Beato Lázaro Tiersot, Presbítero y Mártir
Agosto 10
Martirologio Romano: En el brazo de mar frente a Rochefort, en la costa de Francia, beatos Claudio José Jouiffret de Bonnefont, de la Sociedad de San Sulpicio, Francisco Frangois, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, y Lázaro Tiersot, de la Orden de los Cartujos, todos presbíteros y mártires, que durante la Revolución Francesa, encerrados a una vieja nave, consumaron su martirio por el hecho de ser sacerdotes (1794).
Martirologio Romano: En el brazo de mar frente a Rochefort, en la costa de Francia, beatos Claudio José Jouiffret de Bonnefont, de la Sociedad de San Sulpicio, Francisco Frangois, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, y Lázaro Tiersot, de la Orden de los Cartujos, todos presbíteros y mártires, que durante la Revolución Francesa, encerrados a una vieja nave, consumaron su martirio por el hecho de ser sacerdotes (1794).
Era profeso de la cartuja de Nyestra Sra. de Fontenay (18 de diciembre de 1769). Cuando fueron suprimidas las Órdenes monásticas, él se retiró a la ciudad de Avallón. Allí fue detenido el 19 de abril de 1793 siendo trasladado a Auxerre, desde donde, con otros 15 sacerdotes de Avallón, fue deportado un año mas tarde y se le embarcó en el buque Washington.
Un compañero de infortunio llamado SOUDAIS, nos dejó después el siguiente
testimonio sobre Dom Lázaro: «El primero de nuestro departamento que cayó
enfermo fue el Padre TIERSOT, cartujo de Avallón, quien había ejercido en otro
tiempo el cargo de Vicario en su Orden. Se atribuyó su enfermedad a la
caritativa costumbre que había tomado de no acostarse durante 4 días, para no
molestar a sus vecinos que se quejaban de no disponer de cama. . .
El último día de su enfermedad, algunos de los nuestros le encontraron y le
dijeron que pronto volvería a unirse a nosotros en el mismo departamento. Ante
esta salida, sonrió y dijo: Mañana me toca a mí. Dentro de tres horas ya no
estaré más en este mundo.
Es cierto que para nosotros fue
motivo de alegría, ver que uno de los nuestros iba a recibir la recompensa que
justamente había merecido por tantos sufrimientos tolerados por causa de la fe;
sin embargo, fue también motivo de gran dolor, perder un hombre tan
extraordinario. Su sola presencia era suficiente para infundirnos valor y
constancia. Cuando alguno se le quejaba del sufrimiento que tenía que soportar,
el cartujo solía responder así: Esto no es nada; merecemos mucho más. Quienes
eran condenados a las minas en los primero tiempos de la Iglesia, después de
haberles cortado un pie o haberles sacado un ojo, por la confesión de
Jesucristo, lo pasaban mucho peor que nosotros.
La dulzura de su carácter, su
modestia y humildad, así como su tierna piedad, eran causa de que fuera querido
y buscado por todos. Los recién venidos, que aún no le conocían, nos preguntaban
al verle: ¿Quién es ese? Y, sin esperar nuestra respuesta, añadían: ¡Ese Padre
es un santo! Yo tuve el gusto de conocerle en Auxerre y de permanecer en su
compañía cerca de 10 meses. No vi en él otra cosa, sino muchas y excelentes
cualidades, sin ningún defecto. Me admiró, sobre todo, su fortaleza para superar
cualquier sufrimiento; austero consigo mismo e indulgente hacia los demás. En él
se daban de la mano un gran sentido común, con un profundo conocimiento de la
teología. Falleció a principios de agosto (el día 10), dejando el ejemplo de
todas las virtudes. Contaba a la sazón 55 años de edad. Según el certificado
oficial falleció de «fiebre pútrida. Su cuerpo, descansa en la isla de
Aix.
SS. Juan Pablo II, el 1 de
octubre de 1995, lo beatificó a junto con otros mártires de la Revolución
Francesa, testigos de su fe y fidelidad
"Santos y Beatos de la cartuja",
pág. 61, autor Juan Mayo Escudero, Edit. Analecta Cartusiana, ISBN
3-901995-24-2, año 2000
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Autor: Juan Mayo Escudero | Fuente: Libro "Santos y Beatos de la
Cartuja"
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