En Montecorvino, en la Apulia, san Alberto, obispo, que dedicó su vida a la
oración continua y a buscar el bien de los pobres (†1127).
El padre de San
Alberto se estableció con su hijito en Montecorvino de Apulia, cuando el pueblo
empezaba a transformarse en ciudad. La gran estima que la población profesaba a
Alberto le mereció ser elegido obispo de Montecorvino. Poco después, el santo
perdió la vista; pero el cielo le concedió una gran penetración interior y el
don de profecía. La fama de San Alberto creció mucho a raíz de los milagros. En
un ardiente día de verano, el santo pidió a uno de sus criados fuese a traerle
agua de la fuente. "Hijo mío", le dijo el obispo después de beber un sorbo, "yo
te pedí agua y me has traído vino".
El criado declaró que le había llevado agua
de la fuente y fue de nuevo a llenar el vaso; pero el agua se convirtió otra vez
en vino. Poco después, un habitante de Montecorvino, que había sido hecho
prisionero, invocó el nombre del obispo; al punto un ángel le sacó de su prisión
en los Abruzos y le trasladó a los alrededores de Montecorvino. El hombre fue a
ver a San Alberto al día siguiente, y éste le dijo: "No me gradezcas a mí, sino
a Dios, hijo mío; es El quien, con su gran poder, consuela a los afligidos y
liberta a los cautivos."
Cuando el santo era ya muy anciano, se le dio como ayudante a un sacerdote llamado Crescencio. Era éste un hombre poco escrupuloso, que deseaba que San Alberto muriese cuanto antes para sucederle en el cargo. En vez de ayudar al obispo, Crescencio y sus amigos le dificultaban la tarea y se burlaban de él cruelmente.
El siervo de Dios lo soportó todo con gran paciencia, pero predijo a Crescencio que no disfrutaría mucho tiempo de la sede que codiciaba.
El pueblo de Montecorvino amó a su obispo hasta el fin. Cuando corrió
la noticia de que había entrado en agonía, los hombres, las mujeres y los niños
se reunieron llorando a las puertas de su casa. El santo les dio la bendición y
los exhortó a vivir piadosa y rectamenle. Después se quedó dormido y murió
apaciblemente. La única biografía antigua de San Alberto fue escrita trescientos
o cuatrocientos años después de su muerte, por uno de sus sucesores en la sede
de Montecorvino y Vulturaria.
Se trata de Alejandro Gerardino, autor muy
fecundo, como lo ha demostrado Ughelli. Según parece, Gerardino se limitó
simplemente a readaptar la biografía escrita por Ricardo, uno de los sucesores
inmediatos de San Alberto.
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La obra se encuentra en Acta Sanctorum, abril, vol. I
y en Ughelli, Italia sacra, vol. VIII (1662), cc. 469-474.
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Fuente: oremosjuntos.com
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