Beato Francisco Maqueda López,
Mártir
Septiembre 12
Nació en Villacañas (Toledo). En
1925 ingresó en el Seminario Menor de Toledo. El 5 de junio de 1936 recibió el
subdiaconado. Pese a su corta edad, se vislumbraba en su vida una gran madurez
humana y una fuerte personalidad. Asimismo, destacaba por su reciedumbre en
virtudes ascéticas y místicas. Era muy dado a conocer -a través de la lectura-
la vida de los santos, hacia quienes se sentía profundamente atraído, para
después imitarles. Siempre estuvo centrado en su vocación. La sinceridad, la
justicia y la fortaleza sobresalían en él.
(1914-1936).
Cuando estalla la Guerra, el joven Maqueda ya había sido detenido, el 23 de junio de 1936, por enseñar a los niños la doctrina cristiana. Fue sólo ese día y le pusieron una multa. Después, el 11 de septiembre, fue detenido nuevamente. Arrodillado a los pies de su madre, le dijo: “Madre, déme la bendición, que me voy al cielo”.
Mientras sus captores se mofaban de él, Francisco pronunciaba sus últimas palabras de despedida para los suyos: “¡Adiós, madre, hasta el cielo! ¡Adiós, adiós, hasta el cielo a todos!” Fue conducido desde su casa a la ermita de la Virgen de los Dolores, que los milicianos usaban como cárcel, y donde tenían apresadas a otras quince personas más, la mayoría jóvenes. En seguida, Francisco les congregó. Su intención era ayudarles espiritualmente para la muerte ya muy próxima.
Les dijo: “Preparémonos, esta noche nos llevarán al cielo, ¿queréis
acompañarme y rezamos juntos el rosario a la Santísima Virgen?” La invitación
fue muy bien acogida y, puestos de rodillas, con toda devoción, rezaron juntos
ante la imagen de la Virgen.
Sobre las doce de la noche, vinieron a buscarlos, les transportaron en un camión por la carretera general de Andalucía. Muy cerca de Dosbarrios, en el Km. 67, entre las poblaciones de La Guardia y Ocaña, les hicieron bajar; eran las dos de la mañana del 12 de septiembre. Camino del martirio fueron cantando y rezando y, Francisco, en medio de ellos, con los brazos en alto.
Los milicianos le dijeron: “Ahí está tu padre” y, aunque efectivamente era
verdad, porque días antes le habían matado a medio kilómetro, él les contestó:
“Os equivocáis, mi padre está en el cielo”. Indignados, se burlaron: “¿Y aún
estás alegre?”. Imaginándose lo que todavía quedaba, les pidió por favor le
permitieran ser el último para ayudar a morir bien a sus hermanos en Cristo. Les
dejaron casi sin ropa y, según testigos, les dieron una descarga de piernas para
abajo. Y, a continuación, todos fueron pasados a
cuchillo.
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Fuente: oremosjuntos.com
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