San Alejandro el Carbonero, Obispo y Mártir
Agosto 11
Martirologio Romano: En Comana, en el Ponto (Armenia), san Alejandro, de sobrenombre Carbonero, obispo, que a partir de la filosofía alcanzó la eminente ciencia de la humildad cristiana y, elevado por san Gregorio Taumaturgo a la sede episcopal de aquella Iglesia, fue célebre no sólo por su predicación, sino también por haber sufrido el martirio por el fuego (s. III).
Cuando Alejandro vive la historia que va haciendo día a día con su vida corren tiempos de paz para la Iglesia. La tranquilidad del momento parece haber desterrado para siempre a la persecución; del amor a Jesucristo amasado en el riesgo, el miedo, la huida, el pánico a la denuncia y la decisión última de cambiar la vida presente por la eterna se va pasando paulatinamente y casi sin advertirlo a un periodo de baja tensión entre los cristianos, muchos de los cuales sólo conocían a los mártires de oídas; entra pereza en bastantes y se comienzan a detectar corrientes que tienden a procurarse una manera de ser cristiano más cómoda, apoltronada y fácil. Se descuida el esfuerzo para asistir a las vigilias nocturnas al tiempo que aumenta el lujo y la preocupación por los bienes terrenos.
En Asia Menor se ha hecho el cristianismo la religión preponderante. En las regiones próximas a las riberas del mar Negro la nueva doctrina se propaga como un incendio; Frigia y Bitinia están completamente evangelizadas; la provincia del Ponto, desde siempre refractaria al Evangelio, la abraza repentinamente con un ardor sin antecedentes por la labor del misionero y taumaturgo Gregorio, discípulo de Orígenes, obispo de Neocesarea, que sólo encontró en la ciudad a diecisiete cristianos, cuando llegó a principios del siglo. Con esfuerzo pudo alzar una iglesia en el centro de núcleo urbano y logró en no mucho tiempo un número tan elevado de conversiones que pronto comenzaran a menguar los sacrificios y luego fueran las mismas gentes las que acabaran destruyendo las imágenes de los ídolos. Ahora ha subido su fama de santo y sabio como la espuma y vienen de las ciudades próximas a pedir consejo en la forma de organizar las iglesias.
Eso fue lo que pasó con Comana. Muerto su pastor, necesitan reponer obispo y quieren que presida Gregorio y sea él quien imponga las manos al elegido. Eran los modos usuales en aquellos momentos; presentados los candidatos por el clero local y por los fieles, se procedía a la elección y los obispos presentes lo consagraban como obispo. Parece que no dio entonces mal resultado el método porque el mismísimo emperador Septimio Severo llegó a proponer nombrar a los gobernadores romanos al estilo de los cristianos con sus obispos, interrogando la opinión pública. En Comana, alguien propone a un sabio letrado como candidato, otra facción señala al penitente austero, un grupo da el nombre de un rico propietario. Ante la falta de acuerdo en señalar a un líder que pueda ser consagrado como pastor de todos, el obispo Gregorio dirige la palabra a los cristianos reunidos recordándoles que los Apóstoles no fueron ricos, ni sabios, ni poderosos, pero tuvieron tanto amor al Señor que sufrieron y murieron por Él; les anima a que tuvieran en cuenta lo importante y necesario, dando de lado a otros criterios y les pide que se pongan de acuerdo en elegir a un hombre caritativo, fervoroso, trabajador, honrado y de limpias costumbres. Entre la muchedumbre se oyó una voz clara, aunque insegura o más bien tímida: "Alejandro, el Carbonero".
Martirologio Romano: En Comana, en el Ponto (Armenia), san Alejandro, de sobrenombre Carbonero, obispo, que a partir de la filosofía alcanzó la eminente ciencia de la humildad cristiana y, elevado por san Gregorio Taumaturgo a la sede episcopal de aquella Iglesia, fue célebre no sólo por su predicación, sino también por haber sufrido el martirio por el fuego (s. III).
Cuando Alejandro vive la historia que va haciendo día a día con su vida corren tiempos de paz para la Iglesia. La tranquilidad del momento parece haber desterrado para siempre a la persecución; del amor a Jesucristo amasado en el riesgo, el miedo, la huida, el pánico a la denuncia y la decisión última de cambiar la vida presente por la eterna se va pasando paulatinamente y casi sin advertirlo a un periodo de baja tensión entre los cristianos, muchos de los cuales sólo conocían a los mártires de oídas; entra pereza en bastantes y se comienzan a detectar corrientes que tienden a procurarse una manera de ser cristiano más cómoda, apoltronada y fácil. Se descuida el esfuerzo para asistir a las vigilias nocturnas al tiempo que aumenta el lujo y la preocupación por los bienes terrenos.
En Asia Menor se ha hecho el cristianismo la religión preponderante. En las regiones próximas a las riberas del mar Negro la nueva doctrina se propaga como un incendio; Frigia y Bitinia están completamente evangelizadas; la provincia del Ponto, desde siempre refractaria al Evangelio, la abraza repentinamente con un ardor sin antecedentes por la labor del misionero y taumaturgo Gregorio, discípulo de Orígenes, obispo de Neocesarea, que sólo encontró en la ciudad a diecisiete cristianos, cuando llegó a principios del siglo. Con esfuerzo pudo alzar una iglesia en el centro de núcleo urbano y logró en no mucho tiempo un número tan elevado de conversiones que pronto comenzaran a menguar los sacrificios y luego fueran las mismas gentes las que acabaran destruyendo las imágenes de los ídolos. Ahora ha subido su fama de santo y sabio como la espuma y vienen de las ciudades próximas a pedir consejo en la forma de organizar las iglesias.
Eso fue lo que pasó con Comana. Muerto su pastor, necesitan reponer obispo y quieren que presida Gregorio y sea él quien imponga las manos al elegido. Eran los modos usuales en aquellos momentos; presentados los candidatos por el clero local y por los fieles, se procedía a la elección y los obispos presentes lo consagraban como obispo. Parece que no dio entonces mal resultado el método porque el mismísimo emperador Septimio Severo llegó a proponer nombrar a los gobernadores romanos al estilo de los cristianos con sus obispos, interrogando la opinión pública. En Comana, alguien propone a un sabio letrado como candidato, otra facción señala al penitente austero, un grupo da el nombre de un rico propietario. Ante la falta de acuerdo en señalar a un líder que pueda ser consagrado como pastor de todos, el obispo Gregorio dirige la palabra a los cristianos reunidos recordándoles que los Apóstoles no fueron ricos, ni sabios, ni poderosos, pero tuvieron tanto amor al Señor que sufrieron y murieron por Él; les anima a que tuvieran en cuenta lo importante y necesario, dando de lado a otros criterios y les pide que se pongan de acuerdo en elegir a un hombre caritativo, fervoroso, trabajador, honrado y de limpias costumbres. Entre la muchedumbre se oyó una voz clara, aunque insegura o más bien tímida: "Alejandro, el Carbonero".
A
continuación se oyeron risas, carcajadas y comentarios. Gregorio lo manda traer
y al rato aparece un hombre de rudo aspecto, alto, vestido con ropas de pueblo,
tiene callosas las manos, las cejas pobladas y el pelo revuelto. Se have un
profundo silencio. El Taumaturgo ha fijado en él la mirada y a aquella multitud
expectante les dice: "Ahí tenéis a vuestro obispo Alejandro". Primero
estupefactos, luego protestones y finalmente gritan con burlas a la decisión del
obispo. Tiene que calmar a las turbas y ponerles al corriente de lo que ha
pasado en poco tiempo: ha visto en los ojos del carbonero su vida, fue en otro
tiempo adinerado y amigo de gastar en juergas el dinero, tuvo la gracia de la
conversión, hizo penitencia, estudió las enseñanzas de los Apóstoles y decidió
pasados los años volver con su pueblo sin que nadie conociese su identidad para
vivir honradamente y haciendo buenas obras para reparar algo el mal ejemplo que
dio. "Ahora, ahí lo tenéis y tomadlo como obispo".
Y bien que supo serlo: grave y paternal, consuelo de pobres, alivio de enfermos, apoyo de vacilantes y fuerza para el fervoroso; elocuente y sencillo, más tosco que elegante, pero claro y sereno al reprimir los vicios.
Cuando llegó la persecución de Decio, se reavivó en Comana la antigua exigencia cristiana. Y mientras Gregorio tuvo que huir con los suyos a esconderse en los desiertos porque no se fiaba de sus ovejas -bien las conocía y las sabía faltas de raíces profundas- tan fácilmente convertidas y bautizadas, su amigo y vecino Alejandro el Carbonero daba su vida heróicamente por Jesucristo en un ejercicio de sublime renunciamiento.
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Fuente: Archidiócesis de Madrid
Y bien que supo serlo: grave y paternal, consuelo de pobres, alivio de enfermos, apoyo de vacilantes y fuerza para el fervoroso; elocuente y sencillo, más tosco que elegante, pero claro y sereno al reprimir los vicios.
Cuando llegó la persecución de Decio, se reavivó en Comana la antigua exigencia cristiana. Y mientras Gregorio tuvo que huir con los suyos a esconderse en los desiertos porque no se fiaba de sus ovejas -bien las conocía y las sabía faltas de raíces profundas- tan fácilmente convertidas y bautizadas, su amigo y vecino Alejandro el Carbonero daba su vida heróicamente por Jesucristo en un ejercicio de sublime renunciamiento.
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Fuente: Archidiócesis de Madrid
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