Beata Luis (Alojzije Viktor) Stepinac, Cardenal, Arzobispo y Mártir
Febrero 10
Martirologio Romano: En la aldea de Krasic, cerca de Zagreb, en
Croacia, beato Luis Stepinac, obispo de Zagreb, que rechazó con firmeza
las doctrinas que se oponían a la fe y a la dignidad humana y, por su
fidelidad a la Iglesia, después de prolongada prisión, víctima de la
enfermedad y la miseria, terminó egregiamente su episcopado (1960).
Alois Stepinac nació en Krasic, en el noroeste de Croacia, el 8 de mayo
de 1898. Era el quinto de los hijos de una familia de agricultores
acomodados, y creció en un ambiente profundamente cristiano, donde
reinaban el amor y el respeto mutuo, así como la caridad hacia los más
desfavorecidos. Su madre, una mujer sencilla y piadosa, era
especialmente devota de la Santísima Virgen María, un rasgo que
distinguirá también a su hijo.
Durante su etapa de estudios en
un colegio de Zagreb, Alois demuestra una férrea voluntad, a pesar de
poseer un temperamento discreto y reservado. En 1917, es movilizado en
el ejército austro-húngaro. De regreso a su país en junio de 1919, tras
un breve cautiverio en Italia, aquel joven padece una crisis interna.
Hastiado por la inmoralidad que había frecuentado en su etapa militar,
emprende estudios de agricultura, pero los abandona enseguida. Tampoco
tiene éxito un proyecto de matrimonio. En marzo de 1924, un sacerdote
que le conoce bien publica en una revista un artículo sobre San Clemente
María Hofbauer, enviándoselo junto a una extensa carta. Afectado por el
ejemplo de aquel santo, el joven decide consagrar su vida a Dios,
ingresando en el seminario «Germanicum» de Roma. Uno de sus
condiscípulos dirá de él lo siguiente: «Ardía en amor por la Iglesia y
estaba imbuido de fidelidad hacia el Santo Padre».
Alois
Stepinac se doctora en filosofía, y luego en teología, en la Universidad
Gregoriana de Roma, y recibe la ordenación sacerdotal el 26 de octubre
de 1930. De regreso a Croacia, su país se le presenta destruido y
explotado por Serbia. Aunque su deseo es convertirse en párroco rural,
el arzobispo de Zagreb prefiere conservarlo como encargado de la
liturgia, y luego como notario de la curia del arzobispado. Él acepta el
cargo diciendo: «No sé si permaneceré aquí o no. No importa, pues todos
los caminos que están al servicio de Dios llevan al Cielo». Le son
confiadas importantes misiones, como apaciguar algunos conflictos
acontecidos en algunas parroquias. También impulsa obras de caridad en
los barrios pobres de Zagreb y organiza comidas para el pueblo.
En 1934, el arzobispo, Monseñor Bauer, cae gravemente enfermo y
solicita de la Santa Sede un coadjutor, proponiendo a Alois Stepinac,
quien intenta en vano eludir el cargo, tanto por su edad (36 años) como
por su corta experiencia sacerdotal. Pero el 29 de mayo es nombrado
coadjutor, desplazándose a continuación a pie al santuario mariano de
Marija Bistrica, a 36 km de Zagreb, para confiar a María ese difícil
ministerio. De hecho, los obispos croatas se ven en la necesidad de
defender continuamente que se reconozcan los derechos de la Iglesia
Católica (libertad de enseñanza, libertad de asociación, autoridad de la
Iglesia sobre los matrimonios católicos, etc.).
El 7 de
diciembre de 1937 fallece Monseñor Bauer, sucediéndole Mons. Stepinac
como arzobispo de Zagreb. El nuevo prelado recomienda a sus sacerdotes
que consagren lo mejor de sí mismos a su vida interior. Entre sus
decisiones de gobierno de antes de la guerra, publica una carta abierta a
todos los médicos para denunciar la «peste blanca»: el desarrollo de la
anticoncepción y del aborto. Por otra parte, llega a fundar un
periódico católico con el fin de luchar contra la prensa antirreligiosa.
El arzobispo estima profundamente la vida religiosa y considera que su
desarrollo resulta indispensable. Los monasterios deben convertirse en
«fortalezas de Cristo», y deben proteger a la diócesis con las armas
espirituales de la oración, de la renuncia y del sacrificio.
«El fruto de un inmenso egoísmo»
Monseñor Stepinac había anunciado la Segunda guerra mundial en estos
términos: «Las parejas casadas ya no respetan los valores del
matrimonio; se practica el adulterio y se abandona a los hijos; en una
palabra: se hace todo lo posible para borrar el nombre de Dios de la faz
de la tierra. Se están destruyendo todos los valores morales, por lo
que no es extraño que Dios se dirija ahora a las multitudes a través del
único lenguaje que son capaces de entender... y es el caos sobre la
tierra, el horror de la guerra, la destrucción de todas las cosas. Es el
fruto de un inmenso egoísmo... Si queremos vislumbrar días mejores, la
primera regla consiste en devolverle a Dios el respeto debido, con
humildad; es la única vía para la paz». ¡Es una enseñanza que sigue
estando de actualidad!
El 10 de abril de 1941, después de la
invasión de Yugoslavia por parte del ejército alemán, los nacionalistas
croatas (también llamados ustachis) proclaman un Estado independiente en
Zagreb. Junto a hechos positivos (plena libertad para la Iglesia
Católica, protección de las buenas costumbres, etc.), el nuevo régimen
queda deshonrado a causa de discriminaciones contra los ciudadanos de
religión ortodoxa, los judíos y los gitanos. Sin condenar por completo
al Estado croata, reconocido «de facto» por la Santa Sede, Monseñor
Stepinac mantiene sus reservas. Se convierte en el portavoz de todos los
oprimidos y perseguidos, denuncia los abusos de los ustachis y condena
los postulados racistas, así como las persecuciones contra las minorías
judía y serbia.
Además, el gobierno croata incita a los
ortodoxos a pasarse a la religión católica. Monseñor Stepinac dirige una
nota confidencial a sus clérigos: «Cuando acudan a vosotros personas de
confesión judía u ortodoxa que se hallen en peligro de muerte, y por
esa causa quieran convertirse al catolicismo, recibidlos (Esa
«recepción» no era más que una simple acogida por parte de la Iglesia,
sin ningún compromiso religioso) para que salven la vida. No les pidáis
ningún conocimiento religioso especial, pues los ortodoxos son
cristianos como nosotros, y la fe judía es la raíz del cristianismo. El
papel y el deber de los cristianos debe consistir ante todo en salvar a
la gente. Y cuando esta época de demencia y de salvajismo llegue a su
término, los que se hayan convertido por convicción podrán permanecer en
nuestra Iglesia, y los demás, una vez pasado el peligro, podrán
regresar a la suya». La Iglesia enseña, en efecto, la libertad del acto
de fe: «Es uno de los puntos principales de la doctrina católica que el
hombre al creer tiene que dar una respuesta voluntaria a Dios, y que por
tanto a nadie se puede forzar a abrazar la fe contra su voluntad»
(Vaticano II, Dignitatis humanæ, 10).
A lo largo de toda la
guerra, el arzobispo de Zagreb prodiga los favores de su caridad a los
desdichados, cualesquiera que sean, distribuyendo vagones enteros de
alimentos a los refugiados, cuidando personalmente de los huérfanos
cuyos padres están encarcelados o han huido a las montañas, y salva del
hambre y de la muerte a 6.700 niños, la mayor parte de padres ortodoxos.
El presidente de la comunidad judía de los Estados Unidos, Louis
Breier, dirá de él lo siguiente el 13 de octubre de 1946: «Esa gran
autoridad de la Iglesia ha sido acusada de colaborar con los nazis.
Nosotros los judíos lo negamos. Sabemos, por la conducta que siguió
desde 1934, que ha sido siempre un verdadero amigo de los judíos, que,
en aquellos años, sufrían las persecuciones de Hitler y de sus adeptos.
Alois Stepinac es uno de esos pocos hombres en Europa que se levantaron
contra la tiranía nazi, justamente en los momentos en que resultaba más
peligroso hacerlo... La ley sobre el «brazalete amarillo» se anuló
gracias a él... Después de Su Santidad el Papa Pío XII, el arzobispo
Stepinac fue el mayor de los defensores de los judíos perseguidos en
Europa».
Cuando callan las campanas
Con ocasión de la
retirada de las tropas alemanas durante el fin de la guerra, el
arzobispo consigue evitar la destrucción total de Zagreb, pero ve con
dolor cómo los partisanos de Josip Tito toman el poder, emprenden una
sangrienta depuración e instauran leyes antirreligiosas. Nada
impresionado por los rumores que le tachan de criminal de guerra,
Monseñor Stepinac está firmemente decidido a permanecer en medio de su
pueblo.
El 17 de mayo de 1945, el arzobispo es encarcelado por
sorpresa. El 3 de junio, los obispos croatas exigen su liberación como
medida previa a toda negociación. Todas las campanas de Zagreb se callan
y la procesión del Corpus Christi queda anulada. Ante aquel inesperado
movimiento de resistencia, Tito da su brazo a torcer y manda liberar a
Monseñor Stepinac. El 24 de junio, en una circular dirigida a todos los
sacerdotes, el prelado recuerda a los padres su deber sagrado de
reclamar la educación religiosa en las escuelas. Sus exhortaciones a
todos los fieles van dirigidas a que hagan uso de la oración, en
especial en esos tiempos difíciles, y muy concretamente a que recen el
Rosario.
Sin embargo, la dictadura se instaura sin tomar en
consideración la solemne declaración del gobierno federal de Yugoslavia
según la cual se respetarían la libertad de conciencia y de confesión
religiosa, así como la propiedad privada. En una carta pastoral fechada
el 20 de septiembre de 1945, los obispos católicos de Yugoslavia
advierten que 243 sacerdotes han sido asesinados desde el final de la
guerra y que 258 han sido encarcelados o han desaparecido. A
continuación, constatando la parálisis de los seminarios, los estragos
ejercidos en la juventud por parte de la propaganda atea y la
inmoralidad amparada por el Estado, condenan solemnemente «el espíritu
materialista e impío que se extiende por nuestro país».
En
octubre de 1945, con motivo de una visita pastoral, el automóvil de
Monseñor Stepinac es asaltado por los comunistas y los cristales son
rotos a pedradas. La víspera del atentado, la milicia había amenazado al
prelado con represalias si llevaba a cabo aquella visita. «De todas
formas, señala el arzobispo, solamente se muere una vez; pueden hacer lo
que quieran, pero nunca dejaré de predicar la verdad; no temo a nadie
más que a Dios, y mi deber sigue siendo el mismo: salvar almas».
«Tengo la conciencia limpia y en paz»
Desde noviembre de 1945, Monseñor Stepinac deja instrucciones para
administrar la Iglesia en el caso de que sea encarcelado. El 17 de
diciembre, en un mensaje al clero, se defiende de todas las acusaciones
que se le atribuyen mediante las siguientes frases, que son un resumen
de su vida y que explican la fortaleza de su alma: «Tengo la conciencia
limpia y en paz ante Dios, que es el más fidedigno de los testigos y el
único juez de nuestros actos, ante la Santa Sede, ante los católicos de
este Estado y ante el pueblo croata». Más tarde añadirá: «Estoy
dispuesto a morir en cualquier momento».
El 18 de septiembre de
1946, a las 5 de la madrugada, la milicia irrumpe en el arzobispado y
se precipita hacia la capilla donde está rezando el prelado. Conminado a
seguir a los policías, responde: «Si estáis sedientos de mi sangre,
aquí me tenéis». El 30 de septiembre, comienza un proceso que el Papa
Pío XII calificará de «tristissimo» (lamentable). Gracias a la fortaleza
propia de una conciencia recta y pura, Monseñor Stepinac no desfallece
ante los jueces. En medio de una gran tranquilidad, y seguro de la
protección de «la abogada de Croacia, la más fiel de las madres», la
Santísima Virgen María, el 11 de octubre escucha la injusta sentencia
que se pronuncia contra él, que le condena a prisión y a trabajos
forzados durante dieciséis años «por crímenes contra el pueblo y el
Estado». «Las razones de la persecución que padeció y del simulacro de
juicio que se organizó contra él, dirá el Papa Juan Pablo II el 7 de
octubre de 1998, fueron su rechazo a las insistencias del régimen para
que se separara del Papa y de la Sede Apostólica, y para que encabezara
una «Iglesia nacional croata». Él prefirió seguir siendo fiel al sucesor
de Pedro, y por eso fue calumniado y luego condenado».
Durante
su encarcelamiento en Lepoglava, Monseñor Stepinac comparte la
miserable suerte de cientos de miles de prisioneros políticos. Son
numerosos los guardianes que lo humillan, entrando en cualquier momento
en su celda e insultándole continuamente. Los paquetes de alimentos que
recibe son expuestos durante varios días al calor o estropeados para que
resulten incomestibles. El arzobispo guarda silencio, transformando la
celda de la prisión en una celda monacal de oración, de trabajo y de
santa penitencia. Se lo han quitado todo, «excepto una cosa: la
posibilidad de alzar las manos al cielo, como Moisés» (cf. Ex 17, 11).
Pero tiene la suerte de poder celebrar la Misa en un altar improvisado.
En la última página de su agenda de 1946 escribe lo que sigue: «Todo sea
para la mayor gloria de Dios; también la cárcel».
«Sufrir y trabajar por la Iglesia»
El 5 de diciembre de 1951, cediendo a las presiones internacionales, el
gobierno yugoslavo consiente en trasladar al arzobispo a Krasic, su
ciudad natal, bajo libertad vigilada. Allí ejerce funciones de vicario,
pasando buena parte del tiempo en la iglesia parroquial, donde confiesa
durante horas enteras y, cuando le instan a que economice sus ya débiles
fuerzas, responde que confesar es uno de sus mayores descansos. En el
transcurso de sus primeros días en Krasic, un periodista extranjero le
hace la siguiente pregunta: «¿Cómo se encuentra? – Tanto aquí como en
Lepoglava, no hago más que cumplir con mi deber. – ¿Y cuál es su deber? –
Sufrir y trabajar por la Iglesia».
A unos visitantes
desanimados por los perjuicios del comunismo, Monseñor Stepinac les
responde: «No hay que desesperar, pues aunque el comunismo deje huellas
en nuestro pueblo, y aunque nos encontremos con las manos atadas por esa
pérfida ideología y aunque algunos flaqueen, estamos mejor que los
pueblos del oeste, saturados de bienes materiales pero asfixiados en la
inmoralidad y en el ateísmo práctico. Gracias a Dios mi pueblo ha
permanecido fiel al Señor y al respeto hacia la Virgen».
Mientras tanto, el gobierno yugoslavo intenta a cualquier precio
provocar una ruptura de los católicos croatas con Roma y fundar una
iglesia nacional cismática, con objeto de incorporar a los croatas a la
Iglesia ortodoxa serbia. A tal efecto, se llega a crear una «asociación
de los santos Cirilo y Metodio» que agrupa a «sacerdotes patriotas» y
devotos del régimen. El año 1953 destaca por las agresiones procedentes
del gobierno. El recluido arzobispo da ánimos a los sacerdotes y a los
fieles mediante una copiosa correspondencia, exhortando a los indecisos y
recuperando a las ovejas descarriadas. Más de un sacerdote llega a
confesar que «Si no hubiera estado allí, quién sabe lo que nos habría
pasado». Uno de los principales peleles de Tito, Milovan Djilas,
confesará más tarde: «Si Stepinac hubiera querido ceder y proclamar una
Iglesia croata independiente de Roma, como nosotros queríamos, lo
habríamos colmado de honores».
«Vencerá el espíritu, y no la materia...»
El 12 de enero de 1953, el Papa Pío XII eleva a Monseñor Stepinac a la
dignidad cardenalicia. Pero el arzobispo no ha podido desplazarse a
Roma, por miedo a que el gobierno de Tito le impida regresar a su país.
En una entrevista con un periodista extranjero, el nuevo cardenal
anuncia proféticamente: «En la lucha que se desarrolla (en Yugoslavia)
entre la Iglesia y el Estado, vencerá el espíritu, y no la materia.
Durante la historia de la humanidad nunca ha podido mantenerse
definitivamente el materialismo».
La generosidad del cardenal
con respecto a los que son más pobres que él no tiene límites: «No posee
más que lo estrictamente necesario para vestirse, explica el párroco de
Krasic; todo lo da. Incluso acaba de dar a los pobres dos pares de
zapatos». En su humildad, Monseñor Stepinac lamenta la publicidad que se
ha montado alrededor de su persona. Al enterarse un día que una revista
extranjera acaba de publicar una declaración del Papa en la que dice
que «El cardenal de Croacia es el mayor prelado de la Iglesia Católica»,
él baja la vista murmurando: «¡Solamente Dios es grande!».
A
finales de 1952 debe ser operado de una pierna y, al año siguiente, se
le declara una grave enfermedad de la sangre, cuya causa se debe, según
los médicos, a los malos tratos padecidos. Se le dispensan muchos
cuidados médicos, pero él se niega a ser tratado en el extranjero, como
habría sido necesario; como buen pastor, decide quedarse junto a su
rebaño. Pero los métodos del régimen comunista no se flexibilizan. En
noviembre de 1952, Tito decide romper las relaciones diplomáticas con el
Vaticano, dando simultáneamente la orden a su policía de impedir
cualquier visita a Krasic. Los guardianes del prelado (que eran más de
treinta en 1954) le insultan y se burlan de él de todas las maneras
posibles. El largo proceso seguido para su beatificación llegará a la
conclusión, en 1994, de que su muerte fue la consecuencia de los catorce
años de aislamiento injusto, de presiones físicas y morales constantes y
de sufrimientos de todo tipo. Por eso «queda confiado en adelante a la
memoria de sus compatriotas con las notorias divisas del martirio» (Juan
Pablo II, 3 de octubre de 1998).
Vencer el mal con el bien
Durante todos aquellos años de reclusión forzosa, el cardenal Stepinac
adopta la actitud espiritual que ordenó Nuestro Señor Jesucristo: Amad a
vuestros enemigos y rogad por los que os persigan (Mt 5, 44). Persevera
hasta el final en su resolución de perdonar, y se le oye rezar por sus
perseguidores y repetir en voz baja: «No debemos odiar; también ellos
son criaturas de Dios». En su «testamento espiritual» escribe lo
siguiente: «Pido sinceramente a cualquier persona a la que hubiera
podido hacer daño que me perdone, y perdono de todo corazón a todos los
que me han hecho daño... Queridísimos hijos, amad también a vuestros
enemigos, pues así nos lo ha mandado Dios. Seréis entonces hijos de
vuestro Padre que está en los cielos, que hace que el sol salga para los
buenos y para los malos, y que hace que llueva tanto para los que hacen
el bien como para los que hacen el mal. Que la conducta de vuestros
enemigos no os aleje del amor hacia ellos, pues el hombre es una cosa
pero la maldad es otra bien distinta».
«Perdonar y
reconciliarse, dirá el Papa Juan Pablo II con motivo de la beatificación
del cardenal Stepinac, significa purificar la memoria del odio, de los
rencores, del deseo de venganza; significa reconocer que quien nos ha
hecho daño es también hermano nuestro; significa no dejarse vencer por
el mal, antes bien vencer al mal con el bien (cf. Rm 12, 21)».
En 1958, los sufrimientos del cardenal se hacen casi intolerables, pero
lo más penoso para él es carecer de fuerzas para poder celebrar la Misa.
El 10 de febrero de 1960, expira en Krasic, pronunciando estas
palabras: «Fiat voluntas tua» (¡Hágase tu voluntad!).
In te
Domine speravi (En ti he esperado, Señor). Tal era su divisa. En uno de
sus sermones nos confiaba el secreto de su esperanza: «Alguien podría
preguntarse: «Y nuestra esperanza, ¿en qué se basa?». Y yo le respondo
que en la fidelidad a Dios, pues Dios no miente; en la omnisciencia
divina, para quien nada pasa desapercibido; en la omnipotencia de Dios,
que es siempre dueño de todo».
El 3 de octubre de 1998, el Papa
Juan Pablo II dejaba constancia del triunfo de esa invencible
esperanza: «En la beatificación del cardenal Stepinac reconocemos la
victoria del Evangelio de Jesucristo sobre las ideologías totalitarias;
la victoria de los derechos de Dios y de la conciencia sobre la
violencia y las vejaciones; la victoria del perdón y de la
reconciliación sobre el odio y la venganza». A la vez que nos sentimos
colmados de un profundo agradecimiento hacia el Santo Padre por esa
beatificación, le damos gracias sobre todo al Señor por haber hecho
brillar ante nuestros ojos semejante luz y por habernos dado como
ejemplo al beato Alois Stepinac.
=
Fuente: Clairval.com
Comunidad Católica Vidas Santas Páginas Católicas... dedicadas a las personas que aman la Vida de los Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios del Mundo! En la vida de los hombres y mujeres llamados Santos encontraremos un camino a seguir en el deambular por este valle de lágrimas que es nuestra vida en la Tierra. En ella se busca el lema de la Paz, la Tolerancia y la Caridad, en un intento de recoger el máximo de imágenes de Santos
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