miércoles, septiembre 11, 2013

Beato Luis de Turingia, Príncipe

Beato Luis de Turingia, Príncipe
Septiembre 11


Esposo de Santa Isabel de Hungría (Nov 17)

(1227 d.C.) Si estuviésemos obligados a tomar al pie de la letra lo que dicen los escritos de los hagiógrafos, tendríamos que aceptar la conclusión de que la mayoría de las santas fueron contrariadas (o ayudadas) en el camino de la santidad por la mala voluntad o la indiferencia de sus maridos; el indigno esposo de una santa mujer es una figura muy común y, como tal, es indigna de confianza. Nadie ha hecho la tentativa de hallar una relación tan desdichada entre Isabel de Hungría y Luis (Ludwig) de Turingia, por la buena razón de que no existía ninguna desavenencia (a pesar de que aun en este caso hay un autor bien conocido de libros religiosos que se dejó arrastrar por las formas vulgares y descubrió ciertas desavenencias conyugales en esta pareja). El amor y la veneración por Luis eran tan espontáneos entre los súbditos como en su esposa. Si bien es verdad que su culto no ha sido oficialmente confirmado (no se ha hecho la solicitud), es sin embargo digno de todo respeto.

Luis, el hijo mayor del landgrave Hermán I, vino al mundo en el 1200. Cuando tenía once años de edad, se hicieron los arreglos para su matrimonio con Isabel, la hija del rey Andrés II de Hungría que, por entonces, tenía cuatro años. Poco tiempo después, el niño fue llevado a la corte de Turingia, y tanto Luis como Isabel crecieron juntos hasta el año de 1221, cuando Luis sucedió a su padre en el gobierno de sus tierras y celebró sus esponsales. Originalmente aquélla alianza tenía un sentido puramente político, pero no por eso resultó mal; por el contrario, los dos se amaron tiernamente, tuvieron un hijo y dos hijas. De éstas, la menor llegó a ser la Beata Gertrudis de Altenberg.
 
En todo momento, Luis alentó la caridad y la devoción de su esposa. Una vez, encotró a un leproso que se acercaba al castillo en busca de ayuda; lo acompañó hasta el palacio y ahí lo dejó; el enfermo fue a echarse en la cama del landgrave y ésteal verlo, se sintió tentado a dejarse llevar por la cólera, pero de pronto pareció ver que no era el leproso, sino el Hijo de Dios crucificado el que estaba en el lecho. Se retiró sin decir palabra y al momento inició la empresa de construir un lazareto en la colina de Wartburg. Poco tiempo después, Santa Isabel dijo a su esposo que ambos podían servir mejor a Dios si en vez de un castillo y un enorme parque dedicaran aquélla tierra al arado y al mantenimiento de un centenar de ovejas. El landgrave se echó a reír: "¡No llegaríamos a -pobres!", dijo. "Con tanta tierra y tantas ovejas, la mayoría de la gente que nos conoce, dirá que somos ricos".

El landgrave era un hombre justo y un buen gobernante. En 1225, algunos mercaderes de Turingia fueron asaltados, golpeados y robados, en la frontera de Polonia. Luis pidió reparaciones, pero ni siquiera obtuvo una respuesta, de modo que tomó su caballo y se fue hasta Polonia donde obligó a los ciudadanos de Lubitz a darle toda suerte de satisfacciones. Lo mismo sucedió en Würtzburg a donde el landgrave se trasladó para presentarse ante el príncipe-obispo y recuperar todo el cargamento que había sido robado a un traficante de sus tierras. En 1226, a solicitud del emperador Federico II, emprendió una campaña militar y, junto con él, asistió a la dieta de Cremona para aconsejarle y dirigirle. Cierta vez, debió pasar lejos de su casa un crudo invierno y primavera; y nos dice el escritor Bertoldo que, al regresar, su esposa Isabel "le dio mil y mil besos con el corazón y con la boca" y cuando él le preguntó cómo había soportado su pueblo el frío terrible, ella replicó: "Le dimos a Dios lo que era Suyo y Él conservó para nosotros lo que era nuestro". "Bien has obrado, mujer", repuso Luis. "Da a Dios lo que tú quieras, con tal de que me dejes Wartburg y Neuenburg".
 
Esa misma frase o alguna muy semejante fue la que dio Luis como respuesta a un tesorero de su casa que se quejaba de los despilfarros" de Isabel en caridades a los pobres. Al año siguiente, el landgrave se ofreció voluntariamente a seguir al emperador en la cruzada (es bien conocida la historia de que Isabel encontró una cruz en la bolsa de su esposo); a fin de inflamar los corazones de los hombres para que se alistaran en las filas, el landgrave organizó representaciones de la Pasión de Cristo en las calles de Eisenach; asimismo, hizo visitas a cada uno de los monasterios en sus dominios para pedir a los monjes oraciones por el éxito de su empresa. Las fuerzas de Alemania central se concentraron en Schmalkalden; a Luis se le nombró comandante; desde aquélla ciudad, en el día del aniversario del nacimiento de San Juan Bautista, se apartó de Isabel y partió a rescatar el Santo Sepulcro.
 
En agosto, se reunió con el emperador en Troja y, en septiembre, se embarcó ahí todo el ejército. Tres días más tarde, la flota ancló frente a Otranto y Luis no pudo alzarse del lecho: le había atacado una violenta fiebre maligna y estaba a punto de morir. Al recibir los últimos sacramentos, le pareció que su cámara se llenaba de palomas blancas. "Debo volar con esas palomas blancas", dijo, y expiró. Cuando la fatal noticia llegó a oídos de su esposa, sólo atinó a decir entre sollozos: "¡El mundo ha muerto para mí! Ya no conserva nada que pueda serme grato". El joven Landgrave fue enterrado en la abadía benedictina de Reinhardsbrunn y ahí se le venera en este día.
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Una antigua biografía del landgrave Luis IV, escrita en latín, fue traducida al alemán el siglo catorce. La biografía escrita en latín por Bertoldo, capellán de Luis y monje de Reinhardsbrunn, no fue conservada en su forma original, aunque la mayor parte de ella se encuentra transcrita en los Anuales Reinhardsbrunnenses, editados por Wegele en 1854. Hay un excelente artículo sobre el personaje, escrito por C. Wenck, en la Allgemeine Deutsche - Biographie, vol. XIX, pp. 589-597, y una biografía en alemán de G. Simón (1854). Ver también a Michael en Geschichte des deutschen Volkes seit dem 13 Jahr, vol.I, p. 221 y II, pp. 207 y ss. Ver además las muchas vidas de Santa Isabel de Hungría, puesto que todas contienen noticias de su esposo.
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