrancaron el hábito de la Orden de San Francisco,
pero ella continuó exhortando a todos, alabando a Dios y entonando el
Magníficat, por lo que le dieron bofetadas, golpes y malas tratos hasta llegar
al brasero en que iba a ser quemada. Así, en el grupo que llegó de Omura fue
Pedro de Ávila el predicador, y en el grupo procedente de Nagasaki lo fue lucía
de Freitas, y en semejante ministerio permanecieron durante el martirio dando
muestras de gran entereza humana y de firmeza en la fe.
=Autor: Xavier Villalta
No hay comentarios.:
Publicar un comentario