San Guido de Pomposa, Abad
Marzo 31
Marzo 31
San Guido nació cerca de Ravena y sus padres estaban orgullosos de él. Principalmente para agradarlos, fue muy cuidadoso en su aspecto exterior y en su vestimenta. Sin embargo, una vez, fue severamente castigado por esta forma de vanidad. Fue a Ravena, donde se celebraba la fiesta patronal de San Apolinar, y, despojándose de sus finas ropas, las dio a los pobres y se vistió las más andrajosas que pudo encontrar. Para vergüenza de sus padres, partió hacia Roma con esta indumentaria y, durante su permanencia allí, recibió la tonsura.
Por inspiración divina se puso bajo la dirección de un ermitaño llamado
Martín, que vivía en una islita en el río Po. Durante tres años permanecieron
juntos y después, el solitario lo envió a la abadía de Pomposa, cerca de
Ferrara, para que aprendiera la vida monástica en una gran comunidad. Ese
monasterio y el de San Severo, en Ravena, estaban en realidad bajo la dirección
del ermitaño, que decidía el nombramiento de los superiores.
Los sobresalientes méritos de Guido fueron tales, que mereció altos cargos,
y llegó a ser abad, primero de San Severo y después de Pomposa, por nombramiento
de Martín, confirmado por la votación de los monjes.
Su reputación arrastró a muchos (incluyendo a su padre y a su hermano) a
unirse a la comunidad, de suerte que el número de monjes fue duplicado y se hizo
necesario que Guido construyera otro monasterio para acomodarlos a todos.
Después de un tiempo, delegó a otros la parte administrativa de su oficio y se
concentró en el aspecto puramente espiritual, especialmente en la dirección de
las almas.
En ciertas épocas del año, acostumbraba retirarse a una celda, distante
aproximadamente cinco kilómetros de la abadía, donde llevaba una vida de tan
intensa devoción e inquebrantable abstinencia, que parecía sostenerse con el
ayuno y la oración. Especialmente durante la Cuaresma, trataba su cuerpo con tal
severidad, que sus torturas podrían difícilmente superarse y aún así, era
extraordinariamente tierno con los monjes, que le tenían gran devoción.
San Pedro Damián, que a petición suya, dio lecciones de Sagrada Escritura
en la abadía de Pomposa durante dos años, dedicó a San Guido su libro “De
Perfectio ne Monachorum”.
A pesar de haber sido un santo, Guido no escapó a la persecución. Por
alguna razón, Heriberto, arzobispo de Ravena, concibió un odio acerbo contra él
y se decidió en verdad a destruir su monasterio. Advertido del ataque que se
aproximaba, la única medida de defensa del abad fue un ayuno de tres días en
compañía de toda su comunidad. Cuando el arzobispo y sus soldados llegaron a las
puertas de la abadía, Guido salió a recibirlos, y con el mayor respeto y
humildad, los condujo a la iglesia. El corazón de Heriberto se conmovió: pidió
perdón al abad, y prometió protegerlo de allí en adelante.
Al final de su vida, San Guido se retiró a la soledad, pero fue llamado a
Piacenza por el emperador Enrique III, que había llegado a Italia y deseaba
consultar al abad, de cuya santidad y sabiduría tenía grandes referencias.
El anciano obedeció muy a su pesar y se despidió tiernamente de sus
hermanos, diciéndoles que nunca más vería sus rostros. Había llegado a Borgo San
Donino, cerca de Parma, cuando fue atacado repentinamente por una enfermedad, de
la que murió al tercer día.
Se originó una disputa por la custodia de su cuerpo entre Pomposa y Parma.
El emperador dirimió la cuestión, haciendo llevar las reliquias a la iglesia de
San Juan Evangelista, en Speyer, que más tarde fue rebautizada con el nombre de
San Guido-Stift.
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