San Juan Gabriel Perboyre,
Mártir
Septiembre 11
Martirologio Romano: En la ciudad de Wuchang, de la provincia Hubei, en China, san Juan Gabriel Perboyre, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que, dedicado a la predicación del Evangelio según costumbre del lugar, durante una persecución sufrió prolongada cárcel, siendo atormentado y, al fin, colgado en una cruz y estrangulado (1840).
Septiembre 11
Martirologio Romano: En la ciudad de Wuchang, de la provincia Hubei, en China, san Juan Gabriel Perboyre, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que, dedicado a la predicación del Evangelio según costumbre del lugar, durante una persecución sufrió prolongada cárcel, siendo atormentado y, al fin, colgado en una cruz y estrangulado (1840).
Fecha de canonización: Beatificado
el 10 de noviembre 1889 por el Papa León XIII, y canonizado por S.S. Juan Pablo
II el 2 de junio de 1996.
La misión divina de la Iglesia se hace extensiva a toda la tierra y en todos los tiempos, según la frase de Jesús: Id, pues, y enseñad a todas las naciones. «Nuestra religión debe enseñarse en todas las naciones y propagarse incluso entre los chinos, a fin de que conozcan al verdadero Dios y posean la felicidad en el cielo», afirmaba con valentía San Juan Gabriel Perboyre, misionero en la China, ante un mandarín encargado de interrogarlo. Y este último agregó: «¿Qué puedes ganar adorando a tu Dios? - La salvación de mi alma, el cielo al que espero subir después de haber muerto».
El 2 de junio de 1996, con motivo de
la canonización de San Juan Gabriel Perboyre, el Papa Juan Pablo II decía de él:
«Tenía una única pasión: Cristo y el anuncio de su Evangelio. Y por su fidelidad
a esa pasión, también él se halló entre los humillados y los condenados; por eso
la Iglesia puede proclamar hoy solemnemente su gloria en el coro de los santos
del cielo».
En 1817, a los 15 años de edad, Juan
Gabriel ingresa, junto con su hermano mayor Luis, en el seminario menor de
Montauban (Francia), dirigido por los Padres Lazaristas, hijos espirituales de
San Vicente de Paúl. Allí siente el deseo de consagrarse a las misiones en
países paganos. Después de terminar el noviciado en Montauban, lo mandan a París
para realizar estudios de teología, y luego es ordenado sacerdote. En 1832, su
hermano Luis, que se había embarcado como sacerdote lazarista hacia la misión de
la China, muere de unas fiebres durante la travesía. Juan Gabriel anuncia
inmediatamente a la familia su deseo de ocupar el sitio que la muerte de su
hermano ha dejado vacante.
Pero sus superiores no lo consideran
conveniente a causa de su frágil salud, y es nombrado vicedirector del seminario
parisino de los Lazaristas. Como activo ayudante de un director de seminario ya
mayor, sigue el principio de enseñar más con el ejemplo que con la palabra.
Comunica de ese modo a los novicios su amor por Jesús: «Cristo es el gran
Maestro de la ciencia. Es el único que da la verdadera luz... Solamente existe
una cosa importante: conocer y amar a Jesucristo, pues no sólo es la luz, sino
el modelo, el ideal... Así que no basta con conocerle, sino que hay que
amarle... Solamente podemos conseguir la salvación mediante la conformidad con
Jesucristo». Escribe lo siguiente a uno de sus hermanos: «No olvides que, ante
todo, hay que ocuparse de la salvación, siempre y por encima de todo».
Sin embargo, en su corazón guarda el
ardiente deseo de partir hacia las misiones; al mostrar a los seminaristas los
recuerdos traídos hasta París del martirio de François-Régis Clet, les dice: «He
aquí el hábito de un mártir... ¡cuánta felicidad si un día tuviéramos la misma
suerte». Y les pide lo siguiente: «Rezad para que mi salud se fortifique y que
pueda ir a la China, a fin de predicar a Jesucristo y de morir por Él».
Obtiene finalmente de sus superiores
el favor de salir hacia la China, donde llega el 10 de marzo de 1836. Su celo
por la salvación de las almas le ayuda a soportar el hambre y la sed para la
mayor gloria de Dios. Sea de día o de noche, siempre está dispuesto a acudir
donde se solicite su ministerio, de tal forma que las fatigas y las vigilias no
cuentan en absoluto. Además, es asaltado por violentas tentaciones de
desesperanza, pero Nuestro Señor se le aparece y lo consuela, y el gozo vuelve
al alma del apóstol.
Víctima de los
sufrimientos
En 1839 se desencadena una
persecución contra los cristianos. El 15 de septiembre, el padre Perboyre y su
hermano el padre Baldus se hallan en su residencia de Tcha-Yuen-Keou. De repente
les avisan de que llega un grupo armado. Los misioneros huyen cada uno por su
lado para no caer los dos en manos de los enemigos. Juan Gabriel se esconde en
un espeso bosque, pero al día siguiente un desdichado catecúmeno lo traiciona
por una recompensa de treinta taeles (moneda china). Los soldados le desgarran
las vestiduras, lo visten con harapos, lo amordazan y se van a la posada a
celebrar su arresto.
Interrogado por el mandarín de la
subprefectura, Juan Gabriel responde con firmeza que es europeo y predicador de
la religión de Jesús. Empiezan entonces a torturarlo, pero por temor a que
sucumba lo sientan en una banqueta y le atan fuertemente las piernas. Así pasa
la noche el piadoso padre, bendiciendo a Jesús por concederle el honor de
padecer sus mismos sufrimientos. Trasladado a la prefectura, al cabo de un
penosísimo viaje a pie, con grilletes en el cuello, en las manos y en los pies,
sufre cuatro interrogatorios. Para obligarlo a hablar, lo ponen de rodillas
durante muchas horas sobre cadenas de hierro. A continuación, lo cuelgan de los
pulgares y le golpean en la cara cuarenta veces con suelas de cuero para
obligarle a renegar de su fe. Pero, reconfortado por la gracia de Dios, lo sufre
todo sin quejarse.
Después es trasladado a
Ou-Tchang-Fou, ante el virrey, donde debe responder en una veintena de
interrogatorios. El virrey quiere obligarlo en vano a caminar sobre un
crucifijo. Lo golpean con correas de cuero y con palos de bambú hasta el
agotamiento, o bien lo levantan a gran altura con la ayuda de poleas y lo dejan
desplomarse hasta el suelo. Pero el alma del piadoso padre permanece unida a
Dios. «¿Así que sigues siendo cristiano? - ¡Oh, sí¡ ¡Y me siento feliz por
ello!». Finalmente, el virrey lo condena al estrangulamiento; pero como quiera
que la sentencia no puede ejecutarse hasta que sea ratificada por el emperador,
Juan Gabriel Perboyre sigue en prisión durante algunos meses.
« ¡ Irreconocible !
»
Ningún cristiano había podido llegar
junto a él mientras los mandarines lo torturaban; sin duda se vanagloriaban con
la esperanza de que, al privarlo de cualquier ayuda, conseguirían vencer su
constancia con mayor facilidad. Pero esa severa consigna es suavizada después
del último interrogatorio. Uno de los primeros en poder penetrar en la cárcel es
un religioso lazarista chino llamado Yang. ¡Qué desgarrador espectáculo aparece
ante su mirada! Enmudece, derrama abundantes lágrimas y apenas consigue dirigir
unas palabras al mártir. El padre Juan Gabriel desea confesarse, pero dos
oficiales del mandarín que se hallan constantemente a su lado se lo impiden.
Ante la petición de un cristiano que acompaña al padre Yang, consienten en
apartarse un poco, y el misionero puede entonces confesarse.
Los demás prisioneros, encarcelados
a causa de delitos comunes, testigos de la piadosa vida del padre Juan Gabriel,
no tardan en apreciarlo; ideas hasta entonces desconocidas se abren paso en sus
endurecidas almas. Admiradores de tantas virtudes, proclaman que tiene derecho a
todo tipo de respeto. Él, por su parte, se halla completamente feliz en medio de
los sufrimientos, porque lo vuelven más conforme con su divino modelo.
« Es todo lo que deseaba
»
Por fin, el 11 de septiembre de
1840, después de un año entre grilletes y torturas, es conducido hasta el lugar
de la ejecución. Le atan brazos y manos a la barra transversal de una horca en
forma de cruz, y le sujetan ambos pies a la parte baja del poste, sin que toquen
el suelo. El verdugo le pone en el cuello una especie de collar de cuerda en el
que introduce un trozo de bambú. Con calculada lentitud, el verdugo aprieta dos
veces la cuerda alrededor del cuello de la víctima. Una tercera torsión más
prolongada interrumpe la plegaria continua del mártir, haciéndolo entrar en el
inmenso y eterno gozo de la corte celestial. Tiene 38 años. Una cruz luminosa
aparece en el cielo, visible hasta Pekín. Ante el asombro de todos,
contrariamente a lo que sucede con los rostros de los ajusticiados por
estrangulamiento, el de Juan Gabriel está sereno y conserva su color
natural.
«El mártir da testimonio de Cristo,
muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la
verdad de la fe y de la doctrina cristiana» (CIC, 2473). El sacrificio de San
Juan Gabriel Perboyre produjo muchos frutos espirituales, muchos de los cuales
son visibles: al igual que él, muchos cristianos chinos dieron su vida por
Cristo, y la religión cristiana se desarrolló en China hasta requerir la
construcción de catorce vicarías apostólicas. Más recientemente, las
persecuciones del régimen comunista no han conseguido extinguir la fe.
San Juan Gabriel nos recuerda a
nosotros mismos que «Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están
obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra
al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu
Santo que les ha fortalecido con la confirmación» (CIC, 2472). Ese testimonio no
siempre conduce al martirio de la sangre, pero supone la aceptación de la cruz
de cada día.
Empeñémonos en llevarla con amor,
con la ayuda de la Santísima Virgen, y alcanzaremos el cielo, arrastrando con
nosotros multitud de almas: «Más allá de la cruz, no hay otra escala por la que
podamos subir al cielo» (Santa Rosa de Lima). Es la gracia que, en este comienzo
de año, pedimos a San José, para Usted y para todos sus seres queridos, vivos y
difuntos.
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Fuente:
Clairval.com
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