Día litúrgico: Martes XV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 11,20-24): En aquel tiempo, Jesús
se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de
sus milagros, porque no se habían convertido: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti,
Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han
hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por
eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para
vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades
te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho
en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio
habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti».
«¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!»
Fr. Damien LIN Yuanheng - (Singapore, Singapur)
Hoy, Cristo reprende a dos ciudades de Galilea, Corozaín y Betsaida, por su
incredulidad: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en
Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, (...) se
habrían convertido» (Mt 11,21). Jesús mismo da testimonio en favor de las
ciudades fenicias, Tiro y Sidón: éstas hubieran hecho penitencia, con gran
humildad, de haber experimentado las maravillas del poder divino.
Nadie es feliz recibiendo una buena reprimenda. En efecto, tiene que ser
especialmente doloroso ser reprendido por Cristo, Él que nos ama con un corazón
infinitamente misericordioso. Simplemente, no hay excusa, no hay inmunidad
cuando uno es reprendido por la mismísima Verdad. Recibamos, pues, con humildad
y responsabilidad cada día la llamada de Dios a la conversión.
También notamos que Cristo no se anda con rodeos. Él situó a su audiencia
frente a frente ante la verdad. Debemos examinarnos sobre cómo hablamos de
Cristo a los demás. A menudo, también nosotros tenemos que luchar contra
nuestros respetos humanos para poner a nuestros amigos frente a las verdades
eternas, tales como la muerte y el juicio. El Papa Francisco, conscientemente,
describió a san Pablo como un “alborotador”: «El Señor siempre quiere que
vayamos más lejos... Que no nos refugiemos en una vida tranquila ni en las
estructuras caducas (…). Y Pablo, molestaba predicando al Señor. Pero él iba
hacia adelante, porque tenía dentro de sí aquella actitud cristiana que es el
celo apostólico. No era un “hombre de compromiso”». ¡No rehuyamos nuestro deber
de caridad!
Quizá, como yo, encontrarás iluminadoras estas palabras de san Josemaría
Escrivá: «(…) Se trata de hablar en sabio, en cristiano, pero de modo asequible
a todos». No podemos dormirnos en los laureles —acomodarnos— para ser entendidos
por muchos, sino que debemos pedir la gracia de ser humildes instrumentos del
Espíritu Santo, con el fin de situar de lleno a cada hombre y a cada mujer ante
la Verdad divina.
«¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!»
Rev. D. Pedro-José YNARAJA i Díaz - (El Montanyà, Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos habla del juicio histórico de Dios sobre Corozaín,
Cafarnaúm y otras ciudades: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si
en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras,
tiempo ha que (...) se habrían convertido» (Mt 11,21). He meditado este pasaje
entre sus negras ruinas, que es todo lo que queda de ellas. Mi reflexión no me
ha llevado a alegrarme del fracaso que sufrieron. Pensaba: en nuestras
poblaciones, en nuestros barrios, en nuestros casas, por ellas también pasó el
Señor y... ¿qué caso se le hizo?, ¿qué caso le he hecho yo?
Con una piedra en la mano, me he dicho para mis adentros: algo así quedará
de mi existencia histórica, si no vivo responsablemente la visita del Señor. He
recordado al poeta: «Alma, asómate ahora a la ventana: verás con cuánto amor
llamar porfía», y avergonzado reconozco que yo también he dicho: «Mañana le
abriremos... para lo mismo responder mañana» (Lope de Vega).
Cuando cruzo las inhumanas calles de nuestras “ciudades dormitorio”,
pienso: ¿qué se puede hacer entre estos habitantes con quienes me siento incapaz
de establecer un dialogo, con quienes no puedo compartir mis ilusiones, a
quienes me resulta imposible trasmitir el amor de Dios? Recuerdo, entonces, el
lema que escogió san Francisco de Sales al ser nombrado obispo de Ginebra —el
máximo exponente de la Reforma protestante— en aquel tiempo: «Donde Dios nos
plantó, es preciso saber florecer». Y si con una piedra en la mano meditaba el
juicio severo de Dios que puede recaer sobre mí, en otros momentos —con una
florecilla silvestre, nacida entre los hierbajos y el estiércol de la alta
montaña— pienso que no debo perder la Esperanza. Debo corresponder a la bondad
que Dios ha mostrado conmigo, y así mi pequeña generosidad depositada en el
corazón del que saludo, la mirada interesada y atenta hacia el que me pide una
información, mi sonrisa dirigida al que me cede el paso, florecerá en un futuro.
Y nuestro entorno no perderá la Fe.
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Fuente: evangeli.net
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