Beata María Antonia Bandrés y Elósegui, Religiosa
Abril 27
Abril 27
Religiosa de la Congregación de las Hijas de Jesús
Nace en Tolosa (España) un 6 de marzo de 1898.
Su papá se llamaba Ramón Bandrés y su mamá Teresa Elósegui. Fue la segunda
hija de los quince que tuvo el matrimonio.
Antonita sentía un amor entrañable hacia sus padres y hermanos, esto hizo
que le costara mucho afectivamente la separación de los mismos al ingresar al
noviciado, por eso se le escuchó decir: “Sólo por Dios los he dejado”.
En aquel hogar se vivía la fe y la caridad cristiana. Doña Teresa era una
mujer ejemplar y santa, que supo ayudar a sus hijos a crecer en todo, pero
especialmente en el amor a Dios, a María y a los más pobres y necesitados.
Su salud era un poco débil. Sus padres tuvieron con ella cuidados
especiales. La debilidad y el excesivo celo de los suyos, ayudaron a acentuar en
aquella niña un carácter sensible hasta la susceptibilidad, que en los primeros
años llegó a preocupar a doña Teresa: “¡Qué chiquilla más fastidiosa! ¡Cuánto
vas a sufrir con ese carácter!”. Y sufrió sí, pero sin que la sonrisa, aunque
teñida a veces de melancolía, se borrara de sus labios.
Cursó sus estudios en el colegio de San José (Tolosa), el mismo fue fundado
por la Madre Cándida y allí mismo conoció a la encantadora Antonita, todavía
casi niña. Cautivada por su mirada profunda y transparente, profetizó la Madre
Cándida: “Tú serás Hija de Jesús”.
Sin duda estas palabras se grabaron con anhelo de respuesta file en su
corazón, que ya quería ser sólo de Jesús. El amor a la Virgen, que había
germinado en los brazos de su madre, floreció espléndido en el colegio, ya que
el mismo está marcado por la advocación de la Virgen del Amor Hermoso. Y María
Antonia Bandrés fue congregante mariana por méritos de conducta y
aplicación.
Su amor a los pobres y necesitados
Con ellos compartía de niña sus ahorros y todo lo que tenía, pero supo
siempre hacer las obras de misericordia con sencillez y naturalidad para que
nadie se sintiera herido. Para Antonita seguir a Jesucristo y estar cerca de los
pobres eran una misma cosa. Lo había aprendido de sus padres que le enseñaron
que el amor a los otros era un deber. Primero los visitaba con su madre, luego
–catorce o quince años– iba a su encuentro sólo con la sencillez y humildad que
la caracterizaban.
A veces cuando el lugar o la persona visitada podían suponer algún riesgo,
le acompañaba Francisca, una empleada de la casa, cómplice en la caridad y en el
silencio con que María Antonia actuaba en estas situaciones difíciles: Aquella
viejecita de la chabola, que respondía con gritos y mal humor a su ternura; el
marido amenazante, que se calmaba sólo cuando “la señorita” lo esperaba en su
propia casa para evitar el terror de los niños; las obreras del sindicato, para
quienes ella era “distinta de las demás, aunque todas buenas”; lugares, personas
en los que el paso de María Antonia dejó huella.
Su llamada
La llamada a ser Hija de Jesús encontró su corazón bien dispuesto. La
decisión estaba tomada. El realizarla costaría mucho, pero había de llegar a
término seguro: “Es preciso llegar a la cumbre”. E inició María Antonia aquella
subida, que nunca tuvo retrocesos. Las piedras del camino fueron hiriendo sus
pies sin que jamás se detuviera a vendar las heridas. Era natural sufrir por
Jesús, “que tanto sufrió por nosotros”. Tener algo que ofrecerle, era una
compensación a sus deseos de darse toda, porque “de hacerlo, hacerlo
entero”.
Movida por un impulso del Espíritu Santo, ofreció a Dios su vida por quien
había sido su padrino de bautismo, el querido tío Antón. El le manifestó su
desacuerdo cuando ella se marchó al Noviciado, por tener una postura más
agnóstica, pero comprendió luego el gesto misericordioso de su ahijada y
descubrió tras él la misericordia del Padre, que lo acogió en sus brazos en un
día de gracia y de perdón, bajo la mirada maternal de la Virgen de Aranzazu.
Para sus últimos instantes, le estaban reservadas las gracias de la paz y la
consolación verdaderas: “¿Esto es morir? ¡Qué dulce es morir en la vida
religiosa! Siento que la Virgen está a mi lado, que Jesús me ama y yo lo
amo…”
Entro al Reino Celestial el 27 de abril de 1919, y fue beatificada por S.S.
Juan Pablo II el 12 de mayo de 1996.
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Fuente: Hijasdejesus.org
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