miércoles, julio 31, 2013

Beato Prudencio de la Cruz, Mártir

Beato Prudencio de la Cruz, Mártir
Julio 31
Prudencio Gueréquiz Guezuraga (1883-1936) nació en Rigoitia (Vizcaya). Sintiendo la vocación trinitaria, fue aceptado en la comunidad de Algorta; allí realizó su noviciado, iniciado en 1898, emitiendo su profesión simple en 1899, y la solemne en La Rambla (Córdoba) en 1903. Enfermó siendo joven, y la enfermedad fue su compañera constante de por vida, sobrellevándola con alegría y aceptación de la voluntad divina; esta enfermedad (cuyo diagnóstico desconocemos) se manifestaba en forma de frecuentes y abundantes hemoptisis (hemorragia de origen pulmonar), que lo dejaban muy debilitado. Recibió la ordenación sacerdotal en Córdoba, en 1905.

En el convento de La Rambla se dedicó a la enseñanza de los niños. Durante tres años fue conventual de Madrid. Después fue enviado a Córdoba, como professor de teología de los jóvenes coristas trinitarios, de donde pasó al Santuario de la Cabeza, su definitiva conventualidad.

Se señaló por su devoción a Jesús Sacramentado, pasando largas horas de oración ante el sagrario, incluso de noche, hasta tal punto que, cuando alguien le buscaba, era cosa corriente que los frailes respondieran: «Estará en el coro». Y es que pasaba la mayor parte del tiempo en la iglesia, en el coro, en el confesonario.

El 26 de julio de 1936, los milicianos conminaron a los religiosos a abandonar el Santuario hasta que se acabara la Guerra. El superior replicó: «No podemos abandonarlo si antes no se have un inventario de todo lo que posee el Santuario, ya que es propiedad del Obispado». Se oyó oír por respuesta: «Esto ya no es del Obispado, esto es nuestro; y ahora mismo se cierra el Santuario y se depositan las llaves en el Ayuntamiento».

Sin embargo, el abandono del Santuario no tuvo lugar hasta el 28 de julio. Ese día se presentaron tres camiones cargados de escopeteros, que rodearon el Santuario, mandando llamar al superior. El jefe le preguntó: «¿Qué han pensado ustedes? ¿Están dispuestos a abandonar el Santuario y bajar a Andújar?». «Si ustedes se empeñan y nos obligan, lo dejamos». Al oír estas palabras, el jefe hizo una señal, y los escopeteros dejaron de apuntarle; según supo después, había dado orden de disparar si se negaba.
Antes de salir del Santuario, los frailes consumieron las especies eucarísticas, y pidieron permiso para despedirse de Jesús y de la Virgen de la Cabeza. Se rezó la estación y se cantó la Salve Regina... ¡sorprendente escena!
Los mismos milicianos respondían, a coro, a los rezos y cantos de los religiosos. Viniendo al martirio, quedan ya explicadas las circunstancias de la disolución de la comunidad trinitaria del Santuario de la Virgen de la Cabeza. Los milicianos, al disponerse a acompañar a los frailes hacia Andújar, les dijeron que se quitaran los hábitos y fueran vestidos de seglares. El único que se negó fue el Padre Prudencio, y de hecho bajó a Andújar con su hábito trinitario. Uno de los milicianos le insistió, diciéndole: «Póngase el traje de paisano, pues si lo ven así en el pueblo verá lo que le va a pasar». Él le contestó con tranquilidad: «No importa, si por eso nos matan, estamos muy conformes de morir como religiosos». Iba silencioso, rezando por lo bajo en el camión.

El P. Prudencio fue acogido, junto con el beato P. Segundo de Santa Teresa, en casa de un abogado de Andújar. No dejaba de rezar el rosario y el breviario. El 31 de julio un piquete de milicianos se presentó en la casa donde estaban alojados, procediendo a la detención, «con pretexto de que iban a prestar declaración». Eran las 11,30 de la mañana. Al pasar por la calle del Hoyo, a la altura de la fábrica de gaseosas, los milicianos gritaron al vecindario que se metieran en sus casas y cerraran puertas y ventanas. Sin mediar más palabras ni contemplaciones, a una orden del jefe los milicianos hicieron una descarga con las escopetas, disparando por la espalda a los dos religiosos y otros tres detenidos.
«Cayeron muertos instantáneamente», afirma un testigo presencial, «permanecieron varias horas los cadáveres en el suelo, su sangre quedó en la calle mucho tiempo. Obligado, trasladé los cadáveres al Hospital Municipal, en un camión». Al cadáver del P. Prudencio le fueron encontrados un rosario y un breviario que llevaba en la mano en el momento del martirio.

Del Hospital Municipal, donde se simuló una práctica de autopsia, los cadáveres de ambos religiosos fueron colocados en una caja ordinaria y sin pintar, y fueron enterrados en una fosa común del cementerio municipal de Andújar. Diez años después de la muerte los restos mortales del los padres Prudencio y Segundo fueron sacados con los demás de la fosa, perdiéndose definitivamente sus trazas.
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