Sobre el ayuno de los discípulos
Mateo 9, 14-15.
Cuaresma.
Ayuno de nuestras pasiones, de nuestra ira, del descuido o simplemente el de omisión.
Del santo Evangelio según san Mateo 9, 14-15
En aquellos días se acercan a Jesús los discípulos de Juan y le
dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no
ayunan?» Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse
tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será
arrebatado el novio; entonces ayunarán.
Oración introductoria
Señor, dame la gracia de caminar esta Cuaresma por la senda de una fe
viva, operante y luminosa que me permita iluminar todos los
acontecimientos de mi vida con tu luz, y me ayude a ser fiel y
perseverante en mis propósito de acompañarte en la cruz con amor y
generosidad.
Petición
Señor, dame la gracia de renunciar, por amor, a algo lícito y
placentero, para que este sacrificio sea el medio para reparar y
purificarme de mis debilidades.
Meditación del Papa
Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una
práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra
cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por
voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales,
ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza
debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a
toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico
cuaresmal exhorta: Usemos de manera más sobria las palabras, los
alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes,
con mayor atención. Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno
tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía
el Beato Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios. Por
lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la
Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para
intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del
prójimo. (Benedicto XVI, 3 de febrero de 2009).
Reflexión
Cuando un católico está limpio en su alma no puede quedarse dentro de
las cuatro paredes de su egoísmo. La misma misión “Id y proclamad”
impulsa al alma a buscar y a recorrer esos caminos de santidad que
Cristo nos ha enviado.
Sin embargo, no por ello las tendencias del hombre viejo dejan de
mostrarse. Tal vez, eso sí, podremos ver con mayor claridad cuáles son,
cómo se manifiestan en nuestra vida y así podremos poner los medios
para vencerlos.
Entre esos medios hay dos tan asequibles como sencillos, y no por ello
ineficaces: la oración confiada y humilde y el ayuno. Este último no es
tanto externo, muy útil por cierto, sino más bien el interno: el ayuno
de nuestras pasiones, de nuestra ira, del descuido o simplemente el de
omisión. Este ayuno del cuál nos habla Cristo es alimentado por la
generosidad de un corazón grande y capaz de seguir aquellos caminos que
la voluntad de Dios le indica. Uno de los cuáles es el gran precepto
del amor.
Propósito
Dejemos a un lado nuestra vanidad para que este ayuno nos lleve a ser realmente auténticos: ¡verdaderos cristianos!
Diálogo con Cristo
Señor, dame el gozo y la generosidad en el sacrificio al saber que es
el medio que me acerca a Ti. Tú te entregaste por mí hasta morir en la
cruz para salvarme, yo, para corresponderte, quiero ayunar más de mí
mismo y de mis cosas, no quiero escatimar nada para colaborar contigo en
la salvación de los hombres mis hermanos. ¿De qué quieres que me
desprenda el día de hoy?
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Autor: Carlos Alcántara | Fuente: Catholic.net
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