Noviembre 9 - 25
Primer Matrimonio Beatificados Juntos
Primer Matrimonio Beatificados Juntos
Martirologio Romano: En Roma, beata María Beltrame Quattrocchi, que, siendo madre de familia, ilustró de modo conspicuo a la familia de Cristo y a la sociedad, viviendo ejemplarmente su vida matrimonial y mostrando su comunión de fe y amor hacia el próximo. (26 de agosto de 1965).
En Roma, beato Luis Beltrame Quattrocchi, que, siendo padre de
familia, en los asuntos publicos y en los privados respetó los mandamientos de
Cristo y los proclamó con celo y honradez de vida. (9 de noviembre de
1951).
Un abogado del Estado y una profesora han subido juntos a los altares igual que lo hicieran a la basílica romana de Santa María Mayor el 25 de noviembre de 1905 para contraer matrimonio. Juan Pablo II ha manifestado su alegría pues, «por primera vez dos esposos llegan a la meta de la beatificación». Luigi (1880-1951) y María (1884-1965) Beltrame Quattrochi, originarios de Roma, fueron un matrimonio feliz.
María era profesora y escritora de temas de educación, comprometida en
varias asociaciones (Acción Católica, Scout, etc.). Luigi fue un brillante
abogado que culminó su carrera siendo vice-abogado general del Estado italiano.
Estuvieron casados durante cincuenta años y tuvieron cuatro hijos: Filippo (hoy
padre Tarcisio), nacido en 1906; Stefania (sor Maria Cecilia), nacida en 1908 y
fallecida en 1993; Cesare (hoy padre Paolino), nacido en 1909; y Enrichetta, la
menor, que nació en 1914. Dos de ellos, Filippo y Cesare, se encontraban entre
los sacerdotes que concelebraron la Misa de beatificación con el Papa. La
tercera, Enrichetta, se sentaba entre los peregrinos que llenaron hasta los
topes el templo más grande de la cristiandad.
El Papa subrayó que la primera beatificación de un matrimonio llega
justo «en el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica «Familiaris
Consortio», que puso de manifiesto el papel de la familia, particularmente
amenazado en la sociedad actual». Recién licenciado en Derecho, el joven
siciliano tuvo la suerte de descubrir a una muchacha florentina alegre y
decidida, que no dudaría en ejercer como enfermera voluntaria en la guerra de
Etiopía y en la Segunda Guerra Mundial. Luigi y María eran una familia acomodada
y a la vez generosa, que supo acoger en su casa romana a muchos refugiados
durante el último gran conflicto y organizar grupos de «scouts» con muchachos de
los barrios pobres de Roma durante la
postguerra.
Pero eran, sobre todo, una pareja normal -con las aficiones típicas de
la clase media romana desde la política hasta la música-, que se apoyaban el uno
en el otro para sacar adelante a sus cuatro hijos. Por su cargo de abogado del
Estado, Luigi conoció a los grandes políticos de la postguerra mientras que
María fue profesora y escritora. No fundaron ninguna orden religiosa, ni
tuvieron experiencias místicas, pero convirtieron su trabajo en servicio
habitual a los demás y volcaron todo su cariño en la vida familiar hasta la
muerte de Luigi, en 1951 y de María en 1965. La santidad de ambos creció en
pareja pues, de hecho, antes de casarse, Luigi Beltrame Quattrocchi no vivía su
fe cristiana con especial fervor.
La vocación religiosa prendió, en cambio, muy pronto en sus cuatro
hijos, tres de los cuales acudieron a la ceremonia en la Plaza de San Pedro.
Según Tarsicio, sacerdote diocesano de 95 años, «nuestra vida familiar era muy
normal» mientras que Paolino, padre trapense de 92 años, recuerda «el ambiente
ruidoso y alegre de nuestra casa, sin beaterías o ñoñerías». Enrichetta, que
tiene 87 años y se consagró privadamente a Dios, asegura que sus padres no
discutieron jamás delante de los hijos. «Es lógico que hayan tenido
divergencias, pero nosotros nunca las vimos. Los problemas los resolvían
hablando entre ellos».
El heroísmo de la pareja se puso a prueba cuando esperaban a
Enrichetta, la última de sus dos hijas, y los médicos diagnosticaron una
complicación gravísima que aconsejaba abortar. Uno de los mejores ginecólogos de
Roma les dijo que las posibilidades de supervivencia de la madre eran de un 5
por ciento, pero ambos prefirieron arriesgar. Enrichetta nació en 1914 y
agradece a sus padres «aquel acto de heroísmo
cristiano».
Los dos nuevos beatos, explicó el Papa durante la homilía de la
beatificación, vivieron «una vida ordinaria de manera extraordinaria». «Entre
las alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron realizar una
existencia extraordinariamente rica de espiritualidad. En el centro, la
eucaristía diaria, a la que se añadía la devoción filial a la Virgen María,
invocada con el Rosario recitado todas las noches, y la referencia a sabios
consejos espirituales».
«Estos esposos vivieron a la luz del Evangelio y con gran intensidad
humana el amor conyugal y el servicio a la vida --añadió el Santo Padre--.
Asumieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la
procreación, dedicándose generosamente a los hijos para educarles, guiarles,
orientales, en el descubrimiento de su designio de
amor».
En la historia hay otros casos de santidad de matrimonios reconocidos
oficialmente por la Iglesia. Es la primera vez, sin embargo, que la ceremonia de
beatificación se realiza de manera conjunta. La beatificación se convirtió en el
momento culminante de la fiesta de la familia que ha organizado este fin de
semana la Iglesia católica en Italia, al cumplirse los veinte años de la
publicación de la exhortación apostólica «Familiaris Consortio», el documento
sobre la vida matrimonial más importante escrito por Juan Pablo II. En la tarde
del sábado anterior, 50 mil personas se habían congregado en la plaza de San
Pedro para participar con el obispo de Roma en un encuentro de fiesta, oración y
testimonio. El pontífice pidió en esa circunstancia «un decidido salto de
calidad en la programación de las políticas sociales» a favor de la familia y
volvió a recordar que la familia no puede ser equiparada a otro tipo de formas
de convivencia.
La fiesta, sin embargo, quedó algo estropeada por una torrencial
lluvia que azotó la plaza de San Pedro con ráfagas violentas. Por este motivo, a
última hora, se decidió celebrar la misa en la Basílica del Vaticano. La fachada
de Maderno reservó en esos momentos un espectáculo único: miles de peregrinos,
que se resguardaban del aluvión tratándose de cubrir con sillas, entraron en
masa mojados hasta los topes en la gran basílica. Al final de la celebración,
antes de presidir la oración mariana del «Angelus», Juan Pablo II condenó con
palabras durísimas la violencia que ha tenido lugar estos tres últimos días en
Belén y presentó a la familia como un signo de esperanza en este mundo atenazado
por el miedo a los atentados y la violencia. «La familia, de hecho --dijo--,
anuncia el Evangelio de la esperanza con su misma constitución, pues se funda
sobre la recíproca confianza y sobre la fe en la Providencia. La familia anuncia
la esperanza, pues es el lugar en el que brota y crece la vida, en el ejercicio
generoso y responsible de la paternidad y de la maternidad». «Una auténtica
familia, fundada en el matrimonio, es en sí misma una "buena noticia" para el
mundo», concluyó.
Su hijo Cesare Beltrame Quattrocchi, de 92 años, quien al abrazar la
vida religiosa asumió el nombre de Paolino, recuerda con sencillez la figura de
sus padres. «Si bien nunca había imaginado que un día serían proclamados santos
por la Iglesia, puedo afirmar sinceramente que siempre percibí la extraordinaria
espiritualidad de mis padres. En casa, siempre se respiró un clima sobrenatural,
sereno, alegre, no beato. Independientemente de la cuestión que debíamos
afrontar, siempre la resolvían diciendo que había que hacerlo «de tejas para
arriba». Entre papá y mamá se dio una especie de carrera en el crecimiento
espiritual. Ella comenzó en la parrilla de salida, pues vivía ya una intensa
experiencia de fe, mientras que él era ciertamente un buen hombre, recto y
honesto, pero no muy practicante. A través de la vida matrimonial, con la
decisiva ayuda de su director espiritual, también él se echó a correr y ambos
alcanzaron elevadas metas de espiritualidad. Por poner un ejemplo: mamá contaba
cómo, cuando comenzaron a participar diariamente en la misa matutina, papá le
decía «buenos días» al salir de la iglesia, como si sólo entonces comenzara la
jornada. De las numerosas cartas que se dirigieron, que hemos podido encontrar y
ordenar, emerge toda la intensidad de su amor. Por ejemplo, cuando mi padre se
iba de viaje a Sicilia, era suficiente que llegara a Nápoles para que enviara un
mensaje, en el que contaba a su mujer lo mucho que la echaba de menos. Este amor
se transmitía tanto hacia dentro --durante los primeros años de matrimonio
vivían también en nuestro piso los padres de ambos y los abuelos de ella-- como
hacia fuera, con la acogida de amigos de todo tipo de ideas y ayudando a quien
se encontraba en la necesidad. La educación, que nos llevó a tres de nosotros a
la consagración, era el pan cotidiano. Todavía tengo una «Imitación de Cristo»
que me regaló mi madre cuando tenía diez años. La dedicatoria me sigue
produciendo escalofríos: «Acuérdate de que a Cristo se le sigue, si es
necesario, hasta la muerte».
Esta causa de beatificación ha sido también especial por otro motivo:
la Congregación para las causas de los santos aceptó un sólo milagro para los
dos siervos de Dios. Según revela el postulador -el padre Rossi-, se trata de
Gilberto Grossi, un joven que hoy es neurocirujano, pero que en el momento en el
que lo experimentó trabajaba en la casa Beltrame Quattrocchi catalogando los
escritos de los dos esposos. «Su invocación a Dios por la curación de
alteraciones óseas, que con frecuencia le obligaban a permanecer inmóvil, fue
dirigida por intercesión de ambos cónyuges», revela el postulador. «Al reconocer
su "común intercesión" --concluye el postulador--, podemos decir que los
teólogos han subrayado que los esposos no sólo están unidos en una dimensión
humana, sino también espiritual». Rossi explica que «Luigi y María no tenían
aparentemente nada de "extraordinario". Lo que les distingue es la "manera
extraordinaria" con la que vivieron». «Los dos esposos fueron cristianos
convencidos, coherentes y fieles a su propio bautismo; supieron acoger el
proyecto de Dios sobre ellos y respetaron su prioridad; fueron personas de gran
caridad, entre sí, con los hijos y con el prójimo, promoviendo el bien y la
justicia; fueron personas de esperanza, que supieron dar el justo significado de
las realidades terrenas, con la mirada puesta siempre en la eternidad». Según el
padre Rossi, estos dos nuevos beatos dejan al mundo un «mensaje de esperanza,
consuelo y apoyo a la familia cristiana, asaltada hoy por tantos problemas y
asediada en sus valores fundamentales, en su ideal, en su configuración
genuina».
Cuando se aprobó la causa de beatificación conjunta del primer
matrimonio en la historia de la Iglesia, a la Congregación vaticana para las
Causas de los Santos le surgió un problema: ¿cuándo se celebrará su fiesta? En
general, la fiesta de los beatos y santos suele celebrarse el día de su muerte,
día de su abrazo con Dios. ¿Debería celebrarse en fechas diferentes la memoria
de Luigi y Maria Beltrame Quattrocchi creando así dos fiestas? Juan Pablo II,
que desde hacía años soñaba con poder beatificar a una pareja, tomó entonces una
decisión revolucionaria: la fiesta de los dos beatos se celebraría conjuntamente
en un mismo día, en el aniversario de su boda. Dado que Luigi y María
contrajeron matrimonio el 25 de noviembre de 1905, por lo tanto esa es la fecha
de su festividad.
Por el momento, la fiesta sólo se celebra en Roma, la diócesis de los
nuevos beatos, pues la beatificación, que el Papa Juan Pablo II celebró el 21 de
octubre de 2001, tiene carácter local. En caso de que sean canonizados, entonces
la fiesta alcanzará un carácter universal.
=
Autor: Alfonso
Aguiló
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