Beata María Ludovica de Angelis, Religiosa Misionera
Febrero 25
Fecha de beatificación: 3 de octubre de 2004 por el Papa Juan Pablo II.
Nacida el 24 de octubre de 1880 en Italia (en San Gregorio, pueblito de
los Abruzzos, no lejano de la ciudad de L´Aquila), Sor María Ludovica
De Angelis, con su llegada, primera de ocho, había colmado de alegría a
sus padres quienes en la misma tarde del día del nacimiento, en la
fuente bautismal, habían elegido, para su primogénita, el nombre de
Antonina.
Con el correr de los años, en contacto con la
naturaleza y la dura vida del campo, la niña, crecida límpida, abierta,
trabajadora y ricamente sensible, se había transformado en una joven
fuerte y al mismo tiempo, delicada, activa y reservada, como toda la
gente de aquella espléndida tierra.
El 7 de diciembre del mismo
año del nacimiento de Antonina, fallecía en Savona una hermana, que
había optado dar plenitud a la propia vida siguiendo las huellas de
Aquel que dijo: «Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre...
Todo cuanto hagan a uno solo de estos hermanos míos, a Mí lo hacen...»,
era Santa María Josefa Rossello la cual dio vida, en Savona, en 1837,
al Instituto de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia: una
Familia Religiosa que caminaba por los senderos del mundo, proponiendo
con la fuerza del ejemplo el mismo ideal a muchas jóvenes.
Antonina sentía en su corazón que sus sueños encontraban eco en los sueños que habían sido los de la Madre Rossello.
Ingresó con las Hijas de la Misericordia el 14 de noviembre de 1904; en
la Vestición Religiosa toma el nombre de Sor María Ludovica y tres años
después de su ingreso, el 14 de noviembre de 1907, zarpa hacia Buenos
Aires, donde arriba el 4 de diciembre sucesivo. Desde este momento se da
en ella un florecer ininterrumpido de humildes gestos silenciosos en
una entrega discreta y emprendedora.
Sor Ludovica no posee una
gran cultura, al contrario. Sin embargo, es increíble cuánto logra
realizar ante los ojos asombrados de quiénes la circundan. Y, si su
castellano es simpáticamente italianizado, con algún toque pintoresco de
"abruzzese", no le cuesta entender ni hacerse entender.
No formula programas ni estrategias, pero se dona con toda el alma.
El Hospital de Niños, al cual es enviada, y que inmediatamente adopta
como familia suya, la ve, primero, solícita cocinera, luego, convertida
en responsable de la Comunidad, infatigable ángel custodio de la obra
que, en torno a ella, se transforma gradualmente en familia unida por un
único fin: el bien de los niños.
Serena, activa, decidida,
audaz en las iniciativas, fuerte en las pruebas y enfermedades, con la
inseparable corona del Rosario entre las manos, la mirada y el corazón
en Dios y la infaltable sonrisa en los ojos, Sor Ludovica llega a ser,
sin saberlo ella misma, a través de su ilimitada bondad, incansable
instrumento de misericordia, para que a todos llegue claro el mensaje
del amor de Dios hacia cada uno de sus hijos.
Único programa
expresamente formulado, es la frase recurrente: «Hacer el bien a todos,
no importa a quién». Y se realizan así, con subvenciones que solo el
cielo sabe cómo Sor M. Ludovica consigue obtener, salas de cirugía,
salas para los pequeños yacentes, nuevas maquinarias, un edificio en Mar
del Plata destinado a la convalecencia de los niños, una capilla hoy
parroquia, y una floreciente chacra para que sus protegidos tuviesen
siempre alimento genuino.
Durante 54 años Sor M. Ludovica será
amiga y confidente, consejera y madre, guía y consuelo, de cientos y
cientos de personas in City Bell de toda condición social.
El
25 de febrero de 1962 concluye su camino, pero quienes permanecen todo
el personal médico en particular no olvidan, y el Hospital de Niños
asume el nombre de «Hospital Superiora Ludovica».
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Fuente: Vatican.va
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