San Simón de Crespy, Monje 
Eremita
Septiembre 30
Martirologio Romano: En Roma, san Simón, monje, antes conde de Crespy, en Francia, que, renunciando a la patria, al matrimonio y a todo, eligió la vida monástica y después la eremítica en las montañas del Jura, y reclamado muchas veces como legado de paz para conciliación entre príncipes, murió finalmente en Roma, siendo sepultado en la Urbe, en la basílica de San Pedro (1082).
Martirologio Romano: En Roma, san Simón, monje, antes conde de Crespy, en Francia, que, renunciando a la patria, al matrimonio y a todo, eligió la vida monástica y después la eremítica en las montañas del Jura, y reclamado muchas veces como legado de paz para conciliación entre príncipes, murió finalmente en Roma, siendo sepultado en la Urbe, en la basílica de San Pedro (1082).
Simón, conde de Crépy, en la región de Valois, estaba emparentado con Matilde, la esposa de Guillermo el Conquistador, y se educó en la corte de ese rey. Gozaba de la confianza y los favores de Guillermo, quien le llevó consigo a las campañas contra Felipe I de Francia para arrojarlo de las tierras de Normandía. Se dice que al término de aquella guerra, el padre de Simón murió en la localidad de Montdidier y éste se propuso transportar el cadáver hasta las tierras de Crépy para sepultarlo; y sucedió que en el largo trayecto el cuerpo del conde entró en descomposición y su hijo, después de velarlo toda la noche en solitaria meditación sobre lo transitorio de esta vida, sepultó los restos en el campo y regresó a la corte decidido a hacerse monje. Asimismo se afirma que acabó por convencer a su prometida, la hija de Hildeberto, conde de Auvernia, para que ingresara a un convento y así, un buen día, los dos novios huyeron juntos de la corte, pero no para casarse, como lo pensaban todos los cortesanos, sino para entregarse a la vida del claustro.
La joven quedó a buen resguardo con las monjas, pero cuando Simón se 
dirigía a otro monasterio para hacer lo propio, fue alcanzado por los enviados 
del rey, quienes le llevaron de nuevo a la corte. Ahí Guillermo el Conquistador 
le reveló al noble joven que deseaba casarlo con su propia hija Adela. Simón no 
se atrevió a rechazar directamente los ofrecimientos de su real benefactor, pero 
trató de demorar la boda y partió en viaje a Roma con el pretexto de averiguar 
en la Santa Sede si su proyectado matrimonio era legal en vista de que la hija 
del rey era su pariente. Pero ni siquiera llegó a la mitad del camino, porque a 
su arribo a la ciudad de Condal, en el Jura, se hospedó en la abadía de 
Saint-Claud, ahí tomó el hábito y no lo abandonó 
jamás.
Lo mismo que a muchos otros monjes pertenecientes a la 
nobleza, los superiores y los familiares de Simón insistieron para que emplease 
su influencia en arreglar discordias y restablecer los derechos. San Hugo de 
Cluny le envió ante el rey de Francia para que recuperase unas tierras que 
habían sido quitadas al monasterio y, asimismo, intervino activamente para 
obtener la reconciliación entre Guillermo el Conquistador y sus hijos. Cuando el 
Papa San Gregorio VII, en conflicto con el emperador, decidió concertar un 
acuerdo con Roberto Guiscard y sus normandos que ocupaban parte del territorio 
de Italia, mandó llamar a San Simón para que le ayudase en las 
negociaciones.
Estas concluyeron felizmente en la ciudad de Aquino, en 
1080 y, desde entonces, el Papa conservó a su lado a Simón. Este murió en Roma y 
recibió los últimos sacramentos de manos del propio San 
Gregorio.
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