San Petronax de Montecassino, Obispo
Mayo 6
Martirologio Romano: En Montecassino, en Italia, San Petronax o Petronaco, abad y obispo
Petronax, que llegó a ser obispo de Montecassino, pertenecía a una poderosa familia noble de la región de Nápoles.
Martirologio Romano: En Montecassino, en Italia, San Petronax o Petronaco, abad y obispo
Petronax, que llegó a ser obispo de Montecassino, pertenecía a una poderosa familia noble de la región de Nápoles.
Movido por el deseo de vida religiosa, resolvió gastar toda su hacienda en
la restauración de Montecassino, monasterio benedictino situado en la colina del
mismo nombre desde el que se domina la ciudad italiana de Cassino, situada al
noroeste de Nápoles.
Fue fundado por san Benito, conocido como el padre del monacato occidental,
que había nacido en una distinguida familia de Nursia, en Italia central, y que
pasó sus primeros años estudiando en Roma; pero conmocionado por la degenerada
vida de la ciudad, se retiró a una zona deshabitada cerca de Subiaco, donde
vivió en una cueva (más tarde llamada la Gruta Santa) por tres años. Durante
este periodo aumentó su fama de hombre santo, y se acercaban a visitarle
multitud de personas. Aceptó el ofrecimiento para ser abad de un grupo de monjes
que vivían en el norte de Italia, pero éstos no aceptaron sus reglas e
intentaron envenenarle. Al descubrir la conspiración abandonó el grupo y poco
después fundó el monasterio de Montecassino. Benito estableció una regla de
vida, adoptada posteriormente por casi todos los monasterios de Europa, que
subrayaba la vida en comunidad y el trabajo físico.
Pues bien, este sitio de trabajo y de oración, el monasterio más importante
de Occidente durante siglos, donde se inició por los monjes la famosa escuela de
medicina de Salerno en el siglo XI, fue destruido por los lombardos en el 590 y
estaba desierto y arruinado desde un siglo antes de que viviera Petronax que
ahora está dispuesto a reconstruirlo y devolverle el espíritu con el que
nació.
Alentado por el pontífice san Gregorio II, llevó adelante su proyecto,
recogió las tradiciones del santo patriarca, reunió compañeros participantes de
su entusiasmo, y restableció en la sagrada montaña la observancia de la regla
benedictina que imponía austeridad y ascetismo:
Las comidas se hacían en comunidad y se evitaba la conversación innecesaria; tenían que disponer los monjes de la comida, ropa y abrigo adecuados, pero no podían tener propiedades; dependiendo de la época del año y de las fiestas litúrgicas que celebraran cada día, los benedictinos destinaban entre cuatro y ocho horas para celebrar el Oficio divino y siete horas para dormir. El resto del día estaba dividido con el mismo número de horas para trabajar (generalmente en la agricultura), y para el estudio y la lectura religiosa. El abad, como sucedió al principio con san Benito, tenía una total autoridad patriarcal sobre la comunidad, aunque él mismo estaba sujeto a la Regla y debía consultar con los miembros de la comunidad sobre los asuntos más importantes entre los que se contaba la limosna a los necesitados.
Las comidas se hacían en comunidad y se evitaba la conversación innecesaria; tenían que disponer los monjes de la comida, ropa y abrigo adecuados, pero no podían tener propiedades; dependiendo de la época del año y de las fiestas litúrgicas que celebraran cada día, los benedictinos destinaban entre cuatro y ocho horas para celebrar el Oficio divino y siete horas para dormir. El resto del día estaba dividido con el mismo número de horas para trabajar (generalmente en la agricultura), y para el estudio y la lectura religiosa. El abad, como sucedió al principio con san Benito, tenía una total autoridad patriarcal sobre la comunidad, aunque él mismo estaba sujeto a la Regla y debía consultar con los miembros de la comunidad sobre los asuntos más importantes entre los que se contaba la limosna a los necesitados.
El obispo Petronax ya hubiera hecho mucho recuperando para la historia, la
cultura, el arte y la Iglesia la joya que fue cuna de tanto bien; pero le
hubiera faltado lo principal si no hubiera devuelto a aquellas piedras del
monasterio el espíritu primigenio y el destino por los que fueron arrancadas de
las montañas. Esa fue en verdad la obra del santo.
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Fuente: Archidiócesis de Madrid
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