Beato José López Piteira, Mártir
Noviembre 30
Martirologio Romano: Paracuellos del Jarama,
Madrid, España, beato Jósé López Piteira, religioso agustino que, acudiendo a
lejanas tierras en respuesta al llamado hecho por el Señor, fue asesinado por
odio a la fe. († 1936)
Fecha de beatificación: 28 de octubre de 207, por
el Papa Benedicto XVI, junto a otros 497 mártires de la persecución a la fe en
España.
La divina providencia quiso que este joven, primer beato cubano, viniese a derramar su sangre defendiendo su fe en Cristo, en España, la tierra de sus antepasados, aunque llevó clavada en su corazón hasta su postrer aliento la isla caribeña que le vio nacer. Pero un apóstol es ciudadano del mundo, un vastísimo territorio que se conquista palmo a palmo entregándolo todo, como Cristo exige en el Evangelio, de modo que cualquier lugar al que se vea conducido en aras de la voluntad divina se convierte en un destino amado e irrenunciable. Y esto que José tuvo presente en todo momento, unido a la gracia divina que le alumbró, hizo que no tambalease lo más mínimo justamente cuando se enfrentó a la muerte brutal que otros le impusieron. No es tan mundialmente conocido como otros mártires, pero forma parte por derecho propio de quienes supieron hacer frente con toda valentía a ese cruel instante que se cernía sobre ellos, y que generosamente dieron su vida dejando tras de sí un admirable legado de amor.
Un día de primeros del siglo XX su humilde
familia abandonó la noble tierra gallega para ganarse el sustento, como hicieron
tantos compatriotas. Allí quedaron, bajo la custodia de los abuelos, dos de sus
hijos, de los que se despedirían con inmenso dolor. En su equipaje portaban la
fe heredada de sus padres como un preciado tesoro que habrían de transmitir a su
numerosa prole. José nació en Jatibonico el 2 de febrero de 1912. Fue el quinto
de los hijos que vinieron al mundo en ese hogar creado por Emilio y Lucinda, y
segundo de los varones; después nacerían cinco vástagos más.
En plena niñez, poco antes de cumplir sus cinco
primeros años de vida, José regresó junto a sus progenitores a España. Aunque
apenas existen datos de su infancia, debió ser uno de esos niños que no crean
problemas. Cursó estudios en régimen de internado con los benedictinos de Santa
María de San Clodio, del municipio de Leiro, Orense, dando así sus primeros
pasos hacia la vida religiosa. A buen seguro que sus padres habrían puesto
grandes esperanzas en él. Finalizados sus estudios, se integró con los agustinos
de Leganés, Madrid. Profesó con ellos en 1929, y prosiguió su formación en el
monasterio de san Lorenzo del Escorial. Se han destacado las cualidades que
apreciaron en él en esa época de su vida subrayando su «carácter bondadoso y
tratable, entusiasta y observante».
Y efectivamente no sería mal religioso cuando un
año antes de convertirse en sacerdote, momento que aguardaba gozoso, ya estaba
decidido su futuro como vicario apostólico de Hai Phòng, en Vietnam. Sus
superiores habían vislumbrado en él las cualidades y virtudes que iban
configurándole como un gran apóstol. No llegó a partir y tampoco pudo recibir el
sacramento del orden. Sus sueños se truncaron violentamente al ser apresado el 6
de agosto de 1936 junto a sus hermanos religiosos en medio de la fratricida
contienda española. El antiguo colegio madrileño de San Antón, que había sido
propiedad de los padres escolapios, donde tantos alumnos fraguaron y
compartieron su fe –entre otros Fernando Rielo, fundador de los misioneros y
misioneras identes–, convertido entonces en cárcel, fue el escenario donde se
desenvolvieron los preámbulos del particular calvario de José.
Cuando llegaron a buen puerto las gestiones
realizadas por sus atribulados familiares ante las autoridades cubanas, en un
gesto de valentía y coherencia, el beato declinó la oferta de su liberación que
se había obtenido tornando a favor suyo las dificultades que entrañaba tal
decisión. Y su temple apostólico, lleno de caridad, se puso de manifiesto en su
inquebrantable voluntad de dar hasta el final los mismos pasos de sus hermanos
de comunidad: «Están aquí todos ustedes que han sido mis educadores, mis
maestros y mis superiores, ¿qué voy a hacer yo en la ciudad? ¡Prefiero seguir la
suerte de todos, y sea lo que Dios quiera!». Así lo determinó, con rotundidad,
dispuesto a cumplir la voluntad divina. Los rostros de sus superiores y
formadores le contemplaban conmovidos. Y con ellos compartió numerosos
sufrimientos en cerca de cuatro meses marcados por las privaciones y la
angustia, hasta que entregó su alma a Dios en Paracuellos del Jarama,
Madrid.
Fue ajusticiado el 30 de noviembre de 1936, junto
a otros 50 religiosos agustinos, exclamando: «¡Viva Cristo Rey!», al tiempo que
renovaba el supremo acto de perdón aprendido del Redentor hacia quienes le
privaban de su vida; así le franqueaban las puertas del cielo. Tenía 24
años.
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Autor: Isabel Orellana
Vilches | Fuente: Zenit.org
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