Marzo 7
María Antonia, “mujer insigne, gloria de nuestra patria y ornamento de la iglesia argentina” (Ezcurra), nació en el año 1730, en la pequeña población de Silípica (Santiago del Estero, Argentina), hija de Francisco Solano de Paz y Figueroa y Andrea Figueroa.
Recibió buena y sólida instrucción: lectura, escritura, matemática, catequesis, vidas de los Santos, trabajos domésticos, manualidades femeninas, etc. Todos los testimonios destacan que María Antonia tenía rasgos de gran hermosura. Fue dotada de inteligencia viva y penetrante, de una voluntad tenaz y emprendedora, de corazón abierto y bondadoso, de hondo sentido de responsabilidad, de gran capacidad para comprender el alma popular y sus necesidades reales. Estas prendas físicas, morales e intelectuales formaban un conjunto armonioso y fascinante, que irradiaba simpatía y encanto.
La Compañía de Jesús tenía, en la ciudad de Santiago del Estero, casa e iglesia, regenteaba un colegio, dirigía los Ejercicios Espirituales, predicaba misiones populares, cultivaba las inteligencias, educaba voluntades y formaba apóstoles. Alrededor de los jesuitas, se había formado un grupo de mujeres que buscaban su dirección espiritual y colaboraban en la obra más genuina y valiosa de la Compañía: Los Ejercicios. A este grupo pertenecía María Antonia que luego de una sólida preparación, se convirtió en beata (o laica consagrada), consagrando su virginidad al Señor con voto privado. Alrededor de ella, y cautivadas por su carisma, se juntaron racimos de doncellas y algunas viudas que dieron lugar a un beaterio, nombre con que se bautizaba a la casa donde vivían las consagradas que, con sus trabajos y sacrificios, sostenían la casa de Ejercicios.
En el año 1767, por orden del rey Carlos III, se expulsan de Buenos Aires a los jesuitas. La noticia de esta expulsión cayó como una mortaja sobre todo el país, en particular en la ciudad de Santiago. María Antonia no podía resignarse a tanto dolor y se interrogaba si no se podía hacer algo por tanta gente afligida. Hasta que una voz interior le susurró: “¿No podrías continuar tú la obra de los Ejercicios?”. Encandilada por la inspiración de lo alto, María Antonia confió sus locuras al Padre Diego, mercedario, hombre de saber y celo, quien no solo la apoyó sino que también ofreció su colaboración, en la que el Padre brindaría sus servicios ministeriales, y ella toda la infraestructura organizativa y material: alojamientos y provisiones. La beata solicitó y acomodó una casa espaciosa, y comenzó la labor lenta y capilar de convocar gente a los Ejercicios. Esa fue la chispa inicial de una inmensa obra.
Muy pronto, María Antonia, se sintió dichosamente desbordada por el éxito, y sus ojos se abrieron, en un primer momento, al campo santiagueño y después a toda la región de Tucumán, solicitando previamente el debido permiso a Juan Manuel Moscoso y Peralta, obispo de la región. Antes de otorgarle un amplio crédito de confianza, parece que el prelado le pidió que organizara una tanda y los éxitos fueron tan notables, que el obispo, valorando las grandes ventajas y fines de los Ejercicios, la favoreció en todo y la recomendó a los párrocos de su jurisdicción.
La sierva de Dios se dirigió entonces desde Jujuy a Salta y de ahí a San Miguel de Tucumán, desde donde se encaminó a Catamarca y a la Rioja y finalmente recaló en Córdoba, después de haber recorrido más de dos mil kilómetros a pie. Ella misma decía que: “En el Tucumán, había dado 60 tandas de Ejercicios”.
María Antonia, conquistó Córdoba con su humildad, con su laboriosidad enarbolando los Ejercicios, con su fervor religioso y con su vida. Las principales familias la acogieron como una enviada del Señor y le abrieron las puertas de sus casonas para que organizara tandas de Ejercicios. Entre los beneficios más significativos de éstos, se encontraban las conversiones y la igualación de las clases sociales.
Hacia principios de septiembre del año 1779, siguiendo su itinerario misionero al servicio de los Ejercicios, María Antonia y su grupo de beatas, emprendieron a pie, el viaje hacia Buenos Aires, que las recibe con burlas y desprecios al verlas cubiertas de polvo y extenuadas por la fatiga. La beata, se presentó al obispo de la época, el franciscano Sebastián Malvar y Pinto, para solicitar el permiso de organizar Ejercicios, pero inicialmente halló poca o ninguna aceptación. Cuatro años después, el mismo Obispo, en una carta al Papa, describió las vicisitudes soportadas por la sierva de Dios, su paciencia y serenidad, la concesión del permiso y los inmensos beneficios que se lograron. María Antonia se entregó, con su fuego interno, a promover los Ejercicios.
Comenzó con una casa prestada y más adelante, alquiló sucesivamente varios locales. Al final se lanzó con una construcción nueva y amplia, totalmente dedicada a la obra de los mismos, que todavía funciona y es la Santa Casa de Ejercicios, situada en Avenida Independencia 1190 esquina Salta. Durante los veinte años de la presencia de la beata en Buenos Aires, entraron en Ejercicios más de cien mil personas.
María Antonia, serena y santamente, se durmió en el Señor el 7 de marzo de 1799. Como había pedido en su testamente, su entierro fue de limosna. La beata, que manejaba anualmente cientos de miles de pesos para mantener a los ejercitantes, en su desprendimiento radical, no había guardado ni un centavo para su entierro. Ella edificó esta ciudad con su vida ejemplar y la santificó con su celo extraordinario. Fue una mujer fecunda en santidad y obras buenas para sí y para todos los ejercitantes.
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Elsa Lorences de Llaneza
Fuente: santosargentinos.blogspot.com
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Beatificación: 27 de agosto de 2016 en Santiago del Estero.
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