Martirologio Romano: San Eusebio, primer obispo de Vercelli, en la Liguria, que consolidó la Iglesia en toda la región subalpina y que, por defender la fe del Concilio de Nicea, fue desterrado por el emperador Constancio a Escitópolis y, posteriormente, a Capadocia y a la Tebaida. Vuelto a su sede después de ocho años, trabajó con empeño y valentía para restablecer la fe contra los arrianos (371).
Obispo, nacido en la isla de Cerdeña a finales del siglo III. Murió, probablemente, en Vercelli (Italia), en el año 371. En el Martirologio romano figura como mártir, pero son varios los historiadores que lo niegan.
La persecución volvía a sacudir violentamente a la Iglesia. Constancio, por caminos de sangre, se había hecho dueño absoluto del Imperio romano; y quería también imponer en ella su voluntad.
Ganado a la herejía arriana por su esposa, declarábase adicto a la
impiedad, con el mismo tesón con que su padre, Constantino, defendiera a la
Iglesia recién salida de su bautismo de sangre.
Eusebio de Vercelli, es, sin duda, una de las más brillantes figuras del
orden episcopal; y ha pasado a la historia como uno de los más celosos y fuertes
defensores de la fe católica, contra la violencia impetuosa de la primera gran
herejía que conoció la Iglesia: el arrianismo, que negaba la divinidad de
Jesucristo.
Clérigo dotado de vivo ingenio y generoso y noble corazón, residía en Roma
ejerciendo sus ministerios, respetado y venerado por todos. Y aconteció que,
habiendo vacado la sede episcopal de Vercelli, ciudad comprendida hoy en el
Piamonte, y conociendo sus moradores las grandes virtudes de Eusebio, fue
proclamado por todo el clero y pueblo Obispo de la Diócesis.
Los arrianos fueron solamente quienes lamentaron su consagración
episcopal.
El nuevo Prelado vivía comunitariamente con su clero, llevando una vida
parecida a la de los monjes del desierto. Se ocupaban en la oración, el estudio
y el trabajo manual. El fue el primero que reunió, en Italia, la vida monástica
y la clerical.
Su casa era como un pequeño seminario, de donde salieron ilustres
sacerdotes y obispos.
Pero el arrianismo, después de asolar casi toda la Iglesia oriental, había
penetrado hasta Occidente; y no satisfecho Eusebio con mantener a sus ovejas en
la firmeza de la fe católica, no cesaba de declararse contra el error, por cuyo
motivo era considerado como uno de los más temibles enemigos de la
herejía.
Afligido el Papa Liberio por las sangrientas disputas que turbaban la paz y
la tranquilidad de la Iglesia, pensó en la reunión de un Concilio, pidiendo a
Eusebio interpusiera su autoridad ante el emperador para lograr de él la
convocación. Asimismo, el Pontífice le suplicaba que juntamente con sus legados
presidiera la asamblea.
Eusebio, sin considerar el riesgo a que exponía su vida, con su celo y
elocuencia consiguió del emperador la convocación en Milán para fines del año
355. Reunido el sínodo con la asistencia de gran número de obispos arrianos,
Eusebio tuvo la valentía de proponer que antes que nada se suscribiera el
Símbolo de Nicea, lo que era equivalente a obligar a todos los asistentes a
hacer profesión de fe católica.
Opusiéronse enseguida a ello los arrianos, y el emperador, que asistía a la
asamblea, intentó obligar por la fuerza a los obispos católicos a que firmaran
un documento en el que se condenaba a San Atanasio, el heroico defensor de las
verdades definidas en el concilio de Nicea. Y aunque algunos débiles, por
cobardía, condescendieron, revestido Eusebio de la fortaleza del apóstol,
resistió junto con los legados papales a tan injusta pretensión. Ofendido el
emperador por esta intransigencia, mandó fueran enviados al exilio.
Grandes fueron las penalidades vividas resignadamente por el Obispo Eusebio
a través de su largo destierro.
En Scitópolis, cayó en manos de uno de los hombres más crueles del
arrianismo, llegando al extremo de no suministrarle cosa alguna de alimento
durante varios días. Pero los adeptos y fieles hijos de Vercelli, expusieron su
vida, haciendo llegar a su amado pastor limosnas para aliviar sus necesidades,
así cono cartas llenas de filial afecto. Enterados de ello los arrianos,
recrudecieron los castigos y los malos tratos.
Muerto Constancio, el nuevo emperador Juliano el Apóstata concedió a los
obispos el derecho de regresar del destierro y a sus respectivas sedes.
Entonces es cuando empieza para Eusebio una nueva etapa gloriosa.
Comisionado por el Papa, visita las iglesias de Oriente en las cuales la herejía
había hecho grandes estragos. En todas ellas el sabio Obispo deja las huellas de
su celo apostólico; prepara y ordena sacerdotes y obispos capaces de defender la
ortodoxia y atacar el error.
Concluida esta difícil expedición, de la cual consiguió positivos
resultados, por su tenacidad, competencia y sacrificios, emprende el ansiado
retorno a su querida diócesis de Vercelli, donde es recibido como el gran
defensor de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
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Fuente: aciprensa.com
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