Santa Perpetua y Felicidad de Cartago, Mártires
Marzo 7
Mártires en Cartago
Martirologio Romano: Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicidad, que bajo el emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño de pecho, y Felicidad, su sierva, estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes no podía ser martirizada hasta que diese a luz, y al llegar el momento, en medio de los dolores del parto se alegraba de ser expuesta a las fieras, y de la cárcel las dos pasaron al anfiteatro con rostro alegre, como si fueran hacia el cielo (203).
Martirologio Romano: Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicidad, que bajo el emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño de pecho, y Felicidad, su sierva, estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes no podía ser martirizada hasta que diese a luz, y al llegar el momento, en medio de los dolores del parto se alegraba de ser expuesta a las fieras, y de la cárcel las dos pasaron al anfiteatro con rostro alegre, como si fueran hacia el cielo (203).
Etimológicamente: Perpetua = Aquella que siempre ayuda a los demás, es de
origen latino.
Etimológicamente: Felicidad = Aquella a quien la suerte le acompaña, es de
origen latino.
Vibia Perpetua, una joven madre de 22 años, escribió en prisión el diario de su arresto, de las visitas que recibía, de las visiones y de los sueños, y siguió escribiendo hasta la víspera del suplicio. “Nos echaron a la cárcel –escribe– y quedé consternada, porque nunca me había encontrado en lugar tan oscuro. Apretujados, nos sentíamos sofocar por el calor, pues los soldados no tenían ninguna consideración con nosotros”. Perpetua era una mujer de familia noble y había nacido en Cartago; con ella fueron encarcelados Saturnino, Revocato, Secóndulo y Felicidad, que era una joven esclava de la familia de Perpetua, todos catecúmenos.
Vibia Perpetua, una joven madre de 22 años, escribió en prisión el diario de su arresto, de las visitas que recibía, de las visiones y de los sueños, y siguió escribiendo hasta la víspera del suplicio. “Nos echaron a la cárcel –escribe– y quedé consternada, porque nunca me había encontrado en lugar tan oscuro. Apretujados, nos sentíamos sofocar por el calor, pues los soldados no tenían ninguna consideración con nosotros”. Perpetua era una mujer de familia noble y había nacido en Cartago; con ella fueron encarcelados Saturnino, Revocato, Secóndulo y Felicidad, que era una joven esclava de la familia de Perpetua, todos catecúmenos.
A los cinco se unió su catequista Saturno y, gracias a él, todos pudieron
recibir el bautismo antes de ser echados a las fieras y decapitados en el circo
de Cartago, el 7 de marzo del año 203. Felicidad estaba para dar a luz a su hijo
y rezaba para que el parto llegara pronto para poder unirse a sus compañeros de
martirio. Y así sucedió, el niño nació dos días antes de la fecha establecida
para el inhumano espectáculo en el circo: fue un parto muy doloroso, y cuando un
soldado comenzó a burlarse: “¿Cómo te lamentarás entonces cuando te estén
destrozando las fieras?” Felicidad replicó llena de fe y de dignidad: “¡Ahora
soy yo quien sufro; en cambio, lo que voy a padecer no lo padeceré yo, sino que
lo sufrirá Jesús por mí!”.
Ser cristianos en esa época de fe y de sangre constituía un riesgo
cotidiano: el riesgo de terminar en un circo, como pasto para las fieras y ante
la morbosa curiosidad de la muchedumbre. Perpetua tenía un hijito de pocos
meses. Su padre, que era pagano, le suplicaba, se humillaba, le recordaba sus
deberes para con la tierna criatura. Bastaba una palabra de abjuración y ella
regresaría a casa. Pero Perpetua, llorando, repetía: “No puedo, soy
cristiana”.
Los escritos de Perpetua formaron un libro que se llama Pasión de Perpetua
y Felicidad, que después completó otra mano, tal vez la de Tertuliano, que narró
cómo las dos mujeres fueron echadas a una vaca brava que las corneó bárbaramente
antes de ser decapitadas. La frescura de esas páginas ha llenado de admiración y
conmoción a enteras generaciones. Precisamente los hermanos en la fe fueron
quienes pidieron a Perpetua que escribiera esos apuntes para dejar a todos los
cristianos por escrito un testimonio de edificación.
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Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
Cuando tuvo la edad requerida en dicha época, Perpetua contrajo matrimonio y fruto del mismo, Dios bendijo dicha unión tuvieron un niño. Pero quiso el destino que todo no fuera felicidad y dicha, ya que en el año 202 de Nuestro Señor, el emperador Septimio Severo, ordenó una dura persecución contra todos aquellos que siguieran siendo cristianos y no quisieran adorar a los falsos dioses, tenían que morir. Por tal motivo el procónsul Minucio Firminiano, obedeciendo las órdenes imperiales, envió a la policía imperial a la casa de Perpetua en Cartago, para que la apresaran.
Cuando la policía llego a dicho domicilio, Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa, inmediatamente la arrestaron a la joven esposa con solo veintidós años y madre de un niñito de pocos meses, junto a sus sirvientes Felicidad conocida también como Felícitas y Revocato, Saturnino y Segundo, acusados por ser cristianos. Todos fueron encerrados en una prisión horrible pendiente de la sentencia, pero mientras esperaban por petición de sus compañeros mártires, Perpetua fue escribiendo el diario de todo lo que pasaba.
Así pues sabemos que Felicidad era una sirviente de Perpetua, muy joven y que en la prisión con ayuda de sus compañeros cristianos, dio a luz una niña, la cual fue recogida por cristianos libres que se encargaron de criarla bastante bien. Pasado unos días del arresto de Perpetua y sus sirvientes, fueron apresados otros cristianos y el diácono Sáturo se presentó voluntariamente, ya que él no había sido arrestado. Los jueces intentaron convencer a Perpetua y los sirvientes, para que volviesen al paganismo, pero ante la negativa decidieron dejarlos en prisión hasta que se organizasen los juegos.
En su diario, Perpetua nos dice: “Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios, era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión”.
Al día siguiente de estar en prisión llegaron dos diáconos cristianos, que dieron dinero a los carceleros para que nos trasladasen a otro cuarto menos sofocante y oscuro, fueron trasladados a un cuarto donde entraba la luz del sol, aunque algo incomodo. También le llevaron a su hijito y ella nos dice en el diario: "Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, y a aquello no me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor". El hijo de Perpetua fue criado y educado por sus tías y la abuelita. En prisión Perpetua tuvo que sostener duras luchas con su padre.
Dichas luchas estaban motivadas, porque su padre aunque era cristiana, también estaba muy unido a la religión del imperio y aunque la amaba tiernamente, cuando la visitaba en la prisión ponía todo su amor para inducir a Perpetua, que renunciase a la Fe y de esa forma sería liberada. Estas discusiones con su padre, Perpetua las plasmo en su diario donde escribió entre otras cosas, algunas consideraciones de su padre donde dice:: …”Si es verdad que te eduqué hasta esta edad y que tuviste el primer lugar en mi amor antes de que tus hermanos, no me avergüences. Echa un vistazo a tus hermanos, a tu madre, a tu hijo pequeño que no podrá vivir sin ti. Establece tu dureza ahora, que sería la masacre de todos nosotros, porque ninguno de nosotros se atreverá a mostrarnos en público si eres condenada como una mujer rea”.
¿Cuál fue el dolor que perforó en estas charlas a Perpetua?, pero Perpetua era fuerte y superó el sentimiento de la naturaleza y escuchó sin miedo, feliz de ofrecer su vida por el amor de Jesucristo. Ella sería condenada a las bestias feroces, pero el Señor de la Fortaleza la consolaría con visiones sublimes. En la cárcel, Perpetua tuvo una visión, en la cual le fue dicho que tendrían que subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba. Al día siguiente Perpetua conto su visión a sus compañeros de prisión, los cuales se pusieron muy contentos y se reafirmaron en ser fieles a la Fe cristiana hasta el fin.
Se dio la casualidad que el mismo día que ella cuenta la visión, el gobernador de Cartago, llama a juicio a Perpetua y a sus sirvientes. En primer lugar pasaron los sirvientes y el Diácono, todos al unísono proclamaron ante las autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos dioses. Seguidamente llamaron a Perpetua, el juez le rogaba que abjurase de la Fe cristiana y que volviera a la religión pagana, de esta forma salvaría su vida. Así mismo le insistían que ella era joven y de familia noble, al renunciar a la Fe cristiana, volvería con su familia y con su hijo.
Pero Perpetua proclamó abiertamente que ella era cristiana y no adoraría a falsos dioses, por lo que estaba dispuesta a ser fiel a Cristo Jesús hasta la muerte. Ante tal respuesta, intervino su padre el único de la familia que no era cristiano y de rodillas le rogaba y le suplicaba a Perpetua, que aceptara la religión del emperador. Insistiendo para que renunciase a la Fe cristiana, le seguía diciendo que lo hiciera por amor a su padre y a su hijo pequeñito. Totalmente conmovida, Perpetua de contestó a su padre diciéndole: ¿Padre, cómo se llama esa vasija que hay ahí en frente? "Una bandeja", respondió él.
Pues bien: "A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es una bandeja. Así pues, yo soy cristiana, no puedo llamarme pagana, ni de otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre”. En el diario Perpetua añadió:"Mi padre era el único de mi familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo". Ante tal declaración, el juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo para que fueran destrozados por las fieras, el día de la fiesta del emperador y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante un toro furioso para que las destrozara, con la cornamenta.
Sin embargo había un problema que Felicidad iba a ser madre y la ley romana prohibía matar a mujeres embarazadas. Pero Felicidad deseaba ser martirizada por amor a Cristo, entonces los cristianos oraron con Fe y Felicidad se puso de parto y dio a luz una niña, la cual fue confiada a cristinas fervorosas, de tal forma que ella ya podía sufrir el martirio. En el momento del parto, un carcelero se burlaba de Felicidad, diciéndole: "Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuándo le lleguen los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: "Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza.
Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza". Según la costumbre a los condenados a muerte se les permitía hacer una comida de despedida, Perpetua y sus compañeros, utilizaron dicha comida como una comida Eucarística. Con la ayuda de dos diáconos que fueron a llevarles la comunión, oraron y se abrazaron dándose el beso de la paz. Ellos estaban contentos por entregar la vida proclamando su Fe en Jesucristo. Los tres sirvientes llamados Saturnino, Revocado y Segundo, fueron los primeros que echaron a las fieras en el anfiteatro, entregando sus vidas valientemente y derramando su sangre por la Fe en Cristo, obteniendo la palma del martirio.
El diácono Sáturo había convertido a un carcelero, llamado Pudente, para que creyese ciegamente en Cristo le dijo: "Para que veas que Cristo sí es Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará ningún daño". Tal como había dicho Pudente sucedió, pues el feroz animal no le causo daño alguno, sin embargo le dio un tremendo mordisco al domador. Ante tal circunstancia le soltaron un leopardo y éste de una dentellada destrozó a Sáturo. Estando el diácono moribundo, con su sangre untó un anillo y lo colocó en el dedo de Pudente, el cual se hizo finalmente cristiano.
El día siguiente, señalado para el martirio de Perpetua y Felicidad, el anfiteatro estaba completamente lleno de gente ansiosa por el espectáculo ofrecido. Las mártires salen de prisión donde habían sufrido tanto y son conducidas por los verdugos a la arena del circo. Una vez en la arena del circo Perpetua y Felicidad, fueron metidas dentro de una malla, colocándolas en el centro de la plaza, a merced de un toro furioso que soltaron, siendo asaltadas por dicho animal, el cual las corneaba sin misericordia. La mayor preocupación de Perpetua era arreglarse el vestido de manera que no diera escándalo a nadie, por estar poco cubierta.
La carne blanca de las mártires se desgarraba y goteaba abundante sangre. Luego ese público cruel pero muy emocionado por ver la valentía de aquellas dos jóvenes madres, tienen un sentido de compasión por ellas y exigieron que la espada pusiera fin a aquella salvaje escena. Así se hizo, a Felicidad le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que tenía que ejecutar a Perpetua, estaba nervioso y fallo el golpe. Sin embargo Perpetua dio un grito de dolor, puso su cabeza sobre el cepo y le indicó con la mano al verdugo el lugar donde tenía que asestar el fatal golpe.
De tal forma Perpetua, valerosa hasta el último instante, demostró a todos que moría mártir por su propia voluntad y con plena generosidad. Las almas de Perpetua y Felicidad, se elevaron al Paraíso Celestial a la presencia del Sumo Hacedor, el día 7 de marzo del año 203, en Cartago, África. Estas dos santas Perpetua y Felicidad son las protectoras de las mujeres embarazadas y de las madres. Los documentos que narran los martirios de dichas santas, fueron muy leidos y estimados en los siglos IV y V, San Agustín dijo; que la Passio se leía frecuentemente en las Iglesias y reuniones, con gran provecho de los creyentes. Sus vidas fueron motivo de dos novelas históricas: Perpetua “Una novia, una mártir”, una pasión escrita por Amy Peterson y “La escalera de bronce” de Malcolm Lyon.
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