Beata María Luisa (Gertrudis) Prosperi, Abadesa
Septiembre 12
Martirologio Romano: En Trevi, en la provincia de Perugia, en la región de Umbria (Italia), beata María Luisa, en el siglo Gertrudis Prosperi, de la Orden de San Benito, Abadesa del monasterio de aquella localidad († 1847)
Martirologio Romano: En Trevi, en la provincia de Perugia, en la región de Umbria (Italia), beata María Luisa, en el siglo Gertrudis Prosperi, de la Orden de San Benito, Abadesa del monasterio de aquella localidad († 1847)
Fecha de beatificación: 10 de noviembre 2012, durante el
pontificado de S.S. Benedicto XVI
Gertrudis Prosperi, hija de Domingo y Maria Diomedi, nació en Fogliano de Cascia (Perugia) el 15 de agosto de 1799. Su familia, a pesar de ser parte de la aristocracia local, no cuenta con grandes recursos financieros, tan sólo la casa situada en el centro de la región, cerca de la iglesia parroquial de San Hipólito. Fue bautizada el mismo día en la pila bautismal que aún existe.
Gertrudis Prosperi, hija de Domingo y Maria Diomedi, nació en Fogliano de Cascia (Perugia) el 15 de agosto de 1799. Su familia, a pesar de ser parte de la aristocracia local, no cuenta con grandes recursos financieros, tan sólo la casa situada en el centro de la región, cerca de la iglesia parroquial de San Hipólito. Fue bautizada el mismo día en la pila bautismal que aún existe.
Es una mujer que toma decisiones pese a su juventud, de
hecho el 4 de mayo de 1820, es aceptada en el monasterio de Santa Lucía en Trevi
en la diócesis de Spoleto (Perugia), monasterio benedictino recientemente
reabierto luego de la supresión napoleónica ocurrida unos años antes, tomó el
nombre de María Luisa. Su vida es poco conocida, esto claro si tomamos en cuenta
su recuerdo aún vivo en la ciudad de Trevi y entre las benedictinas todavía
presentes en el
monasterio.
Desde 1822 a 1834 vivió en el monasterio de S. Lucía
como una religiosa ejemplar y muy apreciada. Ejerce todos los oficios previstos
en la regla benedictina: enfermera, sacristana, camarlenga (cuatro veces), y
finalmente como instructora de huéspedes. Los testimonios coinciden en
describirla como amable, muy querida por los huéspedes y las monjas, que ejercía
sus funciones meticulosamente para luego dedicarse intensamente a la oración, a
menudo invitando a sus hermanas a unirse a ella. Durante mucho tiempo, sin
embargo, la vida de María Luisa se lleva a cabo en silencio dentro de los ritmos
y las prácticas del monasterio, en la oración y en la
clandestinidad.
Nadie sabía sobre sus experiencias místicas. Sólo
después de la llegada del primer director espiritual (tuvo cuatro), María Luisa
es en cierto sentido es obligada a salir del silencio y contar lo que le sucede.
Una de las visiones tiene que ver con el sufrimiento causado por la
incomprensión de sus directores espirituales. Ve a "Jesús con la cruz sobre sus
hombros... que le dice: así es como te quiero, serás la vergüenza de todos. Te
verás oprimida, y a pesar de ser acosada por los demonios, sufrirás por causa de
los confesores. Desearán ayudarte, pero no podrán. ¡Oh Dios, qué pena!". Fue
objeto de una sanción monástica y es incomprendida por las hermanas. Luego viene
la lista de penitencias. Estamos en el siglo XIX, con sus prácticas de piedad y
sus disciplinas, cilicios y cadenas. Ella, siguiendo la fuerte tradición
ascética de su tiempo, quiere dominar el cuerpo macerándolo con prácticas
disciplinarias severas, siguiendo el ejemplo de figuras como San Alfonso María
de Ligorio. A través de la oración de María Luisa, el mundo entero entra en el
monasterio, está entretejido en la trama de oración diaria que marca la vida
monástica.
Inesperadamente, el 1 de octubre de 1837, a los 38 años,
fue elegida abadesa cargo que ocupó hasta su muerte acaecida diez años más
tarde, el 12 de septiembre de 1847. Es un cambio que da lugar a dudas en María
Luisa, porque hasta ese momento pensó que debería encontrar su camino en el
silencio. El monasterio estaba sumergido en una temporada difícil y ella, una
mujer dedicada a la reclusión y la oración, no muestra vacilaciones, más bien
denota una visión concreta y lúcida del camino que debe seguirse. Actúa de
manera muy clara. Como primer paso, poco a poco pero sin pausa, se restablece el
pleno cumplimiento de la Regla Benedictina, con una acción basada en el ejemplo.
La nueva abadesa vence la desconfianza residual a través de una práctica
personal de total humildad, al punto de llegar a sorprender en muchas ocasiones
a las monjas. Su forma de gobierno es atrayente, no autoritario, pero de fuerte
carisma personal. Escribe Adelaide Pellegrini, aceptada por María Luisa como un
novicia: "imposible no amarla, tanto era la dulzura de sus afectos, sus maneras
alegres, informal, llena de bondad, sin mínimo doblez o fingimiento...". Infunde
un nuevo espíritu al monasterio, donde las hermanas la ven como una monja amante
de la interioridad y el recogimiento que no tolera dejadeces o poca atención en
la oración. Su capacidad para la introspección es a menudo decisiva,
especialmente en saber suscitar nuevas vocaciones a la vida
monástica.
La gestión de María Luisa ha visto pasar el monasterio
de la estrechez a la abundancia: la abadesa ofrece su ayuda a los pobres, se
convierte en fuente de limosnas para muchos que llaman a la puerta del
monasterio, en una Trevi donde la vida para muchos es difícil. Para no dejar a
nadie con las manos vacías, have incluso algo que no es correcto: toma alimentos
de la tienda sin informarlo a la
camarlenga.
La abadesa también cuida con celo incluso el
cumplimiento de la Regla de San Benedicto prescrita para las monjas enfermas,
pero en general, muestra sensibilidad a todas sus
hermanas.
Electa abadesa desea que sus experiencias místicas -que
siguen- no perturben la vida comunitaria, por lo que las mantiene ocultas, como
un secreto aún más valioso porque se esconde. Pero algo se trasluce en muchas
ocasiones. El nuevo director espiritual, el arzobispo de Spoleto. Ignazio
Giovanni Cadolini, la obliga a escribir informes periódicos sobre sus
experiencias místicas. Son abrumadoras experiencias de encuentros con la persona
amada: Cristo. Desde 1838, comenzó a firmar como María Luisa de la Voluntad de
Dios; escribir sobre estas cosas aumenta su sufrimiento, pero Mons. Cadolini la
obliga a hacerlo de forma regular, en total enviará al Obispo más de trescientas
páginas. En el simbolismo de sus visiones, utiliza el tema del Corazón de Jesús,
centro de la piedad popular del siglo XIX. Varias veces experiencias místicas la
dejan físicamente acabada, haciendo difícil el ocultarlo a las hermanas. A
menudo ocurren en el momento de recibir la Eucaristía, convirtiéndolo en un
tiempo unitivo con Cristo. En su correspondencia, reporta los diálogos entre
ella y Cristo como diálogos de amor, del tipo del Cantar de los Cantares, en el
que la unión de los corazones necesariamente significa la participación en las
penas contenidas en el corazón de Cristo, que en una de las visiones le dice:
"Aquí hija está tu hogar, aquí descansarás, pide lo que quieras, pon aquí todo
corazón que yo lo aceptaré, los de los justos por amarme, los de los pecadores
para convertirlos, los de los incrédulos para que puedan regresar a mi
Iglesia".
La visión de un cardenal sufrimiento en el purgatorio
sirve para introducir un inesperado crítico discurso sobre la situación interna
de la Iglesia, señala sorprendentemente a "Ugenio", que probablemente es Eugenio
IV, el Papa de la unión efímera con los griegos concebida en el Concilio de
Florencia, que tenía un "reino tormentoso". Muchas de estas visiones son
recibidas por María Luisa en un momento en el que se desarrolla una historia
importante, es decir, el intento de Mons. Cadolini (que mientras tanto había
sido nombrado Cardenal Arzobispo de Ferrara) para transferirla a otro
monasterio. Desea, en efecto, fundar un nuevo Instituto de Adoración Perpetua al
Sagrado Corazón en Ferrara, e involucrar a María Luisa en la empresa, que no
está en condiciones de decir que no. Dejar el monasterio de Trevi y la Iglesia
de Spoleto, en cambio, es una cosa dura que aceptar. Repetidamente dice que está
dispuesta a obedecer y le escribe a Cadolini: "Yo nada decido, sólo quiero lo
que quiere Dios". Al final no irá a Ferrara. Se rompe la comunicación con Mons.
Cadolini, al que, sin embargo, no ha desobedecido
nunca.
Todos estos eventos ocurren mientras la vida del
monasterio, bajo su dirección, continúa con regularidad en un clima de renovada
adhesión a la Regla. Su prédica y sus palabras tocan los corazones de las
hermanas, incluso el de las más problemáticas. El monasterio ya no es un lugar
indigno, hogar de una comunidad necesitada y dividida
internamente.
Durante sus últimos cuatro años de vida, María Luisa
experimenta en su persona un gran sufrimiento. En la Semana Santa de 1847, la
situación parece precipitarse. Todo comienza en la víspera del Domingo de Ramos.
María Luisa cae enferma, parece ahogarse. El Jueves Santo yace paralizada en la
cama, sin moverse, con dolor severo. Vive la Pasión de Cristo en todos sus
momentos. Pellegrini escribe: "alrededor de la cabeza tiene como señales en
forma de corona de espinas, cerca del corazón tiene una herida abierta y llena
de sangre viva, apareció una señal sonrojada en el medio de las manos". Después
de Pascua las condiciones María Luisa mejoran. Pero hay una fuerte recaída:
vuelve la infección, la fiebre violenta, los dolores a la cabeza. En agosto de
1847 está enferma en cama, levantándose muy
poco.
Pocas semanas antes de su muerte se siente capaz de ver
lo que sucede en el monasterio, reprende a las monjas por no leer las
Constituciones durante el almuerzo de los viernes, a las monjas que se detienen
en los pasillos para conversar las manda a sus habitaciones, reprende a los
peregrinos porque en lugar de salir a caminar en silencio se detienen para
hablar de su enfermedad con las monjas, supervisa los horarios del coro, bendice
desde la cama la mesa común porque nadie lo había hecho. En resumen, enferma en
cama, muriendo, pero siempre
abadesa.
Los últimos momentos de su vida están llenos de una
serenidad que afecta a todos los presentes a su agonía y son una preocupación
constante para las monjas. Está preparada para morir, toma en su cama la
posición del Crucificado. Murió el 12 de septiembre 1847. Está enterrada en la
iglesia de S. Lucía en
Trevi.
El 19 de diciembre de 2011 el Papa Benedicto XVI firmó
el decreto de reconocimiento del milagro de la curación de una mujer de Umbría
gravemente enferma en el
cerebro.
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Autor: Francesco Carlini | Fuente:
santiebeati.it
Traducción: Xavier Villalta
Traducción: Xavier Villalta
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