Beato Alejandro Carlos María Lanfant, S.I., Mártir
Beato Antonio Carlos Octaviano du Bouzet, Vicario General, Mártir
Beato Armando Ana Chapt de Rastignac, Vicario General, Mártir
Beato Carlos Luis Hurtrel, Minimo, Mártir
Beato Claudio Fontaine, Presbítero y Mártir
Beato Daniel Ludovico André des Pommerayes, Presbítero y Mártir
Beato Francisco José Pey, Presbítero y Mártir
Beato Juan Andrés Capeau, Presbítero y Mártir
Beato Juan José Rateau, Presbítero y Mártir
Beato Juan Ludovico Guyard de Saint-Clair, Canónigo, Mártir
Beato Juan Pedro Simón, Canónigo, Mártir
Beato Laurent, Presbítero y Mártir
Beato Luis Benjamín Hurtrel, Diácono, Mártir
Beato Luis le Danoist, Presbítero y Mártir
Beato Ludovico Remigio Benoist, Presbítero y Mártir
Beato Ludovico René Nicolás Benoist, Presbítero y Mártir
Beato Marcos Luis Royer, Presbítero y Mártir
Beato Pedro Ludovico Gervais, Presbítero y Mártir
Beato Santino Huré, Presbítero y Mártir
Beato Tomás Juan Montsaint, Presbítero y Mártir
Vida y Testimonio de los 21 Mártires de París (1792)
Pedro Jacobo nació en Carpentras. Fue párroco de San Nicolás de los Campos en Paris (1784), para ser predicador al año siguiente, y unos años más tarde fue nombrado coadjutor de la parroquia parisina de Saint Merry. Aunque su párroco prestó juramento constitucional, él se negó. Su ejemplo influyó en que el párroco se retractara de su juramento.
Fue detenido y recluido en la abadía de Saint Germain-des-Prés, donde era el único sacerdote entre los presos de los primeros días. Se comportó con gran dignidad y cayó con los demás en la masacre allí sufrida.
En los días oscuros de la Revolución Francesa, cuando la fidelidad a Cristo se convirtió en delito, veintiún hombres consagrados —presbíteros, canónigos, vicarios, religiosos y un diácono— fueron arrestados por negarse a jurar la Constitución Civil del Clero. Reunidos en la abadía de Saint-Germain-des-Prés, sabían que no habría juicio ni defensa: sólo martirio.
No se defendieron con palabras, sino con silencio. No se protegieron con fuerza, sino con fe. Cada uno, desde su vocación —el púlpito, el altar, la enseñanza, el servicio oculto— ofreció su vida como testimonio de la verdad que no se negocia.
Pedro Jacobo María Vitalis, presbítero, fue el primero en ser reconocido por su serenidad. Antonio Carlos Octaviano du Bouzet y Armando Ana Chapt de Rastignac, vicarios generales, sostuvieron la dignidad episcopal sin mitra ni báculo. Juan Ludovico Guyard de Saint-Clair y Juan Pedro Simón, canónigos, murieron como si aún cantaran vísperas. Luis Benjamín Hurtrel, diácono, fue el más joven: su lámpara no se apagó.
No hubo milagros visibles, ni visiones, ni voces celestiales. Sólo fidelidad. Y eso basta.
=
No hay comentarios.:
Publicar un comentario