San José Benito Cottolengo, Presbítero y Fundador
Abril 30
Abril 30
Fundadora de la La Pequeña Casa de la Divina Providencia
Martirologio Romano: En Chieri, cerca de Torino, en el Piamonte, san
José Benito Cottolengo, presbítero, que, confiando solamente en el auxilio de la
Divina Providencia, abrió una casa para acoger a toda clase de pobres, enfermos
y abandonados (1842).
Etimológicamente: José = Aquel al que Dios ayuda, es de origen
hebreo.
Etimológicamente: Benito = Aquel a quien Dios bendice, es de origen
latino.
Fecha de canonización: 19 de marzo de 1934, por el Papa Pío XI
Pío IX la llamaba “la Casa del Milagro”. El canónico Cottolengo, cuando las autoridades le ordenaron cerrar la primera fase, ya repleta de enfermos, como medida de precaución al estallar la epidemia de cólera en 1831, cargó sus pocas cosas en un burro, y en compañía de dos Hermanas salió de la ciudad de Turín, hacia un lugar llamado Valdocco. En la puerta de una vieja casona leyó: “Taberna del Brentatore”. La volteó y escribió: “Pequeña Casa de la Divina Providencia”. Pocos días antes le había dicho al canónigo Valletti con sencillez campesina: “Señor Rector, siempre he oído decir que para que los repollos produzcan más y mejor tienen que ser transplantados.
Pío IX la llamaba “la Casa del Milagro”. El canónico Cottolengo, cuando las autoridades le ordenaron cerrar la primera fase, ya repleta de enfermos, como medida de precaución al estallar la epidemia de cólera en 1831, cargó sus pocas cosas en un burro, y en compañía de dos Hermanas salió de la ciudad de Turín, hacia un lugar llamado Valdocco. En la puerta de una vieja casona leyó: “Taberna del Brentatore”. La volteó y escribió: “Pequeña Casa de la Divina Providencia”. Pocos días antes le había dicho al canónigo Valletti con sencillez campesina: “Señor Rector, siempre he oído decir que para que los repollos produzcan más y mejor tienen que ser transplantados.
La “Divine Providencia” será, pues, transplantada y se convertirá en un
gran repollo...”.
José Cottolengo nació en Bra, un pueblo al norte de Italia. Fue el mayor de
doce hermanos, y estudió con mucho provecho hasta conseguir el diploma de
teología en Turín.
Después fue coadjutor en Corneliano de Alba, en donde celebraba la Misa de
las tres de la mañana para que los campesinos pudieran asistir antes de ir a
trabajar. Les decia: “La cosecha será mejor con la bendición de Dios”. Luego fue
nombrado canónigo en Turín. Aquí tuvo que asistir, impotente, a la muerte de una
mujer, rodeada de sus hijos que lloraban, y a la que se le habían negado los
auxilios más urgentes, porque era sumamente pobre. Entonces José Cottolengo
vendió todo lo que tenía, hasta su manto, alquiló un por de piezas y comenzó así
su obra bienhechora, ofreciendo albergue gratuito a una anciana
paralítica.
A la mujer que le confesaba que no tenía ni un centavo para pagar el
mercado, le dijo: “No importa, todo lo pagará la Divina Providencia”. Después
del traslado a Valdoceo, la Pequeña Casa se amplió enormemente y tomó forma ese
prodigio diario de la ciudad del amor y de la caridad que hoy el mundo conoce y
admire con el nombre de “Cottolengo”. Dentro de esos muros, construidos por la
fe, está la serene laboriosidad de una república modelo, que le habría gustado
al mismo Platón.
La palabra “minusválido” aquí no tiene sentido. Todos son “buenos hijos” y
para todos hay un trabajo adecuado que ocupa la jornada y have más sabroso el
pan cotidiano.
Les decía a las Hermanas: “Su caridad debe expresarse con tanta gracia que
conquiste los corazones. Sean como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el
cual uno se alegra”.
Pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo. “El asno no quiere caminar” comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras fueron: “In domum Domini íbimus” (Vamos a la casa del Señor). Era el 30 de abril de 1842.
Pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo. “El asno no quiere caminar” comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras fueron: “In domum Domini íbimus” (Vamos a la casa del Señor). Era el 30 de abril de 1842.
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Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
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