Beato Lanuino de Calabria, Monje
Abril 11Martirologio Romano: En Calabria, Italia, beato Lanuino, que fue compañero de san Bruno y sucesor suyo, insigne intérprete del espíritu del fundador en las instituciones y monasterios de la Cartuja. († 1119)
Fecha de beatificación: Culto confirmado el 4 de febrero de 1893 por el
Papa León XIII.
Lanuino era hijo de una familia oriunda de Normandía (Francia), ignorándose más detalles de su vida anterior al año de 1087, fecha en que parece ser vino a solicitar su ingreso en Chartreuse, atraído por la gran fama de santidad de que gozaban Maestro Bruno y sus compañeros. Varón letrado, de exquisita prudencia y de muy grande integridad en las costumbres, atrájose desde el comienzo de su vida monástica el afecto y la admiración de todos, que veían en él un file discípulo de Maestro Bruno, que le distinguía con particular amor y consideración.
Dos años más tarde, habiendo sido llamado a Roma San Bruno por su antiguo discípulo el Papa Urbano II, para ser ocupado en los asuntos de la Cristiandad, siguiéronle varios de los suyos, entre ellos Lanuino, el cual «por haber pasado casi toda su vida anterior en la Ciudad Eterna, y aplicándose en ella a los estudios literarios y morales, con tanto éxito que se le tenía como uno de los más sabios», fue para San Bruno una ayuda incomparable, hasta el punto de parecer que nada importante quiso hacer allí Bruno sin este auxiliar, a quien estimaba en sumo grado. Feliz de poder en cierto modo eludir su responsabilidad y el lucimiento de su propia actuación, se complacía en ver el crédito que su discípulo tenía con todos, y encontró en él una preciosa ayuda en sus entrevistas con los Príncipes Normandos, que estaban encantados de encontrar uno de su raza, tan eximio en letras y en virtud.
Lanuino era hijo de una familia oriunda de Normandía (Francia), ignorándose más detalles de su vida anterior al año de 1087, fecha en que parece ser vino a solicitar su ingreso en Chartreuse, atraído por la gran fama de santidad de que gozaban Maestro Bruno y sus compañeros. Varón letrado, de exquisita prudencia y de muy grande integridad en las costumbres, atrájose desde el comienzo de su vida monástica el afecto y la admiración de todos, que veían en él un file discípulo de Maestro Bruno, que le distinguía con particular amor y consideración.
Dos años más tarde, habiendo sido llamado a Roma San Bruno por su antiguo discípulo el Papa Urbano II, para ser ocupado en los asuntos de la Cristiandad, siguiéronle varios de los suyos, entre ellos Lanuino, el cual «por haber pasado casi toda su vida anterior en la Ciudad Eterna, y aplicándose en ella a los estudios literarios y morales, con tanto éxito que se le tenía como uno de los más sabios», fue para San Bruno una ayuda incomparable, hasta el punto de parecer que nada importante quiso hacer allí Bruno sin este auxiliar, a quien estimaba en sumo grado. Feliz de poder en cierto modo eludir su responsabilidad y el lucimiento de su propia actuación, se complacía en ver el crédito que su discípulo tenía con todos, y encontró en él una preciosa ayuda en sus entrevistas con los Príncipes Normandos, que estaban encantados de encontrar uno de su raza, tan eximio en letras y en virtud.
Establecidos en aquella relativa soledad de las Termas de Diocleciano, que
les cedió el Papa, hicieron un ensayo de vida monástica, mientras su santo
Fundador, aún después de haber rehusado el Episcopado de Reggio, con el que le
instaban, se veía precisado a permanecer al lado del Pontífice. Pero pronto
comprendieron que el ruido de la Ciudad, junto con las frecuentes molestias que
les irrogaba el Antipapa, no eran ambiente a propósito para la vida de
recogimiento y de oración; y entonces, por consejo de San Bruno, emprendieron el
retorno a la Grande Chartreuse, presididos por Landuino (no Lanuino), que por lo
mismo vino a ser el segundo Prior de la Casa Madre. Otros empero, no
consintieron en separarse de nuestro Padre, y se quedaron formando con él una
pequeña comunidad monástica. Entre estos se contaba Lanuino. Con ocasión de un
viaje que la Corte Pontificia emprendió por el sur de Italia, se le presentó a
San Bruno buena ocasión de obtener para los suyos un lugar adecuado a su género
de vida. Encontrólo en La Torre, de los dominios del Conde Roger, en
Calabria.
Dejó allí Maestro Bruno a Lanuino de Superior, mientras él acompañaba al
Papa y ayudaba a la preparación del Concilio de Plasencia. Sólo después de éste,
cuando en 1095 pasó el Pontífice a Francia, obtuvo San Bruno el anhelado premiso
de retirarse a su amada soledad de Calabria. Ya a partir de este momento, y
hasta la muerte de nuestro Santo, apenas hay documento eclesiástico o civil en
que se hable de él sin mencionar también a su compañero Lanuino; siempre se los
encuentra juntos a padre e hijo, maestro y discípulo.
En 1097 construyóse la Casa de San Esteban, al estilo de Casa Inferior,
pero con la particularidad de que en ella, además de las Obediencias y del
gobierno de las cosas materiales, había también una pequeña comunidad de monjes,
integrada por aquellos que, a consecuencia de sus años, o de achaques de
enfermedad, no podían seguir en todo la observancia del Yermo de Santa María;
siendo nombrado para presidirla, en calidad de Prior y Procurador, nuestro
Lanuino.
En 1098 acudió nuestro Beato, en compañía de San Bruno, a Esquilache, donde
se encontraba Urbano II, para revalidar los títulos de la donación del Conde
Roger, y obtuvieron la exención de la autoridad de los Obispos; siendo de notar
que en la bula de la citada confirmación les llama el Papa «Muy queridos y
venerados hijos Bruno y Lanuino». Juntos también, asistieron a la muerte del
Conde Roger.
Estando Pascual II en Mileto, acudió allí Lanuino y alcanzó de él la
aprobación de todas las posesiones recibidas.
Muerto San Bruno el 6 de octubre del 1101, hubo alguna división de
pareceres entre sus hijos, en relación con la sucesión, pues algunos querían que
Lanuino continuase al frente de San Esteban, y se eligiese otro para Santa María
de la Torre; o que, si Lanuino pasaba a ésta, se le diese a San Esteban otro
Prior; pero la mayor y mejor parte opinaban que era Lanuino, como tan unido e
identificado con San Bruno, el que debía ser elegido como Prior de ambas casas;
y este fue el parecer que triunfó. En efecto, en la elección canónica que por
delegación del Papa vino a presidir un Obispo, fue designado Lanuino, como tal,
por unanimidad, y todos le prestaron obediencia. Escribióle por ello Pascual II,
diciéndole: «Lo que tanto deseábamos, y con vehemente deseo esperábamos, ya ha
sucedido. Por nuestro hermano R. Albano, Obispo, nos hemos enterado de que la
paz se ha restablecido entre vosotros, y que habéis sucedido al Maestro Bruno,
de santa memoria.
Tened el mismo celo austero por la disciplina eremítica, la misma constancia, la misma gravedad de costumbres. Todo cuanto su sabiduría y piedad merecieron en cuanto a autoridad y favor de la Sede Apostólica, os lo concedemos a Vos, si os acompaña su espíritu; y os mandamos que vengáis la próxima Cuaresma, para hablar de viva voz cosas íntimas del corazón».
Tened el mismo celo austero por la disciplina eremítica, la misma constancia, la misma gravedad de costumbres. Todo cuanto su sabiduría y piedad merecieron en cuanto a autoridad y favor de la Sede Apostólica, os lo concedemos a Vos, si os acompaña su espíritu; y os mandamos que vengáis la próxima Cuaresma, para hablar de viva voz cosas íntimas del corazón».
Conocido por su reputación de santidad y prudencia, ya Urbano II había
confiado a nuestro Beato una importante misión en Salerno; y Pascual II confió
en él más aún que su antecesor; y así, en 1102, lo llamó a Roma para que
asistiera al Concilio, y en los años siguientes lo honró con muchas
delegaciones, muy delicadas, como la de hacer elegir Obispo a los canónigos de
Mileto, y en caso de que no hiciesen, hacerlo él mismo; y la de deponer al Abad
de Santa Eufemia, y de excomulgarlo si se resistía, y de poner un nuevo Abad,
etc.
El siervo de Dios desempeñó tan bien estas misiones, que en 1104 le
escribía el Papa felicitándolo calurosamente por ello y nombrándolo Visitador
general de todos los Monasterios de la Provincia, diciéndole entre otras cosas:
«La santidad, la sinceridad y el celo religioso de que habéis dado pruebas en la
reforma de iglesias y monasterios, nos hacen fuerza a estimaros y a elevar
acciones de gracias al Todopoderoso. Nos, pues, al alegrarnos de vuestra piedad
y confiar plenamente en vuestro fervor, hijo amadísimo, os exhortamos y
obligamos a tomar a vuestro cargo el cuidado de los monasterios de nuestra
jurisdicción, que están en vuestra vecindad. Examinad lo que en ellos haya
contrario a la disciplina monástica, y esforzaos en reformar todos los abusos
con gran moderación y discreción. No descuidéis el castigar aquellos que hasta
el presente no se han comportado del modo debido. También os ordenamos que os
entrevistéis con el Obispo de Mileto y tratéis fraternalmente con él de las
cuestiones que tiene con los monjes de Santangelo».
Claramente se ve cómo Pascual II ponía al Beato Lanuino en el mismo rango
que los Obispos, e incluso lo constituía árbitro de las cuestiones que pudieran
ellos tener con los religiosos. Algunos años más tarde, en 1113, otorgó al santo
Prior de Calabria el poder de excomulgar a los laicos que habían violado las
posesiones de su monasterio; y es de notar que en su última carta Pascual II no
le llama «su hijo», sino «su hermano», título reservado ordinariamente para los
Obispos, por los Pontífices. En la última fecha citada asistió al Concilio de
Benevento.
Tantas y tales ocupaciones exteriores no impidieron a nuestro Beato su
recogimiento y alto don de contemplación. Solía decir afligido, que lo exterior
se le imponía como penitencia, mientras que en la soledad le era dado gustar
cuán suave es el Señor. Tornando tan pronto como podía al silencio de su
desierto, daba en él ejemplo a sus religiosos de las más austeras virtudes y de
la más perfecta fidelidad a las observancias monásticas, haciendo con ello
florecer el yermo en todo género de santidad. Era admirable sobre todo su
dulzura. Atraído el pueblo por su fama, acudía a él, y nadie se marchaba de su
lado, que no fuese con la sonrisa en los labios y lleno de consuelo. Su bondad
era tan notoria que Pascual II se juzgó en el caso de deber advertirle no
permitiese excesos de nadie en relación con la misma:
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«Nadie abuse de tu bondad» (Anales, I, pág. 153). En esto hay, sin duda,
una alusión a ciertos conflictos suscitados por algunos religiosos que,
pretextando oraciones y ayunos, descuidaban el ejercicio de la caridad; por esto
en otra de las cartas de dicho Pontífice a la Comunidad de Calabria, se lee: «No
queráis presumir de ayunos y oraciones; buscad a Dios, que es caridad. El Dios
de la paz y del amor permanezca siempre con vosotros».
Con la aprobación del Sumo Pontífice fundó Lanuino en 1114 un nuevo
monasterio, llamado de Santiago de Montauro, para reunir en él a los novicios
que después de la probación hubieran reconocido que nuestra Regla estaba por
encima de sus fuerzas, y experimentado la necesidad de un estado monástico en el
que la vida conventual encontrase mayor cabida. Y al poco tiempo obtuvo permiso
del Papa para formar en él a todos los novicios, y sólo los que eran juzgados
aptos para sobrellevar todo el rigor de la vida eremítica, pasaban a Santa María
de la Torre. Después de haber gobernado los tres monasterios hasta el fin, y de
haber sido por su doctrina, celo y vigilancia, por su ternura paternal, y por su
caridad para con todos, el mejor y más file imitador de San Bruno, murió el
Beato Lanuino, cargado de méritos, el 11 de abril de 1120, dejando una gran
reputación de santidad. Ni después de muerto se separó de su amado Padre, al que
había estado en vida tan ligado; y así compartió con él la misma tumba y los
honores de un mismo culto; siendo esto buena prueba del elevado juicio que sobre
su muerte, al igual que sobre su vida, se habían hecho sus contemporáneos: a sus
ojos era evidentemente un santo.
El Sumo Pontífice León XIII, por decreto de la Sagrada Congregación de
Ritos, del 4 de febrero de 1893, se dignó confirmar el culto otorgado a nuestro
Beato desde tiempo inmemorial; y el día 27 de junio del mismo año autorizaba el
Oficio, la Misa y el elogio del Martirologio, para la diócesis de Esquilache, y
concedía también a la Orden, su Oficio y Misa. La Orden, a su vez, publicó estos
decretos el 17 de noviembre del expresado año 1893, y el Capítulo General del
año siguiente mandó que la fiesta del Beato Lanuino se celebrase en todas las
Casas el 11 de abril con Oficio de XII lecciones del Común de Conf. no
Pontífices y Misa con oración propia. Recientemente su fiesta se ha trasladado
al 13 de octubre.
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Autor: Juan Mayo Escudero | Fuente: Libro "Santos y Beatos de la
Cartuja"
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