San Pedro Mezonzo, Obispo y Confesor
Septiembre 10
Hijo de su tiempo
(930-1003), tiempo de señores y de siervos, nació, con el signo de la
servidumbre, en Curtis (Coruña), al pie del palacio en donde servían sus padres:
Martín y Mustacia, allá por los años de 930.
Y vivió siempre bajo ese mismo
signo de servidumbre; pues sirvió a sus amos, don Hermenegildo y doña Paterna,
como "capellán"; sirvió a los monjes benedictinos en Mezonzo, Sobrado y
Antealtares, como abad; sirvió a la diócesis compostelana como obispo, y sirvió
a Dios como file cristiano.
Porque fue siervo toda su vida, terminó como
terminan los humildes: señor de sí y de los demás: Santo.
Grabó en el
recuerdo de sus coetáneos cuatro imágenes vivas de su figura santa: imagen de
cortesano santo; imagen de monje santo; imagen de abad santo; imagen de obispo
santo.
Hasta los veintidós años vivió con los señores de sus padres. Y su
fidelidad, su honradez y su piedad debieron ser muy acendradas, puesto que a sus
dieciocho abriles los infantes le nombraron su "capellán" para que custodiase
sus tesoros, y sus alhajas, y sus vasos sagrados, y sus vestiduras
sacerdotales... En ese oficio de cortesano file mereció la gracia del
llamamiento divino y puso los cimientos de su santidad monacal.
Cuando
don Hermenegildo y doña Paterna ingresaron en el monasterio de Sobrado, fundado
por ellos, Pedro vistió la cogulla en Santa María de Mezonzo, a unas dos leguas
de Curtis. Contaba entonces veintidós años. Lejos del ruido del mundo y de las
comodidades de los castillos, se dedicó de lleno al estudio y a la oración. De
su aprovechamiento en las letras y en las ciencias nos dejó constancia el
Cronicón Iriense al llamarle: "Monasterii Mosonti sapientem monachum" (monje
sabio del monasterio de Mezonzo). De su espíritu de oración nos habla el hecho
de que el abad le eligiese para el presbiterado (el 9 de julio del 959 ya firma:
"Petrus Presbyter").
A sus treinta y seis años empuñó el báculo abacial
de Sobrado. El estudio y la oración de Mezonzo le habían hecho acreedor a tal
dignidad. Y su gobierno no debió defraudar a los monjes, puesto que, a los pocos
años, su fama le llevó a la abadía de Antealtares, el Montecasino medieval en el
noroeste de España. En Antealtares fue confidente de San Rosendo, obispo de
Compostela por aquel entonces. Y dirigido por él, se hizo un padre para los
monjes, un maestro para los sabios y un modelo para todos.
Tenía
cincuenta y cinco años cuando todos los "Seniores Loci Sancti" -canónigos de
Santiago- le eligieron obispo. Fue el mejor elogio a su prelacía en Antealtares.
Y el mejor acierto en aquellos días en que Compostela precisaba un obispo sabio,
celoso y santo. De su episcopado nos quedan como recuerdo la salvación de las
reliquias del Apóstol y del mobiliario litúrgico compostelano cuando la invasión
de Almanzor, la edificación de la iglesia de San Martín Pinario, la
reedificación de la de Curtis -su pueblo natal-, la restauración de la catedral
y la paz que logró para Galicia entera con su oración, con su sacrificio y con
su predicación.
El temor: San Pedro de Mezonzo explicó su primera lección
desde la Cátedra del Hijo del Trueno sobre el primero de los doce grados de
humildad que San Benito exige a sus monjes: el temor de Dios. Lección
verdaderamente oportuna. Pues los normandos amenazaban por el norte. Por el sur
llegaban rumores de que los moros codiciaban las riquezas de la ciudad del
Apóstol. Doctos e indoctos interpretaban falsamente el Evangelio, creyendo que
el año 1000 acontecería el fin del mundo. Reinaba un pánico general. Un pánico
terrorífico que despoblaba las ciudades y villas y abarrotaba los monasterios.
Un pánico que multiplicaba los cilicios, y los sayales, y la ceniza... En ese
medio ambiente se oyó la voz del nuevo obispo, recomendando y bendiciendo el
temor, pero desaconsejando y condenando el miedo al castigo, presentando a Dios
como un Padre que ama a sus hijos y quiere premiarlos, y del que sólo hay que
temer la pérdida de su amor o la pérdida de sus premios; no como un juez
vengador y sin entrañas que acecha a sus súbditos para castigarlos sin
motivo.
Ese temor, alimentado por el deseo sincero de agradar a Dios, por
la confianza filial de su paternidad y por la esperanza de la recompensa, fue el
temor que animó a San Pedro de Mezonzo. El que le obligó a firmar sus órdenes y
escrituras: "sub pondus timoris Dei" (bajo el peso del temor de Dios). El que le
condujo a esa santidad que sancionó la opinión pública y que aprobó la Iglesia
al inscribirle en el catálogo de los santos.
La tradición ha registrado
dos pruebas fehacientes de lo reverencial, y de lo filial, y de lo confiado de
su temor: la leyenda del monje solitario y la Salve.
La leyenda del monje
solitario la relata así López Ferreiro en su Historia de la S. A. M. Iglesia de
Santiago: "Los muslimes seguían avanzando, y el 10 ú 11 de agosto (del año de
997) dieron vista a los muros de Compostela. Se acercan cautelosos, pero
advierten con sorpresa que las torres y las almenas se hallan desiertas, y que
no ofrecen la menor señal de resistencia (San Pedro había juzgado más prudente
evacuar la ciudad con todo cuanto de precioso y digno de estimación se encerraba
en ella y guarecerse en el interior del país, al abrigo de una áspera sierra, en
donde sería más fácil burlar al enemigo, gastar sus fuerzas, agotar sus recursos
y obligarle a la retirada). Penetran en la ciudad y notan la misma quietud, la
misma soledad, el mismo silencio. Se dirigen al templo del Apóstol, y lo ven
también abierto y abandonado. Únicamente al pie de la tumba de Santiago hallan
postrado a un anciano monje en actitud de orar.
-¿Qué haces aquí? -le
interroga Almanzor.
-Estoy orando ante el sepulcro de Santiago -contestó
el monje.
-Reza cuanto quieras -replicó Almanzor-. Y prohibió que nadie
le molestase; y aún se añade que puso guardias cerca del sepulcro para impedir
cualquier desmán y atropello".
Los comentarios huelgan. San Pedro no
tiene miedo a enfrentarse con el Señor. En vez de escapar como todos, baja a la
catedral, se pone en la presencia de Dios, le adora de rodillas, le cuenta su
tragedia como a Padre, le pide remedio, pone por intercesor al Apóstol... y
confía. Ese era su temor de Dios.
La otra prueba de la santidad de su
temor es la Salve. Porque la Salve -esa oración mariana compuesta por San Pedro-
es el canto del temor. Pero el canto del temor reverencial, del temor filial,
del temor confiado... Del temor santo. Su autor se retrató en ella.
Veámoslo.
La violencia furiosa y pagana de los normandos y la avaricia
sanguinaria y antirreligiosa de los musulmanes obligaron a las gentes a buscar y
esperar la tumba y la ultratumba entre las peñas de las montañas (temor servil).
San Pedro, en vez del camino de la fuga, cogió el camino del altar de la Virgen.
Y, ante él, la saludó: "Dios te salve". Reconoció su realeza y su poder:
"Reina". Excluyó de Ella todo espíritu de castigo y de venganza: "Madre de
misericordia". Le hizo una reverencia en tres tiempos y con tres piropos: "Vida,
dulzura y esperanza nuestra". Y la volvió a saludar: "Dios te salve" (temor
reverencial).
La peste, el hambre y la guerra que cundían por Europa, y
el recuerdo de los desastres privados, familiares y sociales ocasionados por los
normandos y los moros, condujeron a los gallegos al caos popular y al miedo a
Dios (temor servil.) Sólo San Pedro no perdió el control de sus nervios y la
serenidad de su espíritu. Oró a Dios cabe el sepulcro del Apóstol, como vimos
arriba. Y expuso sus cuitas a la Madre de Dios, cabe su altar, de esta manera:
"El arcángel nos arrojó del paraíso terrenal, al arrojar a nuestros primeros
padres, Adán y Eva, y, errantes, andamos por el mundo: "A Tí llamamos los
desterrados hijos de Eva". El mundo sólo nos brinda cardos y abrojos, trabajo y
dolor: "A ti clamamos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas". Eres Reina
y Madre de misericordia. Como Reina puedes poner remedio. Como Madre de
misericordia quieres hacerlo: "Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos"
(temor filial).
La hecatombe del país, el relinchar de los caballos y el
chirriar de los carros de batalla, los sueños con armas y el olor a muerto
hicieron que la generalidad de los hombres viese anticristos por todas las
esquinas, creyese encima el fin del mundo, desesperase de la salvación (temor
servil). El obispo santo fue el único que no se dejó arrollar por las
circunstancias. Al contrario, se aprovechó de esas mismas circunstancias para
pedir a su "Esperanza": "Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto
bendito de tu vientre" (temor confiado).
Ese fue San Pedro de Mezonzo. Un
santo amante de su patria chica. Un santo defensor de su Patria
grande.
Un santo religioso cien por cien. Un santo apóstol a lo Hijo del
Trueno. Un santo con temple de su tiempo. Un santo, santo de
verdad.
=
CESÁREO GIL
Comunidad Católica Vidas Santas Páginas Católicas... dedicadas a las personas que aman la Vida de los Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios del Mundo! En la vida de los hombres y mujeres llamados Santos encontraremos un camino a seguir en el deambular por este valle de lágrimas que es nuestra vida en la Tierra. En ella se busca el lema de la Paz, la Tolerancia y la Caridad, en un intento de recoger el máximo de imágenes de Santos
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