Día litúrgico: Lunes XV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 10,34--11,1): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra.
No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con
su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada
cual serán los que conviven con él.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que
ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su
cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá;
y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me
recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a
un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un
justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber
tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os
aseguro que no perderá su recompensa».
Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce
discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
«El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de
mí»
Rev. D. Valentí ALONSO i Roig - (Barcelona, España)
Hoy Jesús nos ofrece una mezcla explosiva de recomendaciones; es como uno
de esos banquetes de moda donde los platos son pequeñas "tapas" para saborear.
Se trata de consejos profundos y duros de digerir, destinados a sus discípulos
en el centro de su proceso de formación y preparación misionera (cf. Mt 11,1).
Para gustarlos, debemos contemplar el texto en bloques separados.
Jesús empieza dando a conocer el efecto de su enseñanza. Más allá de los
efectos positivos, evidentes en la actuación del Señor, el Evangelio evoca los
contratiempos y los efectos secundarios de la predicación: «Enemigos de cada
cual serán los que conviven con él» (Mt 10,36). Ésta es la paradoja de vivir la
fe: la posibilidad de enfrentarnos, incluso con los más próximos, cuando no
entendemos quién es Jesús, el Señor, y no lo percibimos como el Maestro de la
comunión.
En un segundo momento, Jesús nos pide ocupar el grado máximo en la escala
del amor: «quien ama a su padre o a su madre más que a mí…» (Mt 10,37), «quien
ama a sus hijos más que a mí…» (Mt 10,37). Así, nos propone dejarnos acompañar
por Él como presencia de Dios, puesto que «quien me recibe a mí, recibe a Aquel
que me ha enviado» (Mt 10,40). El efecto de vivir acompañados por el Señor,
acogido en nuestra casa, es gozar de la recompensa de los profetas y los justos,
porque hemos recibido a un profeta y un justo.
La recomendación del Maestro acaba valorando los pequeños gestos de ayuda y
apoyo a quienes viven acompañados por el Señor, a sus discípulos, que somos
todos los cristianos. «Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua
fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo...» (Mt 10,42). De este
consejo nace una responsabilidad: respecto al prójimo, debemos ser conscientes
de que quien vive con el Señor, sea quien sea, ha de ser tratado como le
trataríamos a Él. Dice san Juan Crisóstomo: «Si el amor estuviera esparcido por
todas partes, nacerían de él una infinidad de bienes».
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Fuente: evangeli.net
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