Santa Lioba o Leoba,
Virgen
Septiembre 28
(780 d. C) La participación activa de las monjas y hermanas religiosas en las misiones extranjeras se ha extendido y desarrollado tanto en nuestros tiempos, que hemos llegado a considerarlas como una moderna innovación. Por cierto que no hay tal y, aparte de ciertas diferencias de métodos, debidas al desarrollo de las "congregaciones activas sin clausura", nos encontramos con que el mismo sistema de misiones se practicaba ya en las edades sombrías, cuando se iniciaba la evangelización de los bárbaros en Europa. Como ejemplo, basta citar la solicitud de misioneras que hizo San Bonifacio y a la que respondieron Santa Lioba, Santa Tecla, Santa Walburga y otras muchas, desde su tranquila abadía de Wimborne, para trasladarse a las tierras salvajes de los herejes germanos.
Septiembre 28
(780 d. C) La participación activa de las monjas y hermanas religiosas en las misiones extranjeras se ha extendido y desarrollado tanto en nuestros tiempos, que hemos llegado a considerarlas como una moderna innovación. Por cierto que no hay tal y, aparte de ciertas diferencias de métodos, debidas al desarrollo de las "congregaciones activas sin clausura", nos encontramos con que el mismo sistema de misiones se practicaba ya en las edades sombrías, cuando se iniciaba la evangelización de los bárbaros en Europa. Como ejemplo, basta citar la solicitud de misioneras que hizo San Bonifacio y a la que respondieron Santa Lioba, Santa Tecla, Santa Walburga y otras muchas, desde su tranquila abadía de Wimborne, para trasladarse a las tierras salvajes de los herejes germanos.
Lioba pertenecía a una buena
familia del Wessex y su madre, Ebba, estaba emparentada con San Bonifacio. Desde
niña, Lioba quedó internada en el monasterio de Wimborne, en el Dorsetshire, al
cuidado de la abadesa, Santa Tetta. A la muchacha se la había bautizado con el
nombre de Thruthgeba, que fue transformado por las gentes que la trataban en
Liobgetha (Leofgyth) y abreviado luego a Lioba, que significa "la bien amada",
un nombre que cuadraba a maravilla a un ser tan precioso a los ojos de Dios y de
los hombres y que su dueña no dejó de usar nunca. Cuando llegó a la mayoría de
edad, Lioba decidió permanecer en el monasterio, hizo su profesión y progresó
rápidamente en virtud y saber. Su inocencia y su buen sentido servían de ejemplo
aun a las monjas de mayor edad y experiencia. Su deleite lo encontraba en la
lectura y las devociones.
En el año de 722, San Bonifacio fue consagrado obispo por el Papa San Gregorio II y al momento se le envió a predicar el Evangelio en Sajonia, Turingia y el Hesse. Bonifacio era natural de Crediton, localidad cercana a Wimborne y, cuando las noticias de sus trabajos y sus éxitos entre los germanos llegaron a oídos de las monjas de aquel monasterio, su joven pariente, Lioba, se atrevió a escribirle en estos términos:
"Al muy reverendo Bonifacio, portador de la más alta dignidad y bienamado de Cristo, yo, Liobgetha, a quién él está vinculado por la sangre, la menor de las siervas de Cristo, manda saludos por la salvación eterna.
"Ruego a vuestra bondad que recordéis la amistad que os unía a mi padre, Dynne, cuando morabais los dos en la comarca del oeste. Mi padre murió have ocho años, y os suplico que no retengáis vuestras oraciones por la salvación de su alma. También recomiendo a vuestra memoria a mi madre, Ebba, que aún vive, pero entre los sufrimientos; ella está emparentada con vos, como bien lo sabéis. Yo soy la hija única de mis padres y, aunque no lo merezco, me gustaría miraros como a mi hermano, puesto que ya confío en vos más que en cualquier otro de mis parientes.
En el año de 722, San Bonifacio fue consagrado obispo por el Papa San Gregorio II y al momento se le envió a predicar el Evangelio en Sajonia, Turingia y el Hesse. Bonifacio era natural de Crediton, localidad cercana a Wimborne y, cuando las noticias de sus trabajos y sus éxitos entre los germanos llegaron a oídos de las monjas de aquel monasterio, su joven pariente, Lioba, se atrevió a escribirle en estos términos:
"Al muy reverendo Bonifacio, portador de la más alta dignidad y bienamado de Cristo, yo, Liobgetha, a quién él está vinculado por la sangre, la menor de las siervas de Cristo, manda saludos por la salvación eterna.
"Ruego a vuestra bondad que recordéis la amistad que os unía a mi padre, Dynne, cuando morabais los dos en la comarca del oeste. Mi padre murió have ocho años, y os suplico que no retengáis vuestras oraciones por la salvación de su alma. También recomiendo a vuestra memoria a mi madre, Ebba, que aún vive, pero entre los sufrimientos; ella está emparentada con vos, como bien lo sabéis. Yo soy la hija única de mis padres y, aunque no lo merezco, me gustaría miraros como a mi hermano, puesto que ya confío en vos más que en cualquier otro de mis parientes.
Os envío este pequeño regalo
[¿Tal vez la misma carta?], no porque sea digno de vuestra consideración, sino
sencillamente para que tengáis algo que os recuerde a la pobre de mí y así no me
olvidéis aunque estéis tan lejos que mi presente acorte el lazo de verdadero
amor entre nosotros para siempre. Os pido, amado hermano, que me ayudéis con
vuestras plegarias contra los ataques del enemigo oculto. Os pediré también que,
si vuestra bondad os lo dicta, atendáis mi inculta carta y no rehuséis a
enviarme a cambio unas cuantas amables palabras vuestras, que ya desde ahora
espero ansiosamente como una muestra de vuestra buena voluntad. He tratado de
componer las líneas que siguen, de acuerdo con las reglas del verso, como un
ejercicio para mi mínima destreza en la poesía, en lo cual también tengo
necesidad de vuestra guía. He aprendido estas artes de mi maestra Edburga, que
siempre tiene presente la santa ley divina. ¡Adiós! ¡Qué viváis muchos años muy
feliz y que roguéis siempre por mi!
Arbiter omnipotens, solus qui cuncta creavit
in regno Patris semper qui lumine fulget
qua iugiter flagrana, sic regnat gloria Christi,
illaesum servet semper te iure perenni.
(El Supremo Hacedor omnipotente quiera,
desde el esplendor de su reino eterno
do mora Cristo, gloria del divino Verbo,
conservaros en salud imperecedera.)
No dejó Bonifacio de sentirse conmovido por una misiva tan tierna y mantuvo una larga correspondencia con las monjas de Wimborne, hasta el año de 748, cuando escribió a la abadesa Santa Tetta para rogarle que le enviase a Lioba, junto con otras compañeras, para establecer algunos monasterios y centros de religión para mujeres en la naciente Iglesia de Alemania. En seguida respondió la abadesa a la solicitud y envió a las tierras de herejes unas treinta monjas, entre las que figuraban Santa Lioba, Santa Tecla y Santa Walburga. Todas se reunieron con San Bonifacio en Mainz y éste puso a Lioba al frente de la comunidad y la instaló en un monasterio que fue llamado Bischofsheim, es decir, "Casa del Obispo", por lo que puede suponerse que Bonifacio cedió su residencia a las monjas. Bajo la dirección de Lioba, el convento se pobló rápidamente y de él salieron las monjas para ocupar otras casas que la propia Lioba fundó en Alemania.
Un monje de Fulda, llamado Rodolfo, quien escribió un relato sobre la vida de la santa antes de que hubiesen transcurrido sesenta años desde su muerte, según los testimonios de cuatro de las monjas de su convento, afirma que todas las casas de religiosas en aquella parte de Alemania, solicitaban una monja de Bischofsheim para que las guiase. La propia Lioba, entregada totalmente a su trabajo, parecía haberse olvidado de Wessex y de sus gentes. Su belleza era notable: tenía el rostro "como el de un ángel", siempre plácido y sonriente, aunque rara vez se la oía reír. Nadie la vio jamás de mal humor, ni la oyó decir una palabra dura; su paciencia y su inteligencia eran tan amplias como su bondad. Se dice que la copa en que bebía era la más pequeña de todas y ese dato nos da la pauta para afirmar que se entregaba a ayunos y austeridades, en una comunidad sujeta a las reglas de San Benito, donde no se comía más que dos veces diarias.
Arbiter omnipotens, solus qui cuncta creavit
in regno Patris semper qui lumine fulget
qua iugiter flagrana, sic regnat gloria Christi,
illaesum servet semper te iure perenni.
(El Supremo Hacedor omnipotente quiera,
desde el esplendor de su reino eterno
do mora Cristo, gloria del divino Verbo,
conservaros en salud imperecedera.)
No dejó Bonifacio de sentirse conmovido por una misiva tan tierna y mantuvo una larga correspondencia con las monjas de Wimborne, hasta el año de 748, cuando escribió a la abadesa Santa Tetta para rogarle que le enviase a Lioba, junto con otras compañeras, para establecer algunos monasterios y centros de religión para mujeres en la naciente Iglesia de Alemania. En seguida respondió la abadesa a la solicitud y envió a las tierras de herejes unas treinta monjas, entre las que figuraban Santa Lioba, Santa Tecla y Santa Walburga. Todas se reunieron con San Bonifacio en Mainz y éste puso a Lioba al frente de la comunidad y la instaló en un monasterio que fue llamado Bischofsheim, es decir, "Casa del Obispo", por lo que puede suponerse que Bonifacio cedió su residencia a las monjas. Bajo la dirección de Lioba, el convento se pobló rápidamente y de él salieron las monjas para ocupar otras casas que la propia Lioba fundó en Alemania.
Un monje de Fulda, llamado Rodolfo, quien escribió un relato sobre la vida de la santa antes de que hubiesen transcurrido sesenta años desde su muerte, según los testimonios de cuatro de las monjas de su convento, afirma que todas las casas de religiosas en aquella parte de Alemania, solicitaban una monja de Bischofsheim para que las guiase. La propia Lioba, entregada totalmente a su trabajo, parecía haberse olvidado de Wessex y de sus gentes. Su belleza era notable: tenía el rostro "como el de un ángel", siempre plácido y sonriente, aunque rara vez se la oía reír. Nadie la vio jamás de mal humor, ni la oyó decir una palabra dura; su paciencia y su inteligencia eran tan amplias como su bondad. Se dice que la copa en que bebía era la más pequeña de todas y ese dato nos da la pauta para afirmar que se entregaba a ayunos y austeridades, en una comunidad sujeta a las reglas de San Benito, donde no se comía más que dos veces diarias.
Todas las monjas practicaban los
trabajos manuales, ya fuera en la cocina, el comedor, el huerto o los quehaceres
domésticos y, al mismo tiempo, recibían lo que ahora se llamaría una "educación
superior"; todas aprendían latín, y el salón destinado a la escritura estaba
siempre ocupado. Lioba no toleraba las penitencias excesivas, como privarse del
sueño, e insistía en que todas descansasen al medio día, como lo mandaba la
regla. Ella misma se recostaba durante aquel período, mientras alguna de las
novicias le leía un pasaje de la Biblia y, si acaso parecía que la madre abadesa
se había dormido y la lectora descuidaba un tanto su tarea, no pasaba un
instante sin que Lioba abriese los ojos y la boca para corregirla. Tras el
descanso, Lioba dedicaba dos horas para charlas con cualquiera de las hermanas
que quisiese hablar con ella. Todas estas actividades estaban al margen del
deber principal de la oración pública, la adoración a Dios y la asistencia a los
sacerdotes que trabajaban en la misión junto con ellas. Existe todavía una carta
de San Bonifacio dirigida a "las muy reverendas y muy amadas hermanas Lioba,
Tecla, Cienhilda y las que moran con ellas", para pedirles que continúen la
práctica de orar constantemente. La fama de Santa Lioba se había extendido por
todas partes; los vecinos acudían a ella cuando les amenazaba el peligro de
incendio, la tempestad o la enfermedad, y los hombres responsables en los
asuntos de la Iglesia y del Estado le pedían consejo.
En el año de 754, antes de que San Bonifacio emprendiese su viaje misionero a Frieslandia, recibió una conmovedora despedida por parte de Lioba, a quien recomendó encarecidamente a San Lull, el monje de Malmesbury que fue su sucesor en la sede episcopal, lo mismo que a todos sus monjes de Fulda, mandándoles que cuidaran de ella con todo respeto y honor. En aquella ocasión, San Bonifacio manifestó su deseo de que, cuando Lioba muriese, fuera enterrada en su tumba, de manera que sus cuerpos aguardasen juntos la resurrección y se levantasen juntos para ir al encuentro del Señor y estar así eternamente unidos en el reino de Su amor.
En el año de 754, antes de que San Bonifacio emprendiese su viaje misionero a Frieslandia, recibió una conmovedora despedida por parte de Lioba, a quien recomendó encarecidamente a San Lull, el monje de Malmesbury que fue su sucesor en la sede episcopal, lo mismo que a todos sus monjes de Fulda, mandándoles que cuidaran de ella con todo respeto y honor. En aquella ocasión, San Bonifacio manifestó su deseo de que, cuando Lioba muriese, fuera enterrada en su tumba, de manera que sus cuerpos aguardasen juntos la resurrección y se levantasen juntos para ir al encuentro del Señor y estar así eternamente unidos en el reino de Su amor.
Después del martirio de San
Bonifacio, Lioba visitaba con mucha frecuencia su tumba en la abadía de Fulda y,
por dispensa especial, se le permitió algunas veces entrar en la abadía para
asistir a ceremonias y conferencias en honor de su santo pariente. Cuando Lioba
era ya muy anciana, después de haber gobernado a Bischofsheim durante veintiocho
años, hizo visitas de inspección a todos los conventos que estaban a su cuidado
renunció a su cargo de abadesa y fue a residir al monasterio de Schónersheim a
seis kilómetros de Mainz. Su amiga, la Beata Hildegarda, esposa de Cario-magno,
la invitó con tanta insistencia a la corte de Aachen, que no pudo negarse a ir,
pero su estadía fue breve, porque insistió, a su vez, en regresar a su soledad.
Al despedirse de la reina con muchos abrazos y besos, le dijo: "¡Adiós parte
preciosa de mi alma! Cristo, nuestro Creador y Redentor, quiera otorgarnos la
gracia de volver a vernos, sin peligro de confundir los rostros, en el claro día
del juicio final, porque en esta vida no volveremos a mirarnos". Así fue, porque
Santa Lioba murió pocos días después de haber regresado de la corte y fue
sepultada en la iglesia de la abadía de Fulda, no en la misma tumba de San
Bonifacio, porque los monjes temían perturbar sus reliquias, pero junto a ella,
en el lado norte del altar mayor. A Santa Lioba se la menciona en el
Martirologio Romano y su fiesta se celebra en varias partes de
Alemania.
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Hay una biografía que parece haber sido escrita por Rodolfo, el monje de Fulda, antes del año 838. Mabillon y los bolandistas la publicaron (sept. vol. VII); de esa biografía y de las cartas de de San Bonifacio y de San Lull, hemos extraído nuestros datos. Las cartas fueron editadas en fechas recientes por Jaffé y en el MGH., primero por Dümmler y después por Tangl. Ver también, Die christliche Frühzeit Deutschlands, vol. II, de H. Timerding, el Die angelsachsische Mission (1920), del mismo autor; la obra Woman under Monasticism, cap. IV, de L. Eckenstein, y England and the Continent in the Eighth Century (1946), de W. Levison.
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Hay una biografía que parece haber sido escrita por Rodolfo, el monje de Fulda, antes del año 838. Mabillon y los bolandistas la publicaron (sept. vol. VII); de esa biografía y de las cartas de de San Bonifacio y de San Lull, hemos extraído nuestros datos. Las cartas fueron editadas en fechas recientes por Jaffé y en el MGH., primero por Dümmler y después por Tangl. Ver también, Die christliche Frühzeit Deutschlands, vol. II, de H. Timerding, el Die angelsachsische Mission (1920), del mismo autor; la obra Woman under Monasticism, cap. IV, de L. Eckenstein, y England and the Continent in the Eighth Century (1946), de W. Levison.
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