Beato
Germán (José María) Garrigues Hernández, Presbitero y
Mártir
Agosto
9
Martirologio Romano: En el pueblo de Carcaixent, en la región de Valencia, también en España, beato Germán (José María) Garrigues Hernández, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos y mártir, que, en el furor de la persecución contra la fe, superó la tortura de su cuerpo con una muerte preciosa (1936).
Martirologio Romano: En el pueblo de Carcaixent, en la región de Valencia, también en España, beato Germán (José María) Garrigues Hernández, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos y mártir, que, en el furor de la persecución contra la fe, superó la tortura de su cuerpo con una muerte preciosa (1936).
José María Garrigues Hernández nació en Carcagente (Valencia) el 12 de febrero de 1895, y recibió el bautismo el mismo día. Fueron sus padres D. Juan Bautista Garrigues y D.ª María Ana Hernández. El padre perteneció a diversas asociaciones religiosas y profesó en la Orden Tercera de San Francisco. De los ocho hijos del matrimonio, tres fueron capuchinos. Siguiendo los pasos de su hermano Domingo, José María ingresó en el Seminario Seráfico de la Magdalena de Masamagrell (Valencia), vistiendo el hábito el 13 de agosto de 1911.
Emitió la profesión simple el 15 de agosto del año siguiente, y la solemne
el 18 de diciembre de 1917. Fue ordenado sacerdote el 9 de febrero de
1919.
Después
de la ordenación los superiores lo dedicaron a la enseñanza. Su primer destino
fue el convento de Totana, como profesor en el colegio de San Buenaventura.
Posteriormente fue destinado al Seminario Seráfico de Masamagrell. Pasó luego a
Ollería como vicemaestro de novicios, y finalmente a Alcira, donde residió los
últimos diez años de su
vida.
El P.
Germán destacó por su carácter bondadoso y la afabilidad en el trato. Cuando fue
vicemaestro de novicios dejó un grato recuerdo con su porte sereno y la sonrisa
que siempre tenía en los labios. Atento cumplidor de sus obligaciones
religiosas, expresaba en ellas el buen espíritu de que estaba
animado.
En
Alcira, lugar que por más tiempo se benefició de su acción, tuvo a su cargo la
escuela gratuita que acogía a los niños del barrio en el que estaba situada la
residencia de los religiosos. Visitaba a los enfermos, procurando además
socorrerles en sus necesidades materiales. Fomentó el culto en la capilla,
atendiendo el confesonario y organizando una schola
cantorum.
En
febrero de 1936 la comunidad de Alcira fue disuelta debido al clima de
inseguridad, y el P. Germán quedó incorporado al convento de Valencia. Dado el
ambiente de persecución, el P. Germán comentó en una ocasión: “Si Dios me quiere
mártir, me dará fuerzas para sufrir el martirio”. Después de los sucesos de
julio pasó a residir con su madre y una hermana en Carcagente. Allí se dedicó a
la oración y a otros ejercicios de piedad, e incluso bautizó en la misma casa a
una niña.
Se
mostraba tranquilo, pues no había hecho nada malo a nadie. Al advertirle el
peligro que corría, contestó: “¿Qué cosa mejor que morir por Dios?”. La
persecución contra la Iglesia arreciaba. El templo parroquial y las iglesias de
los franciscanos y las dominicas fueron pasto de las llamas, e incluso
requisaron cuadros e imágenes religiosas de los domicilios para quemarlas en la
plaza pública. Fueron asesinados muchos católicos de la
ciudad.
La
primera víctima fue el P. Germán. Al anochecer del día 9 de agosto se
presentaron en la casa de los Garrigues tres milicianos para practicar un
registro. El P. Germán les acompañó en la búsqueda. Al salir a la calle para
quemar los cuadros religiosos que habían requisado, un vecino les dijo que el
hombre que los había acompañado era un fraile. Regresaron a la casa, y
preguntaron por él, ordenándole acompañarles. Fue conducido al comité, y al cabo
de una hora lo llevaron al cuartel de la Guardia Civil, que había sido
convertido en cárcel. Al filo de la medianoche lo subieron a un coche,
llevándolo al puente de la vía férrea sobre el río Júcar. Le ordenaron que se
colocara sobre el puente, y entonces el P. Germán se arrodilló, habiendo besado
antes las manos a los verdugos y perdonándoles. Hicieron fuego sobre él, y cayó
malherido a un terraplén. Bajaron y lo remataron. Al día siguiente el Juzgado de
Carcagente ordenó levantar el cadáver, que fue conducido al Hospital Municipal,
donde las religiosas que habían quedado allí como enfermeras lo reconocieron y
limpiaron. En su rostro estaba dibujada la sonrisa que en vida le había
caracterizado.
El 11 de
marzo del año 2001, el papa Juan Pablo II beatificó a 233 mártires de la
persecución religiosa en España (1936-39).
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Fuente:
Decarcaixent.com
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