Beato Amadeo IX de Saboya, Laico Duque
Marzo 30 - 31
Martirologio Romano: En Vercelli, en el Piamonte, beato Amadeo IX, duque de Saboya, que en el gobierno que se le había confiado fomentó de todas formas la paz y, con su ayuda y celo, sostuvo las causas de los pobres, viudas y huérfanos (1472).
Martirologio Romano: En Vercelli, en el Piamonte, beato Amadeo IX, duque de Saboya, que en el gobierno que se le había confiado fomentó de todas formas la paz y, con su ayuda y celo, sostuvo las causas de los pobres, viudas y huérfanos (1472).
Etimológicamente: Amadeo = Aquel que ama a Dios, es de origen latino.
Fecha de beatificación: 3 de marzo de 1677 por el Papa Inocencio XI.
Fue el noveno de este nombre y el tercer Duque de aquel Estado, entre los de la familia Saboya ( 1435-1472). Reinó solamente siete años (1465-1472). Obtuvo el título de Beato dos siglos más tarde, bajo el Pontificado del Beato Inocencio XI. — Fiesta litúrgica: 31 de marzo.
Fue el noveno de este nombre y el tercer Duque de aquel Estado, entre los de la familia Saboya ( 1435-1472). Reinó solamente siete años (1465-1472). Obtuvo el título de Beato dos siglos más tarde, bajo el Pontificado del Beato Inocencio XI. — Fiesta litúrgica: 31 de marzo.
«Mucho os recomiendo a los pobres, derramad sobre ellos liberalmente
vuestras limosnas, y el Señor derramará abundantemente sobre vosotros sus
bendiciones. Haced justicia a todos sin acepción de personas; aplicad todos
vuestros esfuerzos para que florezca la Religión y para que Dios sea
servido”.
Éste fuel el testamento que el Beato Amadeo dio de palabra a su esposa,
momentos antes de morir; que había servido de consigna a toda su vida de
cristiano y político.
Es muy recomendable, amigo lector, que nos detengamos un poco en contemplar
la riqueza de Dios, que ha escogido santos en todas las épocas de la Historia, y
en cada uno de los diversos estamentos sociales, de todas las edades, con las
más variadas inclinaciones naturales y carismas sobrenaturales. Amadeo supo
conocer y amar, y descubrir a Cristo en los hermanos. Esto desde el trono, de
donde apareció con más claridad ante sus súbditos su acrisolada virtud
cristiana: sobre todo, sus obras de misericordia y deseo de regir justamente a
la nación.
Nació y se educó en la región alpina que se extiende, desde la Francia
Oriental, en las grandes cordilleras suizas. Cerca tenía el pacífico lago de
Ginebra. No muy lejos aparecían las nieves perpetuas del San Bernardo y Monte
Blanco. Ello comunicaba gran paz a su interior y a los espíritus de todos los
habitantes del Ducado de Saboya; sencillos, religiosos, apegados a sus
tradiciones, algo toscos.
La tradición familiar, profundamente religiosa, le llevó por los senderos
del bien, de modo espontáneo. En una corte del medievo, pacífica y hogareña, uno
puede conservarse sereno y virtuoso, trabajar por el gran ideal. Así las obras
de Amadeo fueron conquistando admiradores y seguidores.
Muy joven, contrajo matrimonio con Violante de Valois, hija del rey de
Francia. Fue una unión feliz, pues los dos procuraban hacerse suyas las
necesidades y gustos del cónyuge para ponerles remedio: hicieron del amor el
lema de sus relaciones con Dios y mutuas.
Fecundo matrimonio, tuvieron nueve hijos a los que, sobre las riquezas,
supieron darles educación religiosa esmerada. Una de sus hijas subió a los
altares con el nombre de Beata Luisa de Saboya.
Dios puso a prueba su virtud, para hacerla más firme y mayor. Tuvo un
reinado molestado por luchas frecuentes con señores feudales colindantes; hasta
por pretendientes al trono, entre los suyos. Su mansedumbre y misericordia
fueron su gran defensa.
También, a menudo, era atacado por la epilepsia, que consideraba como un
freno providencial de las pasiones y necesaria mirra entre las dulzuras de la
vida. Por esto es invocado contra esta enfermedad.
Su vida entera queda resumida en una anécdota que vamos a citar y que ha
sido conservada por la tradición.
Se trata de un diálogo que sostuvo con el embajador de un príncipe
extranjero cuando éste le preguntaba qué diversiones tenía, si le gustaba la
caza como entretenimiento, y cómo solía solazarse.
—Tengo otros entretenimientos, en los que me ocupo con mayor placer; deseo
que vea el señor embajador con sus propios ojos el objeto de mis
diversiones.
Seguidamente el príncipe abrió el balcón de la sala, mostrándole un gran
patio, en el cual había un incesante desfile de numerosos criados, atendiendo y
dando de comer a más de quinientos pobres.
—Ved ahí, señor embajador, mis distracciones, con las que intento conseguir
el reino de los Cielos.
El embajador se decidió a censurar diplomáticamente la conducta del
bondadoso Duque, y le dijo:
—Muchas gentes se echan a mendigar por pereza y holgazanería.
A lo que respondió el caritativo príncipe:
—No permita el Cielo que yo entre a investigar con demasiada curiosidad la
condición de los pobres que acuden a mis puertas; porque si el Señor mirase de
igual manera nuestras acciones, nos hallaría con mucha frecuencia faltos de
rectitud.
Replicó el embajador:
—Si todos los príncipes fuesen de semejante parecer, sus súbditos buscarían más la pobreza que la riqueza.
—Si todos los príncipes fuesen de semejante parecer, sus súbditos buscarían más la pobreza que la riqueza.
A lo que contestó el Beato Amadeo de Saboya:
—¡Felices los Estados en los que el apego a las riquezas se viera por siempre desterrado! ¿Qué produce el amor desordenado de los bienes materiales, sino orgullo, insolencia, injusticia y robos? Por el contrario, la pobreza tiene un cortejo formado por las más bellas virtudes.
—¡Felices los Estados en los que el apego a las riquezas se viera por siempre desterrado! ¿Qué produce el amor desordenado de los bienes materiales, sino orgullo, insolencia, injusticia y robos? Por el contrario, la pobreza tiene un cortejo formado por las más bellas virtudes.
Añadió el embajador:
—En verdad que vuestra ciencia, en relación con los restantes príncipes de este mundo, es totalmente distinta; porque en todas partes es mejor ser rico que pobre, pero en vuestros Estados los pobres son los preferidos.
—En verdad que vuestra ciencia, en relación con los restantes príncipes de este mundo, es totalmente distinta; porque en todas partes es mejor ser rico que pobre, pero en vuestros Estados los pobres son los preferidos.
Y contestó el Duque:
—Así lo he aprendido de Jesucristo. Mis soldados me defienden de los hombres; pero los pobres me defienden ante Dios.
—Así lo he aprendido de Jesucristo. Mis soldados me defienden de los hombres; pero los pobres me defienden ante Dios.
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Autor: José Gros y Raguer | Fuente: Multimedios.org
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