Beata Madre San Luis (María Luisa Isabel de Lamoignon), Fundadora
Marzo 4Fundadora de las Hermanas de la Caridad de San Luis
Martirologio Romano: En Vannes, Francia, Beata Madre San Luis (María Luisa Isabel de Lamoignon), fundadora de las Hermanas de la Caridad de San Luis († 1825)
Fecha de beatificación: 27 de mayo de 2012, durante el pontificado de
Benedicto XVI
María Luisa Isabel de Lamoignon (1763-1825) nació en París, en el seno de una familia de alto linaje, y creció en un ambiente cristiano atento a la justicia y a la caridad. A los quince años, se casó con el conde Molé de Champlatreux, hombre virtuoso. Tuvieron cinco hijos, de los cuales sólo dos sobrevivieron. Animada por su marido, visita a los pobres y a los enfermos de su parroquia, pero, por su rango social de condesa, es considerada de la parte de los explotadores. Por ello en la tormenta revolucionaria sufrió la confiscación de sus bienes, privaciones y detenciones. Su esposo fue guillotinado el día de Pascua de 1794. María Luisa Isabel tenía 31 años.
María Luisa Isabel de Lamoignon (1763-1825) nació en París, en el seno de una familia de alto linaje, y creció en un ambiente cristiano atento a la justicia y a la caridad. A los quince años, se casó con el conde Molé de Champlatreux, hombre virtuoso. Tuvieron cinco hijos, de los cuales sólo dos sobrevivieron. Animada por su marido, visita a los pobres y a los enfermos de su parroquia, pero, por su rango social de condesa, es considerada de la parte de los explotadores. Por ello en la tormenta revolucionaria sufrió la confiscación de sus bienes, privaciones y detenciones. Su esposo fue guillotinado el día de Pascua de 1794. María Luisa Isabel tenía 31 años.
A pesar de ello, continúa su camino espiritual, guiada por el párroco de
Pancemont. Una tarde de 1792 reconoció la llamada particular del Señor a
seguirlo, llevando su cruz. Ella respondió generosamente con lo que llamó su
«pacto con la cruz». Renunció a todo, incluso al deseo de vida religiosa
contemplativa para responder a una necesidad urgente de la Iglesia de Vannes: el
obispo le pidió que le ayudara con una obra educativa y caritativa. El 25 de
mayo de 1803 hizo la profesión religiosa, tomando el nombre de sor San
Luis.
Enseguida fue nombrada superiora general de la nueva congregación, que puso
bajo la protección de san Luis, modelo de fe, artífice de justicia y de paz.
Organizó la vida religiosa de la comunidad y acogió a niñas pobres, cuyo número
fue creciendo cada vez más. Velaba por la calidad de su instrucción y las
preparaba para vivir y ganar dinero aprendiendo un oficio. Además de la lectura
y de la escritura, las jóvenes aprendían a tejer la tela y a realizar bellísimos
encajes. Después de Vannes, otros párrocos le pidieron fundar una «casa de
caridad» en sus respectivas parroquias. La madre San Luis en 1818 añadió a esto
la obra de los retiros espirituales.
Impulsada por el amor de Cristo redentor, sacaba su fuerza de la lectura
diaria de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Quería que todas las personas
fueran acogidas y sirvieran a Jesucristo: “Si la atención que prestáis a las
niñas pobres la ofrecierais con espíritu de fe viva... veríais en ellas a
Jesucristo. Diríais: estoy con Jesucristo, hablo con Jesucristo, vivo con
Jesucristo. Me glorío en vivir con Jesucristo pobre y humillado”. Y como toda
forma de espiritualidad está inevitablemente marcada por la época que la vio
nacer y por la personalidad de quien la suscita en un determinado contexto
familiar y social, la formación familiar de María Luisa Isabel la puso muy
pronto en contacto con los Padres de la Iglesia, desarrollando en ella el gusto
ardiente por la Palabra de Dios, que ella transmitió a sus religiosas: “La
Sagrada Escritura es la base fundamental de toda forma de piedad... Es
necesario, por tanto, que cuantos quieren avanzar en el estado de perfección no
dejen pasar ni siquiera un solo día sin leerla y meditarla...
Esta Palabra es el alimento del hombre, del mismo modo que la santa Eucaristía es el alimento del alma; es preciso acogerla, tratarla con la misma dignidad, con el mismo respeto; ¿habéis pensado alguna vez en ello?, ¿os habéis comportado alguna vez en consecuencia y habéis intentado poneros, para recibirla, en la misma disposición que deseáis tener para participar en la santa Mesa?”.
Esta Palabra es el alimento del hombre, del mismo modo que la santa Eucaristía es el alimento del alma; es preciso acogerla, tratarla con la misma dignidad, con el mismo respeto; ¿habéis pensado alguna vez en ello?, ¿os habéis comportado alguna vez en consecuencia y habéis intentado poneros, para recibirla, en la misma disposición que deseáis tener para participar en la santa Mesa?”.
Murió en Vannes el 4 de marzo de 1825, lámpara brillante de la caridad y la
bondad, capaz de mostrar todo el camino a seguir, contrastando las obras de la
carne (la idolatría, la enemistad, la discordia y los celos) con las obras del
Espíritu, cuyos frutos benéficos son amor, alegría, paz, magnanimidad,
benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí.
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Fuente: L´Osservatore Romano
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