Venerable Teresa Gallifa Palmarola, Fundadora
Marzo 17
La Venerable Teresa Gallifa Palmarola nació el 21 de junio de 1850 en la pequeña población de San Hipólito de Boltregá cerca de Vic, en la provincia de Barcelona. Su primer trabajo fue el pastoreo, guardando un pequeño rebaño que se le había encomendado. Luego, se colocó en un telar de los muchos que había por aquella zona. Sobre este período de su vida escribe: “Todo el infierno mostraba un interés muy grande en perderme, teniendo que luchar contra toda clase de peligros, tanto interiores como exteriores”.
Más tarde trabajó en casa de un sacerdote de un pueblo vecino. Esta estancia, aunque breve, le resultó muy beneficiosa, ya que ese buen sacerdote la ayudó a valorar la piedad y le descubrió la vida oración. Luego, Teresa contrajo matrimonio. De su adolescencia y juventud pudo escribir con verdad: “Gracias a Dios, después de tantos peligros he podido llegar al matrimonio sin haber recibido daño alguno”.
Teresa tenía 25 años cuando murió su madre. Aunque había tenido cuatro hijos, entonces le quedaban sólo dos niños pequeños. En 1877 le nació otro, que murió dos años más tarde. Pocos meses después de esta muerte dio a luz a Jaime, el único que logró vivir hasta los 17 años.
Teresa quedó viuda a los 32 años todavía no cumplidos y con dos niños pequeños. Al verse sola, en tanta necesidad y con tantas dificultades, acude a la Santísima Virgen María y le dice llena de confianza: “Madre, ya ves nuestras necesidades. También ves que no puedo recurrir a nadie en busca de ayuda. Cuando más se necesita a los parientes y familiares, más se retraen, de modo que sólo puedo confiar en ti. Nos vemos totalmente desamparados. Ampáranos tú, que lo puedes todo”.
Tal fue su necesidad y pobreza, que se vio obligada a pedir limosna de puerta en puerta. La comida se la daban en un asilo, de las sobras. Ante esta situación, se le aconseja que vaya a Barcelona en busca de trabajo y así lo hace, pero sin éxito. Cansada y desalentada, aprovecha la ocasión para visitar el santuario de Nuestra Señora de Montserrat. De esta visita escribe: “La Virgen me consoló mucho en mis penas, y cobré fuerzas con sus santas inspiraciones para emprender el camino del Calvario que me esperaba”.
Al regresar a Vic, un hijo se le pone enfermo y le tiene que llevar al Dr. Valentín Santol, de la beneficencia municipal. Este médico descubre en ella una inteligencia extraordinaria y se ofrece a darle clases gratuitas de obstetricia. En pocos meses el doctor la considera ya capacitada para ejercer de comadrona, lo que ella hace muy gustosamente, preocupándose mucho por el bautismo de los niños cuya vida peligra al nacer.
Entonces comienza a pensar en organizar un grupo cristiano de comadronas que trabajarían con criterios evangélicos, evitando abortos. Más adelante, tal vez podrían fundar también casas de acogida para que ninguna mujer tenga que recurrir al aborto como remedio contra su deshonra.
Teresa sigue dando vueltas a la idea, no olvidando que la primera preocupación por sus hijos fue la de bautizarlos, “habiendo tenido la suerte de que pudieran ser bautizados todos los que Dios me dio. Puedo decir llena de santo orgullo que todos están en el cielo”.
Teresa necesitaba el título de instrucción primaria para entrar en la carrera de comadrona. En 1836 consigue dicho certificado, se matricula por libre, aprueba los exámenes, luego la reválida y, finalmente, se le otorga el título oficial de comadrona.
Teresa fue siempre muy devota del Señor en su Pasión. De ahí su amor al ejercicio del santo viacrucis, devoción que practicaba cada día. Incluso más tarde recogió fondos para erigir un viacrucis en el famoso santuario de Nuestra Señora de Nuria, en lo alto del Pirineo catalán.
Pues bien, al hacer un día este piadoso ejercicio del viacrucis, Teresa oyó en su interior una voz clara y perentoria que le dijo: “Mi voluntad es que se haga esta obra, por la que tantas almas se han de salvar”.
El obispo de Vic, Mons. Morgades, no se oponía a la obra siempre que se tratara de una asociación privada, pero, cuando se le hablaba de un posible instituto religioso, no pensaba lo mismo. Por fin, el 25 de octubre de 1886 Teresa recibió la siguiente comunicación del obispado: “Aplaudimos el proyecto y en su día, con el favor de Dios, examinaremos y aprobaremos las Reglas que se nos presenten. Téngase en cuenta que es una obra llena de dificultades...”
Con esta bendición inicial, Teresa pone en marcha la obra. Como el piso que tenían resultaba ya pequeño, lo deja y alquila dos plantas en otro inmueble. Toda llena de celo apostólico, no se limita a recoger mujeres embarazadas sino que, además, se convierte en excelente catequista y educadora de esas jóvenes.
No tardan en asomar las espinas, primero de tipo económico. De su angustiosa situación escribe: “El poco dinero que tenía no quería contarlo por no atribularme, pues de haberlo contado quizá hubiera desistido de la obra”. Pero las espinas que más le duelen son las sociales, ya que se levantan grandes suspicacias contra este tipo de actividades. De las calumnias que llegan hasta el obispo, dice la misma Teresa que “no está bien manchar la pluma repitiéndolas”.
Al padre Morla se le aconseja que no siga confesando con la viuda Gallifa. A la campaña se suman bastantes sacerdotes. Llena de amargura, Teresa hace esta triste confesión: “En los dos primeros años en que me he ocupado de esta obra, de quienes más trabajos he sufrido ha sido de parte de la gente buena...”
Por aquel entonces, Teresa tiene una importante visión interior. La ciudad de Barcelona se le aparece como una inmensa charca inmunda. Sólo hay un detalle consolador y es que, del fondo de esa charca, salen destellos como de perlas. Teresa entiende que la charca es la gran ciudad y las perlas son los niños que hay que rescatar del fondo. Al desvanecerse la visión, ella se siente animada, se ofrece al sacrificio y le dice al Señor: “Aquí me tenéis, Señor, totalmente rendida a vuestra voluntad. Ojalá pudiera derramar mi sangre para salvar estas almas”.
En 1892 se organiza en España una peregrinación obrera a Roma en homenaje a León XIII, el Papa de la encíclica Rerum novarum sobre la cuestión social. En dicha peregrinación participan más de 15.000 españoles de condición humilde, ya que el Marqués de Comillas pone a su servicio cuatro transatlánticos. Agradecida, Teresa escribe: “Toda mi vida he sentido grandes deseos de visitar los Santos Lugares y también al Santo Padre”.
La llegada a Roma la entusiasma y la eleva tanto que, como ella misma dice, “me parecía que iba a entrar en el cielo”.
En Roma tiene la oportunidad de ver al Papa y asistir a la beatificación de Fray Diego de Cádiz. Por medio de Mons. Morgades, presenta a León XIII un memorial en el que solicita su bendición para la obra. Poco después, Mons. Morgades le comunica que “Su Santidad se dignó bendecirla y aprobarla e hizo votos para su prosperidad bajo la vigilancia de la autoridad de la Iglesia”.
Ya en Barcelona, vuelve a emprender la actividad del asilo. La bendición del Papa alienta, pero no legaliza la obra ni resuelve las dificultades. Entonces Teresa acude de nuevo al monasterio benedictino de Nuestra Señora de Montserrat y consigue que el joven padre Montseré le haga unas Constituciones que, presentadas para la aprobación de la Curia Diocesana, desaparecen misteriosamente sin dejar rastro alguno.
Luego, se les concedió permiso para inaugurar la capilla y tener allí reservada la eucaristía. Para Teresa, siempre tan devota de Jesús sacramentado, esto fue una gracia tan especial que de ella escribiría: “El día en que llegó al asilo el permiso, yo no sabré decir lo que sentí en mi corazón. Es la mayor alegría experimentada en mi vida”.
Pero la penuria y las dificultades seguían. “Cuando una joven llamaba y no era posible recibirla, oía como una voz que me animaba:
- ¿Te ha faltado algo? ¿De qué te quejas?
- Dios mío, no puedo recibirla. Estoy cargada de deudas. ¿De qué la mantendría?
- Vete a pedir consejo al sagrario -me decía la misma voz-. Pero al instante otra voz añadía:
- No vayas, si vas acabarás recibiéndola.
Al fin me determinaba a ir.
- Dios mío, ¿qué hacer?... ¿Es voluntad tuya que la tome?
- Tómala, que me cuesta mi sangre. Es una perla fina que te mando.
- Dios mío -me atreví a replicar-, es que estoy espantada viéndome con tantas penas encima y que no hay quien me haga una reflexión”.
Otro problema que no le daba sosiego era el de las vocaciones. En 1893 le siguieron dos. El 15 de octubre ingresaron cuatro más, entre ellas Navididad Belve, luego su confidente y asesora.
En junio de 1902 el cardenal Casañas llama a Teresa a palacio para comunicarle que ha recibido de Roma una respuesta negativa y que no considera oportuno aprobar como obra religiosa el Asilo de la Visitación, como se le venía llamando. Pocos días más tarde el cardenal manda retirar el título del asilo y prohibe el uso de cualquier vestimenta que pudiera indicar consagración religiosa. Cuando meses después solicita la renovación de confesores, se le contesta que pueden confesarse con quien quieran pues no son religiosas.
En 1903 el cardenal Casañas autoriza, por un plazo de tres años, la obra del asilo como Pía Unión del Santo Precursor de Jesús para Señoras Celadoras del Santo Bautismo, llamadas Siervas de la Pasión.
En Barcelona, Teresa presenta, para nueva inscripción en el registro civil, el Reglamento del asilo. Por él conocemos la complejidad que ha ido adquiriendo. Se atiende a muchachas embarazadas, hay una sala de refugio para parturientas pobres, una sala cuna y otra sala de infancia, y una cátedra de obstetricia para la formación de comadronas. Fuera del asilo promueve la Pía Unión de la Visitación de Ntra. Sra. para comadronas, cuyo objeto es “el mejoramiento de la clase de comadronas... y servir de protesta muda, pero enérgica, de las que abusan de la profesión con actos punibles”. Organiza el “Apostolado del santo bautismo” para instruir en el bautismo de necesidad, la “Milicia angélica”, para muchachos cristianos, y “Mensajeros católicos de María Inmaculada”, para agrupar a los católicos frente al ateísmo ambiental.
Al morir, Teresa no deja más que ocho Siervas de la Pasión, sin más vínculo que una sencilla promesa de perseverancia. Sin embargo, su obra sobrevive e incluso se dilata con relativa rapidez. Además de Cataluña, donde tienen casi todas sus casas, están en Vigo y Valencia. Ya fuera de España tienen dos centros en Camerún y otros dos en México.
El Instituto fue aprobado en 1926 como de derecho diocesano y en 1983 de derecho pontificio. En el tiempo que lleva de existencia ¿a cuántos niños habrán salvado la vida, evitando el aborto, y a cuántos habrán asegurado el cielo con el bautismo?
¿Y cuántas mujeres, especialmente jóvenes, se habrán visto acogidas, queridas, ayudadas y socorridas en un conflicto tan grande como es el de su maternidad, con todas las implicaciones sociales de su situación, y el asesinato de sus propios hijos por el aborto?
El 25 de junio de 1996, Teresa Gallifa Palmarola fue declarada Venerable por el papa Juan Pablo II. Su fiesta se celebra el 17 de marzo, día en que, en 1907, pasó a la eternidad a recibir de Dios el premio de tantas obras buenas como hizo en la vida y a encontrarse también con las legiones niños que ahora gozan de la felicidad eterna del cielo gracias a los desvelos y sacrificios tanto de ella como de sus hijas las Siervas de la Pasión
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Pablo García, C.P.
Marzo 17
La Venerable Teresa Gallifa Palmarola nació el 21 de junio de 1850 en la pequeña población de San Hipólito de Boltregá cerca de Vic, en la provincia de Barcelona. Su primer trabajo fue el pastoreo, guardando un pequeño rebaño que se le había encomendado. Luego, se colocó en un telar de los muchos que había por aquella zona. Sobre este período de su vida escribe: “Todo el infierno mostraba un interés muy grande en perderme, teniendo que luchar contra toda clase de peligros, tanto interiores como exteriores”.
Más tarde trabajó en casa de un sacerdote de un pueblo vecino. Esta estancia, aunque breve, le resultó muy beneficiosa, ya que ese buen sacerdote la ayudó a valorar la piedad y le descubrió la vida oración. Luego, Teresa contrajo matrimonio. De su adolescencia y juventud pudo escribir con verdad: “Gracias a Dios, después de tantos peligros he podido llegar al matrimonio sin haber recibido daño alguno”.
Teresa tenía 25 años cuando murió su madre. Aunque había tenido cuatro hijos, entonces le quedaban sólo dos niños pequeños. En 1877 le nació otro, que murió dos años más tarde. Pocos meses después de esta muerte dio a luz a Jaime, el único que logró vivir hasta los 17 años.
Teresa quedó viuda a los 32 años todavía no cumplidos y con dos niños pequeños. Al verse sola, en tanta necesidad y con tantas dificultades, acude a la Santísima Virgen María y le dice llena de confianza: “Madre, ya ves nuestras necesidades. También ves que no puedo recurrir a nadie en busca de ayuda. Cuando más se necesita a los parientes y familiares, más se retraen, de modo que sólo puedo confiar en ti. Nos vemos totalmente desamparados. Ampáranos tú, que lo puedes todo”.
Tal fue su necesidad y pobreza, que se vio obligada a pedir limosna de puerta en puerta. La comida se la daban en un asilo, de las sobras. Ante esta situación, se le aconseja que vaya a Barcelona en busca de trabajo y así lo hace, pero sin éxito. Cansada y desalentada, aprovecha la ocasión para visitar el santuario de Nuestra Señora de Montserrat. De esta visita escribe: “La Virgen me consoló mucho en mis penas, y cobré fuerzas con sus santas inspiraciones para emprender el camino del Calvario que me esperaba”.
Al regresar a Vic, un hijo se le pone enfermo y le tiene que llevar al Dr. Valentín Santol, de la beneficencia municipal. Este médico descubre en ella una inteligencia extraordinaria y se ofrece a darle clases gratuitas de obstetricia. En pocos meses el doctor la considera ya capacitada para ejercer de comadrona, lo que ella hace muy gustosamente, preocupándose mucho por el bautismo de los niños cuya vida peligra al nacer.
Entonces comienza a pensar en organizar un grupo cristiano de comadronas que trabajarían con criterios evangélicos, evitando abortos. Más adelante, tal vez podrían fundar también casas de acogida para que ninguna mujer tenga que recurrir al aborto como remedio contra su deshonra.
Teresa sigue dando vueltas a la idea, no olvidando que la primera preocupación por sus hijos fue la de bautizarlos, “habiendo tenido la suerte de que pudieran ser bautizados todos los que Dios me dio. Puedo decir llena de santo orgullo que todos están en el cielo”.
Teresa necesitaba el título de instrucción primaria para entrar en la carrera de comadrona. En 1836 consigue dicho certificado, se matricula por libre, aprueba los exámenes, luego la reválida y, finalmente, se le otorga el título oficial de comadrona.
Teresa fue siempre muy devota del Señor en su Pasión. De ahí su amor al ejercicio del santo viacrucis, devoción que practicaba cada día. Incluso más tarde recogió fondos para erigir un viacrucis en el famoso santuario de Nuestra Señora de Nuria, en lo alto del Pirineo catalán.
Pues bien, al hacer un día este piadoso ejercicio del viacrucis, Teresa oyó en su interior una voz clara y perentoria que le dijo: “Mi voluntad es que se haga esta obra, por la que tantas almas se han de salvar”.
El obispo de Vic, Mons. Morgades, no se oponía a la obra siempre que se tratara de una asociación privada, pero, cuando se le hablaba de un posible instituto religioso, no pensaba lo mismo. Por fin, el 25 de octubre de 1886 Teresa recibió la siguiente comunicación del obispado: “Aplaudimos el proyecto y en su día, con el favor de Dios, examinaremos y aprobaremos las Reglas que se nos presenten. Téngase en cuenta que es una obra llena de dificultades...”
Con esta bendición inicial, Teresa pone en marcha la obra. Como el piso que tenían resultaba ya pequeño, lo deja y alquila dos plantas en otro inmueble. Toda llena de celo apostólico, no se limita a recoger mujeres embarazadas sino que, además, se convierte en excelente catequista y educadora de esas jóvenes.
No tardan en asomar las espinas, primero de tipo económico. De su angustiosa situación escribe: “El poco dinero que tenía no quería contarlo por no atribularme, pues de haberlo contado quizá hubiera desistido de la obra”. Pero las espinas que más le duelen son las sociales, ya que se levantan grandes suspicacias contra este tipo de actividades. De las calumnias que llegan hasta el obispo, dice la misma Teresa que “no está bien manchar la pluma repitiéndolas”.
Al padre Morla se le aconseja que no siga confesando con la viuda Gallifa. A la campaña se suman bastantes sacerdotes. Llena de amargura, Teresa hace esta triste confesión: “En los dos primeros años en que me he ocupado de esta obra, de quienes más trabajos he sufrido ha sido de parte de la gente buena...”
Por aquel entonces, Teresa tiene una importante visión interior. La ciudad de Barcelona se le aparece como una inmensa charca inmunda. Sólo hay un detalle consolador y es que, del fondo de esa charca, salen destellos como de perlas. Teresa entiende que la charca es la gran ciudad y las perlas son los niños que hay que rescatar del fondo. Al desvanecerse la visión, ella se siente animada, se ofrece al sacrificio y le dice al Señor: “Aquí me tenéis, Señor, totalmente rendida a vuestra voluntad. Ojalá pudiera derramar mi sangre para salvar estas almas”.
En 1892 se organiza en España una peregrinación obrera a Roma en homenaje a León XIII, el Papa de la encíclica Rerum novarum sobre la cuestión social. En dicha peregrinación participan más de 15.000 españoles de condición humilde, ya que el Marqués de Comillas pone a su servicio cuatro transatlánticos. Agradecida, Teresa escribe: “Toda mi vida he sentido grandes deseos de visitar los Santos Lugares y también al Santo Padre”.
La llegada a Roma la entusiasma y la eleva tanto que, como ella misma dice, “me parecía que iba a entrar en el cielo”.
En Roma tiene la oportunidad de ver al Papa y asistir a la beatificación de Fray Diego de Cádiz. Por medio de Mons. Morgades, presenta a León XIII un memorial en el que solicita su bendición para la obra. Poco después, Mons. Morgades le comunica que “Su Santidad se dignó bendecirla y aprobarla e hizo votos para su prosperidad bajo la vigilancia de la autoridad de la Iglesia”.
Ya en Barcelona, vuelve a emprender la actividad del asilo. La bendición del Papa alienta, pero no legaliza la obra ni resuelve las dificultades. Entonces Teresa acude de nuevo al monasterio benedictino de Nuestra Señora de Montserrat y consigue que el joven padre Montseré le haga unas Constituciones que, presentadas para la aprobación de la Curia Diocesana, desaparecen misteriosamente sin dejar rastro alguno.
Luego, se les concedió permiso para inaugurar la capilla y tener allí reservada la eucaristía. Para Teresa, siempre tan devota de Jesús sacramentado, esto fue una gracia tan especial que de ella escribiría: “El día en que llegó al asilo el permiso, yo no sabré decir lo que sentí en mi corazón. Es la mayor alegría experimentada en mi vida”.
Pero la penuria y las dificultades seguían. “Cuando una joven llamaba y no era posible recibirla, oía como una voz que me animaba:
- ¿Te ha faltado algo? ¿De qué te quejas?
- Dios mío, no puedo recibirla. Estoy cargada de deudas. ¿De qué la mantendría?
- Vete a pedir consejo al sagrario -me decía la misma voz-. Pero al instante otra voz añadía:
- No vayas, si vas acabarás recibiéndola.
Al fin me determinaba a ir.
- Dios mío, ¿qué hacer?... ¿Es voluntad tuya que la tome?
- Tómala, que me cuesta mi sangre. Es una perla fina que te mando.
- Dios mío -me atreví a replicar-, es que estoy espantada viéndome con tantas penas encima y que no hay quien me haga una reflexión”.
Otro problema que no le daba sosiego era el de las vocaciones. En 1893 le siguieron dos. El 15 de octubre ingresaron cuatro más, entre ellas Navididad Belve, luego su confidente y asesora.
En junio de 1902 el cardenal Casañas llama a Teresa a palacio para comunicarle que ha recibido de Roma una respuesta negativa y que no considera oportuno aprobar como obra religiosa el Asilo de la Visitación, como se le venía llamando. Pocos días más tarde el cardenal manda retirar el título del asilo y prohibe el uso de cualquier vestimenta que pudiera indicar consagración religiosa. Cuando meses después solicita la renovación de confesores, se le contesta que pueden confesarse con quien quieran pues no son religiosas.
En 1903 el cardenal Casañas autoriza, por un plazo de tres años, la obra del asilo como Pía Unión del Santo Precursor de Jesús para Señoras Celadoras del Santo Bautismo, llamadas Siervas de la Pasión.
En Barcelona, Teresa presenta, para nueva inscripción en el registro civil, el Reglamento del asilo. Por él conocemos la complejidad que ha ido adquiriendo. Se atiende a muchachas embarazadas, hay una sala de refugio para parturientas pobres, una sala cuna y otra sala de infancia, y una cátedra de obstetricia para la formación de comadronas. Fuera del asilo promueve la Pía Unión de la Visitación de Ntra. Sra. para comadronas, cuyo objeto es “el mejoramiento de la clase de comadronas... y servir de protesta muda, pero enérgica, de las que abusan de la profesión con actos punibles”. Organiza el “Apostolado del santo bautismo” para instruir en el bautismo de necesidad, la “Milicia angélica”, para muchachos cristianos, y “Mensajeros católicos de María Inmaculada”, para agrupar a los católicos frente al ateísmo ambiental.
Al morir, Teresa no deja más que ocho Siervas de la Pasión, sin más vínculo que una sencilla promesa de perseverancia. Sin embargo, su obra sobrevive e incluso se dilata con relativa rapidez. Además de Cataluña, donde tienen casi todas sus casas, están en Vigo y Valencia. Ya fuera de España tienen dos centros en Camerún y otros dos en México.
El Instituto fue aprobado en 1926 como de derecho diocesano y en 1983 de derecho pontificio. En el tiempo que lleva de existencia ¿a cuántos niños habrán salvado la vida, evitando el aborto, y a cuántos habrán asegurado el cielo con el bautismo?
¿Y cuántas mujeres, especialmente jóvenes, se habrán visto acogidas, queridas, ayudadas y socorridas en un conflicto tan grande como es el de su maternidad, con todas las implicaciones sociales de su situación, y el asesinato de sus propios hijos por el aborto?
El 25 de junio de 1996, Teresa Gallifa Palmarola fue declarada Venerable por el papa Juan Pablo II. Su fiesta se celebra el 17 de marzo, día en que, en 1907, pasó a la eternidad a recibir de Dios el premio de tantas obras buenas como hizo en la vida y a encontrarse también con las legiones niños que ahora gozan de la felicidad eterna del cielo gracias a los desvelos y sacrificios tanto de ella como de sus hijas las Siervas de la Pasión
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Pablo García, C.P.
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