Martirologio Romano: En York, en Inglaterra, santa Margarita Clitherow, mártir, la cual, con la anuencia de su marido, abrazó la fe católica, en la que educó también a sus hijos, y se preocupó de ocultar en su casa a sacerdotes que eran perseguidos, por cuyo motivo fue detenida varias veces durante el reinado de Isabel I, y finalmente, rehusando que su causa fuese llevada ante el tribunal para que los ánimos de los consejeros del juez no cargasen con la responsabilidad de su sentencia a muerte, la condenaron, por su fe en Cristo, a ser asfixiada hasta la muerte bajo un gran peso (1586).
Etimológicamente: Margarita = Aquella de belleza poco común, es de origen
latino.
Fecha de canonización: 25 de octubre de 1970 por el Papa Paulo VI, unto a
otros 39 mártires de Inglatera y Gales.
Tenemos la fortuna de poseer amplia información acerca de Margarita Clitherow, gracias a la biografía escrita por su confesor, padre John Mush, completada en sus detalles con otros documentos contemporáneos. En York todavía podemos ver la casa del ayuntamiento donde fue juzgada, el castillo en que estuvo encarcelada, la casa vecina al matadero, que se cree haber sido su hogar durante su vida matrimonial y la habitación con la buhardilla en la posada del Cisne Negro, que la tradición señala como el lugar que ella alquiló para que se celebrara la misa, cuando se consideró insegura su propia capilla.
Tenemos la fortuna de poseer amplia información acerca de Margarita Clitherow, gracias a la biografía escrita por su confesor, padre John Mush, completada en sus detalles con otros documentos contemporáneos. En York todavía podemos ver la casa del ayuntamiento donde fue juzgada, el castillo en que estuvo encarcelada, la casa vecina al matadero, que se cree haber sido su hogar durante su vida matrimonial y la habitación con la buhardilla en la posada del Cisne Negro, que la tradición señala como el lugar que ella alquiló para que se celebrara la misa, cuando se consideró insegura su propia capilla.
Margarita fue hija de un rico vendedor de cera, llamado Tomás Middleton,
que era hacendado de la ciudad de York y que tuvo el cargo de comisario, del año
1564 a 1565. Este murió poco después y su esposa, luego de cinco meses, contrajo
nupcias con un hombre de inferior condición, de nombre May, que estableció su
residencia con la familia en la casa Middleton y Davygate.
Allí fue donde Margarita se casó, en 1571, con Juan Clitherow, ganadero y
carnicero que, como el padre de Margarita, era un hombre acomodado y había
tenido cargos públicos. Había sido encargado de puente y camarlengo con lo que
llegó a merecer el derecho de usar el título de Sir antes de su nombre.
Margarita fue educada en el protestantismo, pero dos o tres años después de su matrimonio abrazó la fe católica, después de haberla estudiado, como su biógrafo nos dice: "al no encontrar fundamento, verdad, ni consuelo cristiano en los ministros del Nuevo Evangelio, ni en su propia doctrina y, al enterarse de que muchos sacerdotes y laicos sufrían al defender la antigua fe católica
Margarita fue educada en el protestantismo, pero dos o tres años después de su matrimonio abrazó la fe católica, después de haberla estudiado, como su biógrafo nos dice: "al no encontrar fundamento, verdad, ni consuelo cristiano en los ministros del Nuevo Evangelio, ni en su propia doctrina y, al enterarse de que muchos sacerdotes y laicos sufrían al defender la antigua fe católica
Su esposo, bondadoso y de buen carácter, parece no haberse opuesto entonces
ni en ningún momento a los deseos de su mujer. El no tenía madera de héroe y
continuaba conforme a la religión del Estado, pero tenía un hermano sacerdote, y
un cierto Tomás Clitherow que estuvo preso en el castillo de York a causa de su
religión, en 1600, fue probablemente otro de sus hermanos.
El señor Clitherow acostumbraba decir que encontraba dos defectos en su
mujer: que ayunaba demasiado y que nunca lo acompañaba a la iglesia. Muy al
principio, parecía que Margarita podía practicar su fe sin mucha dificultad y
podía buscar a los apóstatas y hacer que se convirtieran, pero las leyes se
hicieron más duras y fueron cumplidas más estrictamente.
Varios cautelosos amigos le advirtieron que fuera más circunspecta. Se le
impusieron multas al señor Clitherow por las continuas faltas de asistencia de
su mujer a la iglesia y a ella misma se le encarceló varias veces en el
castillo, una de ellas por dos largos años. Las condiciones de vida allí, como
sabemos por datos contemporáneos, eran muy malas; las celdas eran obscuras,
húmedas, llenas de parásitos, y muchos de los cautivos morían durante su
reclusión; aún así, Margarita consideraba esos períodos de encarcelamiento como
retiros espirituales, orando y ayunando cuatro días a la semana, práctica que
continuó después de obtener su libertad. No está clara la fecha en que ella
empezó a abrir su casa a sacerdotes fugitivos, pero se sabe que continuó
haciéndolo así hasta el fin, a pesar de la promulgación de la ley que castigaba
con la muerte el dar albergue a los sacerdotes.
Los padres Thompson, Hart Thirkill, Ingleby y muchos otros habían estado
ocultos en la cámara secreta para sacerdotes, cuya entrada "era molesta para
aquél que no estuviera familiarizado con la gran estrechez de la puerta, que era
sin embargo amplia para un joven".
Más aún, a fin de que no se privara a nadie de la misa, cuando se podía
celebrar, el padre Mush nos dice: "Ella había preparado dos cuartos, uno junto a
su propia casa, adonde ella pudiera tener acceso en cualquier momento, sin ser
vista o notada por sus vecinos. El otro, un poco distante de su casa, mantenido
en secreto para todos, excepto para aquellos que ella sabía eran fieles y
discretos. Ella preparaba este lugar para tiempos más calamitosos a fin de que
Dios pudiera ser servido allí, cuando su propia casa no se considerara tan
segura, aunque ella no pudiera acudir a ese lugar diariamente, como lo deseaba.
También proporcionaba y se encargaba del cuidado de todo el material que se
requería para el servicio del altar, tanto ornamentos como vasos sagrados.
Poseyendo una agradable figura, dotada de agudo ingenio y alegría,
Margarita tenía una encantadora personalidad. "Todos la amaban", leemos, "y
acudían a ella en demanda de auxilio, consuelo y consejo en sus penas. Su
servidumbre le tenía un amor tan reverente que, a pesar de que su ama los
corregía con razonable dureza por sus faltas y negligencias y que sabían cuándo
los sacerdotes frecuentaban la casa, tenían tanto cuidado de conservar los
secretos de su ama, como si fueran sus verdaderos hijos".
En muchos casos, gentes que sostenían otras creencias eran las primeras en
escudarla y advertirla de algún peligro que la amenazaba. Más aún, como una
verdadera mujer de Yorkshire, era una magnífica ama de casa y hábil para los
negocios. "Al comprar y vender mercancía", se nos dice, "tenía mucho cuidado de
saber su verdadero precio para satisfacer a su esposo que lo dejaba todo a su
confianza y discreción".
No nos sorprende encontrar que a menudo urgía a su esposo a desentenderse
de la tienda y todas sus preocupaciones y dedicar sus energías a ventas al
mayoreo. Empezaba cada día con una hora y media dedicada a la oración y
meditación. Si había algún sacerdote disponible, se celebraba la misa y para
escucharla se arrodillaba atrás de sus hijos y sirvientes en el lugar más bajo,
a un lado de la puerta, tal vez para poder dar la señal de alarma en caso de ser
sorprendidos.
Dos veces por semana, los miércoles y domingos, trataba de confesarse.
Aunque no era una mujer muy culta, había aprendido mucho de los sacerdotes que
frecuentaban la casa y conocía tres libros perfectamente: la Biblia, la
Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis y el Ejercicio de Perrín. En alguna
ocasión -quizás en la cárcel-, había aprendido de memoria el pequeño oficio de
Nuestra Señora en latín, en previsión de que Dios la llamase alguna vez a la
vida religiosa.
El recuerdo de los sacerdotes martirizados a quienes ella había conocido y
que habían sufrido en Knavesmire, estaba constantemente en ella y, cuando su
esposo salía de viaje, ella algunas veces iba descalza en peregrinación con
otras mujeres al lugar de la ejecución, fuera de las murallas de la ciudad. A
todas horas, era esto una acción peligrosa debido a los espías, pero
particularmente durante el día, y por lo tanto, iban generalmente de noche y
Margarita permanecía meditando y orando bajo la horca "todo el tiempo que su
acompañamiento se lo permitía".
Estas visitas pronto terminaron, ya que Margarita, durante el último año y
medio antes de su aprehensión final tuvo que permanecer recluida en su propia
casa, "como en libertad encadenada", por el delito de haber enviado a su hijo
mayor a una escuela allende los mares.
El 10 de marzo de 1586, el señor Clitherow fue citado a comparecer ante el
tribunal de York, establecido por el Gran Consejo del Norte y, en ausencia del
amo, su casa fue cateada. No se encontró nada sospechoso, hasta que los esbirros
llegaron a un cuarto alejado, donde los niños y otros más estaban siendo
instruidos por un maestro de escuela llamado Stapleton, a quien ellos tomaron
por sacerdote.
En la confusión que se siguió, el maestro pudo eludirlos y escapar por el
cuarto secreto, pero los niños fueron interrogados y amenazados. Un niño
extranjero, de once años, que vivía con la familia, se aterrorizó tanto, que
descubrió la entrada del cuarto de los sacerdotes. Nadie lo ocupaba, pero en una
alacena se encontraron vasos y libros que obviamente eran usados para la
celebración de la misa. Estos fueron confiscados y Margarita fue aprehendida y
llevada, primero ante el Consejo y después a prisión en el castillo.
Una vez tranquilizada sobre la seguridad de su familia, su valor nunca la
abandonó y cuando dos días más tarde se le reunió la señora Ana Tesk, a quien el
mismo niño había delatado por frecuentar los sacramentos, las dos amigas
bromearon y rieron juntas hasta que Margarita exclamó: "Hermana, estamos tan
contentas juntas que temo, a no ser que se nos separe, perder el mérito de estar
encarceladas."
Poco antes de que se les citara a comparecer ante el juez, dijo: "Antes de
partir, haré felices a todos mis hermanos y hermanas del otro lado de la sala";
y, mirando hacia ellos a través de una ventana -eran 35 y la podían fácil mente
ver desde allí- hizo un par de horcas con sus dedos y agradablemente se rió de
ellas.
Después de leído el cargo, en que se le acusaba de albergar y sostener a
los sacerdotes y de oír la misa, el juez le preguntó si se consideraba culpable
o inocente. Ella replicó: "No conozco ninguna ofensa por la que me deba declarar
culpable", y cuando se le preguntó cómo quería ser juzgada, ella sólo dijo: "No
habiendo cometido ningún delito, no necesito ser juzgada".
Nunca se apartó de esta posición, aunque se le instruyó varias veces y se
le urgió a que se declarara culpable y escogiera ser juzgada por un jurado. Ella
sabía que esto significaba la muerte de todas maneras, pero si aceptaba ser
juzgada, sus hijos, sirvientes y amigos serian llamados a atestiguar y, o
mentirían para salvarla, cometiendo perjurio o tendrían que dar testimonio de lo
que sabían y así sufrir el escándalo y la pena de haber causado su muerte.
Se hicieron muchos intentos para persuadirla a que apostatara o, por lo
menos, a que se sujetara al juicio y un puritano, que había discutido con ella
en la prisión, tuvo el valor de ponerse en pie en la corte y declarar que la
condenación, basada en la acusación de un niño, era contraria a la ley de Dios y
de los hombres. El juez Clinch, que habría querido salvarla, fue dominado por
los otros miembros del Consejo y, finalmente, pronunció la terrible sentencia
que la ley inglesa decretaba para todo el que se negaba a declararse culpable, a
saber, que debería ser prensado hasta morir. Ella oyó la sentencia con la mayor
serenidad y dijo: "Gracias sean dadas a Dios; todo lo que El me envíe es bien
recibido. No soy digna de tener una muerte tan buena como ésta".
Después de esto, fue puesta en prisión en casa de Juan Trew, en Ouse
bridge. Ni siquiera entonces se le dejó en paz, sino que fue visitada por
diversas gentes que trataban en vano de conmover su constancia, incluyendo a su
padrastro, Enrique May, que había sido elegido alcalde de York. Nunca le
permitieron ver a sus hijos y solamente una vez pudo entrevistarse con su marido
y eso en presencia del carcelero.
Margarita iba a ser ejecutada el 25 de marzo, viernes de la Semana de
Pasión y la noche anterior, ella cosió su propia mortaja. Después pasó la mayor
parte del tiempo de rodillas. A las ocho de la mañana, el comisario llegó a
conducirla al calabozo, a pocos metros de la prisión y "todos se maravillaron de
verla gozosa y de alegre semblante".
Llegados al lugar de la ejecución, se arrodilló para rezar y, algunos de
los anglicanos ahí presentes le pidieron que rezara con ellos; pero Margarita
rehusó, como el beato Guillermo Hart lo había hecho casi exactamente tres años
antes. "Yo no rezaré con vosotros, ni vosotros rezaréis conmigo", dijo, "ni yo
diré Amén a vuestras oraciones, ni vosotros a las mías". Ella rezó en voz alta
por el Papa, los cardenales, el clero, los príncipes cristianos, y especialmente
por la reina Isabel para que Dios la convirtiera a la fe y salvara su
alma.
Entonces fue obligada a desnudarse y tenderse boca bajo en el suelo. Se le
puso una piedra lisa sobre sus espaldas y sus manos fueron atadas a postes a los
lados. Se colocó otra losa encima de ella y se pusieron pesas sobre esta piedra,
hasta llegar a la cantidad de 700 u 800 kilos. Sus últimas palabras, al recibir
el peso sobre su cuerpo, fueron: "¡Jesús, Jesús, ten misericordia de mí!"
Tardó alrededor de un cuarto de hora en morir, pero su cuerpo fue dejado
seis horas en la prensa. Tenía aproximadamente treinta años. A su esposo le
había enviado su sombrero "en señal de amorosa devoción, como cabeza de su
familia" y a Inés, su hija de doce años, sus zapatos y medias para significar
que debería seguir sus pasos.
La niñita se hizo monja en Lovaina, mientras que dos de los hijos de la
mártir fueron después sacerdotes. Una de las manos de Margarita Clitherow se
conserva en un relicario en el Convento Bar, en York.
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