San Fausto de Riez, Obispo y 
Abad
Septiembre 28
Martirologio Romano: En Riez, de la Provenza, en la Galia, san Fausto, obispo y antes abad de Lérins, que, contra los arrianos, escribió sobre el Verbo Encarnado y el Espíritu Santo consubstancial al Padre y al Hijo y coeterno con ellos, siendo exiliado por el rey Eurico (post 485).
Martirologio Romano: En Riez, de la Provenza, en la Galia, san Fausto, obispo y antes abad de Lérins, que, contra los arrianos, escribió sobre el Verbo Encarnado y el Espíritu Santo consubstancial al Padre y al Hijo y coeterno con ellos, siendo exiliado por el rey Eurico (post 485).
A menudo, se hacen referencias a Fausto de Riez como al principal exponente y el defensor de lo que ahora se conoce como el semi-pelagianismo, pero con mayor frecuencia se olvida que fue un hombre justo y santo, cuyo nombre aparece en varios martirologios y cuya fiesta se observa en diversas iglesias del sur de Francia. Nació en los primeros años del siglo quinto, en las Islas Británicas, según afirman sus contemporáneos, San Avitio y San Sidonio Apolinar, aunque más probablemente vino al mundo en Bretaña. Se dice que inició su vida pública como abogado, pero, si así fue, no duró mucho en el ejercicio de la profesión, puesto que fue monje en Lérins, antes de que San Honorato, el fundador de aquel monasterio, lo abandonase, en el año de 426.
Después de haber sido ordenado sacerdote, pasó unos ocho años tranquilos y 
desprovistos de acontecimientos en el monasterio y entonces fue elegido abad, 
cuando San Máximo dejó vacante el puesto para hacerse cargo de la sede episcopal 
de Riez. San Honorato y San Sidonio no se quedan cortos cuando se trata de 
alabar las virtudes y los méritos de Fausto, y San Sidonio dice que su 
observancia de las reglas y su regularidad eran semejantes a las de los padres 
del desierto y que, además, tenía el don de la elocuencia y de la improvisación. 
El mismo santo relata en una de sus cartas cómo él mismo gritó entusiasmado 
durante uno de los sermones de Fausto. En aquellos tiempos, los aplausos y aun 
las aclamaciones en las iglesias, eran cosa 
corriente.
Así como había sucedido a San 
Máximo en el cargo de abad del monasterio, le siguió en la sede episcopal de 
Riez, después de haber gobernado a los monjes de Lérins durante veinticinco 
años. En el panegírico que pronunció durante los funerales de su predecesor, 
Fausto exclamó: "¡Lérins ha mandado dos obispos a Riez sucesivamente! Del 
primero, se enorgullece; del segundo se avergonzará." Por cierto que Lérins no 
tuvo de qué avergonzarse. Fausto fue un obispo tan bueno y eficaz, como antes 
había sido abad. Se esforzó por fundar nuevos monasterios en toda la extensión 
de su diócesis; mantuvo siempre las prácticas de mortificaciones y penitencias 
que acostumbraba en el claustro, sin dejar por ello de cumplir escrupulosamente 
todos sus deberes episcopales y sin cesar en su lucha por conservar la pureza de 
la fe, por lo que siempre se opuso vigorosamente al arrianismo y a los errores 
de Pelagio, a quien llamaba "el pestilente 
maestro."
Cierto sacerdote llamado Lúcido 
predicaba la doctrina herética que negaba a Dios la voluntad de salvar a todos 
los hombres y afirmaba que la salvación o la condenación dependen exclusivamente 
del juicio de Dios, sin que cuenten para nada las acciones del libre albedrío 
del hombre y sus méritos o perjuicios consecuentes. Para tratar de las herejías 
del sacerdote Lucido, el obispo convocó en 475, a dos sínodos en Arles, y en el 
curso de los mismos el propio San Fausto convenció a Lúcido para que se 
retractase de sus errores y le indujo a que escribiese un tratado contra sus 
enseñanzas para demostrar que eran "erróneas, blasfemas, heréticas, fatalistas y 
conducentes a la inmoralidad." 
El obispo Fausto colaboró por su 
parte con dos tratados sobre el libre albedrío y la gracia para refutar tanto al 
pelagianismo como al predestinarianismo. Al escribir estas obras, tuvo que 
abordar algunos puntos de vista de San Agustín y, al hacerlo, se plegó al error 
semi-pelagiano de que, si bien la gracia es necesaria para el cumplimiento de 
las buenas obras, no lo es para emprenderlas. San Fausto erró de buena fe y lo 
propio hizo San Juan Casiano, pero, si bien fue violentamente atacado en cuanto 
aparecieron sus libros, no se le condenó definitivamente sino hasta la 
celebración del Concilio de Orange, en 529. Pero sus actividades teológicas le 
crearon un enemigo más brutal en otro terreno. Eurico, el rey de los visigodos 
arríanos, quien tal vez recibió cierto respaldo político por parte de Fausto, 
dominaba una buena parte del sur de las 
Galias.
Ese monarca se sintió ofendido 
por los ataques de Fausto contra el arrianismo y, en consecuencia, el obispo fue 
expulsado de su sede, alrededor del año 478, y tuvo que vivir por fuerza en el 
exilio hasta la muerte de Eurico, pocos años más tarde. Entonces regresó para 
continuar en el gobierno de su grey hasta el día de su muerte, que ocurrió 
cuando ya había cumplido los noventa años. Su memoria fue muy venerada por parte 
del pueblo, y entre los fieles de su grey costearon la construcción de una 
basílica en su honor. San Fausto figura de manera prominente entre el grupo de 
escritores que dio fama a Lérins, y algunos de sus escritos, cartas y discursos, 
existen y se leen 
todavía.
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