Santos Justo y Pastor de Alcalá, niños Mártires
Agosto 6
Los santos niños Justo y
Pastor murieron en la llamada "Gran persecución", la del emperador Diocleciano,
en la que fueron inmoladas víctimas en mayor número que en todas las anteriores
y en la que, además, se empleó la tortura con más refinamiento y crueldad que
nunca.
Hasta tal punto fue sangrienta esta persecución, la última de todas,
que la más antigua manera cristiana de computar el
tiempo partía del año primero del reinado de Diocleciano, y este cómputo se
llamaba "Era de los mártires".
Fue Diocleciano un gran estadista. La
historia más moderna nos lo presenta, además, como un espíritu prócer, lleno de
veneración por la majestad de Roma. No era ambicioso ni cruel. Y, como por
entonces ya los bárbaros amenazaban las fronteras del Imperio, comprendió que él
solo no podía acudir a todos los puntos donde sus enemigos, exteriores e
interiores, le presentaran batalla. Resolvió, pues, compartir el gobierno de su
inmenso Imperio con hombres de su confianza. Quedaba así fundada la
"tetrarquía".
Lo más seguro es que, de haber seguido Diocleciano sólo al
frente del Imperio, nunca hubiera perseguido al cristianismo. El era tolerante y
demasiado inteligente para comprender que los perseguidores que le habían
precedido habían fracasado en su empeño y que el mayor bien para su Imperio,
desde todos los puntos de vista, incluido el político, era la paz y la unión de
los espíritus. Pero tuvo a su lado un mal consejero que le indujo a la
persecución: su yerno Galerio, que odiaba cordialmente al cristianismo. Al
dejarse influir por éste, Diocleciano echó sobre sí la más negra mancha, de la
que jamás la historia podrá exculparle.
Hacía cuarenta años que la
Iglesia no era perseguida. El número de cristianos había crecido en medio de la
paz, y con el favor de los emperadores se habían construido templos en las
principales ciudades. Mas con la bonanza languidecía también el espíritu de los
fieles; en la religión del amor empezaron las discordias, las envidias, la
murmuración, y la mentira penetró en los seguidores de la Verdad. Entonces
sobrevino el castigo. Galerio empezó a perseguir a los cristianos que militaban
en su ejército. Maximiano Hércules imitó la conducta de aquél. Corría el año 301
de la Era cristiana.
Dos años más tarde, Galerio arrancó al fin a
Diocleciano el edicto primero de persecución general. Todavía no era sangriento.
Se mandaba destruir las iglesias cristianas y arrojar al fuego los libros
sagrados. Los nobles que no apostataran de su fe serían notados de infamia; los
plebeyos, privados de su libertad. Dos edictos posteriores iban dirigidos contra
los jerarcas de la Iglesia, en términos conminatorios, ya sangrientos.
La
persecución fue encarnizada desde el año 304, en que Diocleciano promulgó su
último edicto. Los que se negaran a sacrificar serían gravísimamente torturados.
Así lo afirma Eusebio de Cesarea, contemporáneo de los hechos e historiador de
los mismos. Y añade: "Apenas ya puede contarse el número de los que en las
distintas provincias del Imperio padecieron el martirio".
Las
descripciones que de las torturas nos hace Eusebio horripilan, ciertamente;
pero, por desgracia, son conformes con la realidad de los hechos.
En
España representaba a Maximiano Hércules como procónsul o gobernador Daciano,
que ha pasado a la historia como un tirano de los más siniestros y crueles; tal
como lo describió nuestro gran poeta cristiano Aurelio Prudencio, en su poema
Peristephanon, en que le hace responsable de todos aquellos
horrores.
Dentro de este marco histórico, pues, sucedió el martirio de
los dos pequeños héroes madrileños, Santos Justo y Pastor.
No es posible
dudar de su historicidad. Prudencio les dedica una estrofa de su poema, que
nosotros así traducimos:
"Siempre será una gloria para Alcalá el llevar
en su regazo la sangre de Justo con la de Pastor, dos sepulcros iguales donde se
contiene el don de ambos: sus preciosos miembros."
Los nombres de los
mártires que figuran en el poema de Prudencio pertenecen todos a la historia. En
los calendarios primitivos de la España cristiana, que son los mozárabes,
aparecen también Justo y Pastor. Y el testimonio de los calendarios es
irrecusable, pues en ellos se registraban las fiestas y conmemoraciones
litúrgicas que tradicionalmente venían celebrándose. Lo que no hubiera sido
posible de no existir el hecho de un sepulcro de mártir, que no puede
falsificarse.
¿Desde cuándo se celebraría esta fiesta? Ya vemos que
Prudencio habla de los sepulcros de Justo y Pastor. Por tanto, ya existían
cuando él escribió. Prudencio murió hacia el año 405 de nuestra Era. Aparte de
esto, existe el testimonio de San Paulino, que afirma haber enterrado el año 392
a un hijito suyo, muerto de ocho días, junto a los mártires de Alcalá.
De
modo que, desde fines del siglo IV, unos ochenta años después del martirio,
empezaría oficialmente en la Iglesia española el culto en honor de estos
heroicos niños.
Ello no puede extrañarnos. Hubo millares y millares de
mártires en los tres primeros siglos del cristianismo. Pero no todos, ni mucho
menos, quedaron registrados en los calendarios de la Iglesia. Sólo conocemos los
nombres de una exigua minoría. Y la razón es muy sencilla. Hubo mártires
insignes por las circunstancias de su martirio, o por la edad en que dieron su
vida, demasiado avanzada o demasiado tierna, o por el ascendiente que gozaban
entre los cristianos antes de su muerte. Estos mártires dejaron una huella más
honda en aquélla generación, y sus nombres se perpetuaron en la liturgia de la
Iglesia.
Algo de esto debió ocurrir en el caso de estos santos niños.
Dieron su vida espontáneamente y la dieron en edad muy tierna. Eran unos
párvulos, y por ello causaron honda impresión en los hombres de su tiempo. El
fenómeno pues, tiene fácil explicación.
Sin embargo, las actas de su
martirio no son auténticas, es decir, fueron escritas en época muy posterior y
por un escritor muy lejano de los hechos. Este, pues, recogería las pocas
noticias transmitidas por la tradición oral y las elaboraría a su talante,
aunque con indiscutible acierto desde el punto de vista estético y religioso.
Fácilmente obtendría la finalidad que él se proponía de edificar y deleitar a
sus lectores que, en época visigoda en que fueron escritas las actas, serían
muchos y muy ávidos de una tal literatura. Nosotros hoy sólo podemos admitir
como histórico de estas actas un pequeño núcleo, lo substancial de ellas: Justo
y Pastor, tiernos escolares, enardecidos por el ejemplo de tantos hermanos que
confesaron su fe con la muerte, un día, al salir de la escuela, arrojaron sus
cartillas y se presentaron ante Daciano a confesarse discípulos de Jesucristo, y
el procónsul los mandó degollar.
Todo lo demás es literatura edificante
del hagiógrafo, y no puede concederse mayor autoridad a estas actas. Es verdad
que tampoco es necesario. De suyo, los breves datos que admitimos como
históricos son tan sublimes que bastan para nuestra edificación.
Un himno
de la liturgia dice: "Justo apenas contaba siete años; Pastor había cumplido los
nueve”. Es muy probable que así fuera.
Por lo demás, el diálogo que de
los dos hermanos nos transmiten las actas, reproducido luego por San Ildefonso
de Toledo (muerto en el año 667) en su apéndice a la obra Varones ilustres, de
San Isidoro, es tan bello que no nos resistimos a
transcribirlo.
"Mientras eran conducidos al lugar del suplicio mutuamente
se estimulaban los dos corderitos. Porque Justo, el más pequeño, temeroso de que
su hermano desfalleciera, le hablaba así: "No tengas miedo, hermanito, de la
muerte del cuerpo y de los tormentos; recibe tranquilo el golpe de la espada.
Que aquel Dios que se ha dignado llamarnos a una gracia tan grande nos dará
fuerzas proporcionadas a los dolores que nos esperan". Y Pastor le contestaba:
"Dices bien, hermano mío. Con gusto te haré compañía en el martirio para
alcanzar contigo la gloria de este combate".
La tradición de Alcalá ha
transmitido la noticia de que los mártires fueron ejecutados fuera de la ciudad,
cosa muy verosímil, pues lo natural es que el tirano tuviera miedo de las iras
del pueblo y procurara que su crimen pasara inadvertido.
En la santa
iglesia magistral de Alcalá de Henares se conserva y se expone a la veneración
una piedra que en uno de sus lados tiene una cavidad que la piedad popular
quiere que sea la señal de la rodilla de los santos niños. Al arrodillarse sobre
la piedra para ser decapitados se habría impreso sobre ella la forma de la
choquezuela o rodilla de los pequeños mártires. El hecho es que esta piedra
existe desde tiempo inmemorial. La veneración que los fieles la tributan
redunda, en todo caso, a gloria de los dos bienaventurados.
El hallazgo
de los cuerpos lo atribuye San Ildefonso al obispo Asturio de Toledo, quien,
iluminado por Dios. habría dado con el lugar de su sepultura.
Es
interesante también la noticia que da San Ildefonso de que Asturio edificó la
primera basílica en honor de los mártires, y que de tal modo se le entrañó a
este obispo toledano el culto de los santos niños, que desde entonces no volvió
más a su diócesis de Toledo, sino que permaneció en Alcalá, junto al sepulcro,
allí quiso morir y ser enterrado. Con ello consiguió que el antiguo Complutum y
actual Alcalá de Henares se erigiera en diócesis, de la que Asturio habría sido
primer obispo.
A este obispo, venerado por santo, se le atribuye la misa
y el oficio de los dos niños mártires. Al cual oficio y misa pertenece esta
bellísima oración: "Verdaderamente santo, verdaderamente bendito Nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que robusteció la infancia de sus pequeños Justo y Pastor
para que, a pesar de su tierna edad, pudiesen soportar los tormentos del
perseguidor, y que en ellos se dignó hablar por el don de la gracia, cuando
ambos se estimulaban mutuamente para el martirio, quienes habían de alcanzarlo,
no por la fortaleza de su cuerpo, sino de su espíritu... Te pedimos que
merezcamos vivir con la inocencia de aquellos cuya fiesta solemne celebramos
hoy. Por Cristo, Señor y Redentor eterno".
=
JUAN MANUEL ABALOS.
Comunidad Católica Vidas Santas Páginas Católicas... dedicadas a las personas que aman la Vida de los Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios del Mundo! En la vida de los hombres y mujeres llamados Santos encontraremos un camino a seguir en el deambular por este valle de lágrimas que es nuestra vida en la Tierra. En ella se busca el lema de la Paz, la Tolerancia y la Caridad, en un intento de recoger el máximo de imágenes de Santos
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