San Juan Pablo II, Papa
Abril 2 - Octubre 22
Abril 2 - Octubre 22
Martirologio Romano: En Roma, en la basílica de San Pedro, san Juan Pablo II, papa, que gobernó la Iglesia por veintisiete años, llevando su presencia misionera a todos los puntos de la tierra, alimentando la doctrina con abundantes y esclarecidos documentos, y convocando a todos los hombres de nuestra época a abrir sus puertas al Redentor. (1978-2005). (1920-2005).
Karol Wojtyla nace el 18 de mayo de 1920, en Wadowice, a unos pocos kilómetros de Cracovia, una importante ciudad y centro industrial al norte de Polonia.
Su padre, un hombre profundamente religioso, era militar de profesión.
Enviudó cuando Karol contaba apenas con nueve años. De él -según su propio
testimonio- recibió la mejor formación: «Bastaba su ejemplo para inculcar
disciplina y sentido del deber. Era una persona excepcional».
De joven el interés de Karol se dirigió hacia el estudio de los clásicos,
griegos y latinos. Con el tiempo fue creciendo en él un singular amor a la
filología: a principios de 1938 se traslada junto con su padre a Cracovia para
matricularse en la universidad Jaghellonica y cursar allí estudios de filología
polaca.
Sin embargo, con la ocupación de Polonia por parte de las tropas de Hitler,
hecho acontecido el 1 de septiembre de 1939, sus planes de estudiar filología se
verían definitivamente truncados.
En esta difícil situación, y con el fin de evitar la deportación a
Alemania, Karol busca un trabajo. Es contratado como obrero en una cantera de
piedra, vinculada a una fábrica química, de nombre Solvay.
También en aquella difícil época Karol se iniciaba en el "teatro de la
palabra viva", una forma muy sencilla de hacer teatro: la actuación consistía
esencialmente en la recitación de un texto poético. Las representaciones se
realizaban en la clandestinidad, en un círculo muy íntimo, por el riesgo de
verse sometidos a graves sanciones por parte de los nazis.
Otra importante ocupación de Karol por aquella época era la ayuda eficaz
que prestaba a las familias judías para que pudiesen escapar de la persecución
decretada por el régimen nacionalsocialista. Poniendo en riesgo su propia vida,
salvaría la vida de muchos judíos.
A principios de 1941 muere su padre. Karol contaba por entonces con 21 años
de edad. Este doloroso acontecimiento marcará un hito importante en el camino de
su propia vocación: «después de la muerte de mi padre -dirá el Santo Padre en
diálogo con André Frossard-, poco a poco fui tomando conciencia de mi verdadero
camino. Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida en que lo permitía el terror
de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras y al arte dramático. Mi
vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto, como un hecho interior de
una transparencia indiscutible y absoluta. Al año siguiente, en otoño, sabía ya
que había sido llamado. Veía claramente qué era lo que debía abandonar y el
objetivo que debía alcanzar "sin una mirada atrás". Sería sacerdote».
Habiendo escuchado e identificado con claridad el llamado del Señor, Karol
emprende el camino de su preparación para el sacerdocio, ingresando al seminario
clandestino de Cracovia, en 1942. Dadas las siempre difíciles circunstancias, el
hecho de su ingreso al seminario -que se había establecido clandestinamente en
la residencia del Arzobispo Metropolitano, futuro Cardenal Adam Stepan Sapieha-
debía quedar en la más absoluta reserva, por lo que no dejó de trabajar como
obrero en Solvay. Años de intensa formación transcurrieron en la clandestinidad
hasta el 18 de enero de 1945, cuando los alemanes abandonaron la ciudad ante la
llegada de la "armada roja".
El 1 de noviembre de 1946, fiesta de Todos los Santos, llegó el día
anhelado: por la imposición de manos de su Obispo, Karol participaba desde
entonces -y para siempre- del sacerdocio del Señor. De inmediato el padre
Wojtyla fue enviado a Roma para continuar en el Angelicum sus estudios
teológicos.
Dos años más tarde, culminados excelentemente los estudios previstos,
vuelve a su tierra natal: «Regresaba de Roma a Cracovia -dice el Santo Padre en
Don y Misterio- con el sentido de la universalidad de la misión sacerdotal, que
sería magistralmente expresado por el Concilio Vaticano II, sobre todo en la
Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium. No sólo el obispo, sino
también cada sacerdote debe vivir la solicitud por toda la Iglesia y sentirse,
de algún modo, responsible de ella».
Como Vicario fue destinado a la parroquia de Niegowic, donde además de
cumplir con las obligaciones pastorales propias de la parroquia, asumió la
enseñanza del curso de religión en cinco escuelas elementales.
Pasado un año fue trasladado a la parroquia de San Florián. Entre sus
nuevas labores pastorales le tocó hacerse cargo de la pastoral universitaria de
Cracovia. Semanalmente iba disertando -para la juventud universitaria- sobre
temas básicos que tocaban los problemas fundamentales sobre la existencia de
Dios y la espiritualidad del ser humano, temas que eran necesarios profundizar
junto con la juventud en el contexto del ateísmo militante, impuesto por el
régimen comunista de turno en el gobierno de Polonia.
Dos años después, en 1951, el nuevo Arzobispo de Cracovia, mons. Eugeniusz
Baziak, quiso orientar la labor del padre Wojtyla más hacia la investigación y
la docencia. No sin un gran sacrificio de su parte, el padre Karol hubo de
reducir notablemente su trabajo pastoral para dedicarse a la enseñanza de Ética
y Teología Moral en la Universidad Católica de Lublín. A él se le encomendó la
cátedra de Ética. Su labor docente la ejerció posteriormente también en la
Facultad de Teología de la Universidad Estatal de Cracovia.
Nombrado Obispo por el Papa Pío XII, fue consagrado el 23 de setiembre de
1958. Fue entonces destinado como Obispo auxiliar a la diócesis de Cracovia,
quedando a cargo de la misma en 1964. Dos años después, la diócesis de Cracovia
sería elevada al rango de Arquidiócesis por el Papa Pablo VI.
Su labor pastoral como Obispo estuvo marcada por su preocupación y cuidado
para con las vocaciones sacerdotales. En este sentido, su infatigable labor
apostólica y su intenso testimonio sacerdotal dieron lugar a una abundante
respuesta de muchos jóvenes que descubrieron su llamado al sacerdocio y tuvieron
el coraje de seguirlo.
Asimismo, ya desde entonces destacaba entre sus grandes preocupaciones la
integración de los laicos en las tareas pastorales.
Mons. Wojtyla tendrá una activa participación en el Concilio Vaticano II.
Además de sus intervenciones, que fueron numerosas, fue elegido para formar
parte de tres comisiones: Sacramentos y Culto Divino, Clero y Educación
Católica. Asimismo formó parte del comité de redacción que tuvo a su cargo la
elaboración de la Constitución pastoral Gaudium et spes.
Es creado Cardenal por el Papa Pablo VI en 1967, un año clave para la
Iglesia peregrina en tierras polacas. Fue entonces que la Sede Apostólica puso
en marcha su conocida Ostpolitik, dando inicio a un importante "deshielo" a
nivel de las frías relaciones entre la Iglesia y el Estado comunista. El
flamante Cardenal Wojtyla asumiría un importante papel en este diálogo, y sin
duda respondió a esta difícil y delicada tarea con mucho coraje y habilidad. Su
postura -la postura en representación de la Iglesia- era la misma que había sido
tomada también por sus ejemplares predecesores: la defensa de la dignidad y
derechos de toda persona humana, así como la defensa del derecho de los fieles a
profesar libremente su fe.
Su sagacidad y tenacidad le permitieron obtener también otras
significativas victorias: tras largos años de esfuerzos, en contra de la
persistente oposición de las autoridades, tuvo el gran gozo de inaugurar una
iglesia en Nowa Huta, una "ciudad piloto" comunista. Los muros de esta iglesia,
cual símbolo silente y a la vez elocuente de la victoria de la Iglesia sobre el
régimen comunista, habían sido levantados con más de dos millones de piedras
talladas voluntariamente por los cristianos de Cracovia.
En cuanto a la pastoral de su arquidiócesis, el continuo crecimiento de la
cuidad planteaba al Cardenal muchos retos. Ello motivó a que con habitual
frecuencia reuniese a su presbiterio para analizar las diversas situaciones, con
el objeto de responder adecuada y eficazmente a los desafíos que se iban
presentando.
En 1975 asiste al III Simposio de Obispos Europeos. Allí en el que se le
confía la ponencia introductoria: «El obispo como servidor de la fe». Ese mismo
año dirige los ejercicios espirituales para Su Santidad Pablo VI y para la Curia
vaticana. Las pláticas que dio en aquella ocasión fueron publicadas en un libro
titulado Signo de contradicción.
II. Sucesor de Pedro
Elegido pontífice el 16 de octubre de 1978, escogió los mismos nombres que
había tomado su predecesor: Juan Pablo. En una hermosa y profunda reflexión,
hecha pública en su primera encíclica (Redemptor hominis), dirá él mismo sobre
el significado de este nombre:
«ya el día 26 de agosto de 1978, cuando él (el entonces electo Cardenal
Albino Luciani) declaró al Sacro Colegio que quería llamarse Juan Pablo -un
binomio de este género no tenía precedentes en la historia del Papado- divisé en
ello un auspicio elocuente de la gracia para el nuevo pontificado. Dado que
aquel pontificado duró apenas 33 días, me toca a mí no sólo continuarlo sino
también, en cierto modo, asumirlo desde su mismo punto de partida. Esto
precisamente quedó corroborado por mi elección de aquellos dos nombres.
Con esta elección, siguiendo el ejemplo de mi venerado Predecesor, deseo al igual que él expresar mi amor por la singular herencia dejada a la Iglesia por los Pontífices Juan XXIII y Pablo VI y al mismo tiempo mi personal disponibilidad a desarrollarla con la ayuda de Dios. A través de estos dos nombres y dos pontificados conecto con toda la tradición de esta Sede Apostólica, con todos los Predecesores del siglo XX y de los siglos anteriores, enlazando sucesivamente, a lo largo de las distintas épocas hasta las más remotas, con la línea de la misión y del ministerio que confiere a la Sede de Pedro un puesto absolutamente singular en la Iglesia. Juan XXIII y Pablo VI constituyen una etapa, a la que deseo referirme directamente como a umbral, a partir del cual quiero, en cierto modo en unión con Juan Pablo I, proseguir hacia el futuro, dejándome guiar por la confianza ilimitada y por la obediencia al Espíritu que Cristo ha prometido y enviado a su Iglesia (...). Con plena confianza en el Espíritu de Verdad entro pues en la rica herencia de los recientes pontificados. Esta herencia está vigorosamente enraizada en la conciencia de la Iglesia de un modo totalmente nuevo, jamás conocido anteriormente, gracias al Concilio Vaticano II».
Con esta elección, siguiendo el ejemplo de mi venerado Predecesor, deseo al igual que él expresar mi amor por la singular herencia dejada a la Iglesia por los Pontífices Juan XXIII y Pablo VI y al mismo tiempo mi personal disponibilidad a desarrollarla con la ayuda de Dios. A través de estos dos nombres y dos pontificados conecto con toda la tradición de esta Sede Apostólica, con todos los Predecesores del siglo XX y de los siglos anteriores, enlazando sucesivamente, a lo largo de las distintas épocas hasta las más remotas, con la línea de la misión y del ministerio que confiere a la Sede de Pedro un puesto absolutamente singular en la Iglesia. Juan XXIII y Pablo VI constituyen una etapa, a la que deseo referirme directamente como a umbral, a partir del cual quiero, en cierto modo en unión con Juan Pablo I, proseguir hacia el futuro, dejándome guiar por la confianza ilimitada y por la obediencia al Espíritu que Cristo ha prometido y enviado a su Iglesia (...). Con plena confianza en el Espíritu de Verdad entro pues en la rica herencia de los recientes pontificados. Esta herencia está vigorosamente enraizada en la conciencia de la Iglesia de un modo totalmente nuevo, jamás conocido anteriormente, gracias al Concilio Vaticano II».
"No tengáis miedo"
Fueron éstas las primeras palabras que S.S. Juan Pablo II lanzó al mundo
entero desde la Plaza de San Pedro, en aquella memorable homilía celebrada con
ocasión de la inauguración oficial de su pontificado, el 22 de octubre de 1978.
Y son ciertamente estas mismas palabras las que ha hecho resonar una y otra vez
en los corazones de innumerables hombres y mujeres de nuestro tiempo,
alentándonos -sin caer en pesimismos ni ingenuidades- a no tener miedo "a la
verdad de nosotros mismos", miedo "del hombre ni de lo que él ha creado": «¡no
tengáis miedo de vosotros mismos!». Desde el inicio de su pontificado ha sido
ésta su firme exhortación a confiar en el hombre, desde la humilde aceptación de
su contingencia y también de su ser pecador, pero dirigiendo desde allí la
mirada al único horizonte de esperanza que es el Señor Jesús, vencedor del mal y
del pecado, autor de una nueva creación, de una humanidad reconciliada por su
muerte y resurrección. Su llamado es, por eso mismo, un llamado a no tener miedo
a abrir de par en par las puertas al Redentor, tanto de los propios corazones
como también de las diversas culturas y sociedades humanas.
Este llamado que ha dirigido a todos los hombres de este tiempo, es a la
vez una enorme exigencia que él mismo se ha impuesto amorosamente. En efecto,
«el Papa -dice él de sí mismo-, que comenzó Su pontificado con las palabras "!No
tengáis miedo!", procura ser plenamente file a tal exhortación, y está siempre
dispuesto a servir al hombre, a las naciones, y a la humanidad entera en el
espíritu de esta verdad evangélica».
Desde "un país lejano"
«Me han llamado de una tierra distante, distante pero siempre cercana en la
comunión de la Fe y Tradición cristianas». Fueron estas, al inicio de su
pontificado, las palabras del primer Papa no italiano desde Adriano VI
(1522).
Juan Pablo II nació en Polonia, una extraordinaria nación que por su
fidelidad a la fe, puesta en el crisol de la prueba muchas veces, llegó a ser
considerada como un "baluarte de la cristiandad", de allí el "Semper fidelis"
con que orgullosamente califican los católicos polacos a su patria. La
personalidad de S.S. Juan Pablo II está sellada por la identidad y cultura
propias de su Polonia natal: una nación con raíces profundamente católicas, cuya
unidad e identidad, más que en sus límites territoriales, se encuentra en su
historia común, en su lengua y en la fe católica.
Su origen, al mismo tiempo, lo une a los pueblos eslavos, evangelizados
have once siglos por los santos hermanos Cirilo y Metodio. Será casualmente
«recordando la inestimable contribución dada por ellos a la obra del anuncio del
Evangelio en aquellos pueblos y, al mismo tiempo, a la causa de la
reconciliación, de la convivencia amistosa, del desarrollo humano y del respeto
a la dignidad intrínseca de cada nación», que su S.S. Juan Pablo II proclamó a
los santos Cirilo y Metodio copatronos de Europa, junto a San Benito. A ellos,
dicho sea de paso, está dedicada su hermosa encíclica Slavorum apostoli, en la
que have explícita esta gratitud: «se siente particularmente obligado a ello el
primer Papa llamado a la sede de Pedro desde Polonia y, por lo tanto, de entre
las naciones eslavas».
Una nación probada en su fe
El nuevo Papa era un hombre que había podido conocer «desde dentro, los dos
sistemas totalitarios que han marcado trágicamente nuestro siglo: el nazismo de
una parte, con los horrores de la guerra y de los campos de concentración, y el
comunismo, de otra, con su régimen de opresión y de terror». A lo largo de
aquellos años de prueba, la personalidad de Karol fue forjada en el crisol del
dolor y del sufrimiento, sin perder jamás la esperanza, nutrida en la fe. Esta
experiencia vivida en su juventud nos permite comprender su gran «sensibilidad
por la dignidad de toda persona humana y por el respeto de sus derechos,
empezando por el derecho a la vida». Su encíclica Evangelium vitae es la
expresión magisterial más firme y acabada de esta profunda sensibilidad humana y
pastoral.
Gracias a aquellas dramáticas experiencias que vivió en aquellos tiempos
terribles «es fácil entender también mi preocupación por la familia y por la
juventud». Esta preocupación, por su parte, ha hallado su más amplia expresión
magisterial en la encíclica Familiaris consortio.
Improntas del pontificado de Juan Pablo II
La vida cristiana y la Trinidad: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo
La vida cristiana y la Trinidad: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo
El Papa Juan Pablo II ha querido hacer evidente desde el inicio de su
pontificado la relación existente -aunque quizá tantas veces olvidada o
relegada- de la vida de la Iglesia (y de cada uno de sus hijos) con la Trinidad,
dedicando sus primeras encíclicas a profundizar en cada una de las tres personas
de la Trinidad: una a Dios Padre, rico en misericordia (1980); otra al Hijo,
Redentor del mundo (1979); y otra al Espíritu Santo, Señor y dador de vida
(1986). Este es el misterio central de la fe cristiana: Dios es uno solo, pero a
la vez tres Personas. Recuerda así las bases de la verdadera fe, y con ello el
fundamento de la auténtica vida de la Iglesia y de cada uno de sus hijos: en
efecto, no se entiende la vida del cristiano si no es en relación con Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, Comunión de Amor.
"Totus Tuus"... un Papa sellado por el amor a la Madre
Totus Tuus, o Todo tuyo (con evidente referencia a María), fue el lema
ele-gido por Su Santidad Juan Pablo II al asumir el timón de la barca de Pedro.
De este modo se consagraba a Ella, se acogía a su tierno cuidado e intercesión,
invitándola a sellar con su amorosa presencia maternal la entera trayectoria de
su pontificado. Con ocasión de la Eucaristía celebrada el 18 de octubre de 1998,
a los veinte años de su elección y a los 40 años de haber sido nombrado obispo,
reiterará en la Plaza de San Pedro ese "Totus Tuus" ante el mundo
católico.
En otra ocasión había dicho él mismo con respecto a esta frase: «Totus
Tuus. Esta fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple
expresión de devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción tal se
afirmó en mí en el período en que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba
de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía
alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un
cristianismo cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignon de Montfort comprendí
que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, cristocéntrica,
más aún, que está profundamente radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en
los misterios de la Encarnación y la Redención. Así pues, redescubrí con
conocimiento de causa la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a
la Madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos son la
Redemptoris Mater y la Mulieris dignitatem».
Otro signo de su amor filial a Santa María es su escudo pontificio: sobre
un fondo azul, una cruz amarilla, y bajo el madero horizontal derecho, una "M",
también amarilla, representando a la Madre que estaba "al pie de la cruz", donde
-a decir de San Pablo- en Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo. En
su sorprendente sencillez, su escudo es, pues, una clara expresión de la
importancia que el Santo Padre le reconoce a Santa María como eminente
cooperadora en la obra de la reconciliación realizada por su Hijo.
Su escudo se alza ante todos como una perenne y silente profesión de un
amor tierno y filial hacia la Madre del Señor Jesús, y a la vez, es una
constante invitación a todos los hijos de la Iglesia para que reconozcamos su
papel de cooperadora en la obra de la reconciliación, así como su dinámica
función maternal para con cada uno de nosotros. En efecto, «entregándose
filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, "acoge entre sus cosas
propias" a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida
interior, es decir, en su "yo" humano y cristiano: "La acogió en su casa". Así
el cristiano, trata de entrar en el radio de acción de aquella "caridad
materna", con la que la Madre del Redentor "cuida de los hermanos de su Hijo",
"a cuya generación y educación coopera" según la medida del don, propia de cada
uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella
maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de María a los
pies de la Cruz y en el cenáculo».
La profundización de la teología y de la devoción mariana -en fiel
continuidad con la ininterrumpida tradición católica- es una impronta muy
especial de la persona y pontificado del Santo Padre.
Hombre del perdón; apóstol de la reconciliación
Quizá muchos jóvenes desconocen el atentado que el Santo Padre sufrió aquel
ya lejano 13 de mayo de 1981, a manos de un joven turco, de nombre Alí Agca.
Entonces, guardándolo milagrosamente de la muerte, se manifestó la Providencia
divina que le concedía a su elegido una invalorable ocasión para experimentar en
sí mismo el dolor y sufrimiento humano -físico, sicológico y también espiritual-
para poder mejor asociarse a la cruz del Señor Jesús y solidarizarse más aún con
tantos hermanos dolientes. Fruto de esta experiencia vivida con un profundo
horizonte sobrenatural será su hermosa Carta Apostólica Salvifici doloris.
Aquel hecho fue también una magnífica oportunidad para mostrar al mundo
entero que él, fiel discípulo del Maestro, es un hombre que no sólo llama a
vivir el perdón y la reconciliación, sino que él mismo lo vive: una vez
recuperado, en un gesto auténticamente cristiano y de enorme grandeza de
espíritu, el Santo Padre se acercó a su agresor -recluido en la cárcel- para
ofrecerle el perdón y constituirse él mismo en un testimonio vivo de que el amor
cristiano es más grande que el odio, de que la reconciliación -aunque exigente-
puede ser vivida, y de que éste es el único camino capaz de convertir los
corazones humanos y de traerles la paz tan anhelada.
Servidor de la comunión y de la reconciliación
El deseo de invitar a todos los hombres a vivir un proceso de
reconciliación con Dios, con los hermanos humanos, consigo mismos y con la
entera obra de la creación ha dado pie a numerosas exhortaciones en este
sentido. Ocupa un singular lugar su Exhortación Apostólica Post-Sinodal
Reconciliatio et paenitentiae -sobre la reconciliación y la penitencia en la
misión de la Iglesia hoy (se nutre de la reflexión conjunta que hicieron los
obispos del mundo reunidos en Roma el año 1982 para la VI Asamblea General del
Sínodo de Obispos)-, y tiene un peso singularmente importante la declaración que
hiciera en el Congreso Eucarístico de Téramo, el 30 de junio de 1985:
«Poniéndome a la escucha del grito del hombre y viendo cómo manifiesta en las
circunstancias de la vida una nostalgia de unidad con Dios, consigo mismo y con
el prójimo, he pensado, por gracia e inspiración del Señor, proponer con fuerza
ese don original de la Iglesia que es la reconciliación».
La preocupación social de S.S. Juan Pablo II
La encíclica Centessimus annus, que conmemora el centésimo año desde el
inicio formal del Magisterio Social Pontificio con la publicación de encíclica
Rerum novarum de S.S. León XIII, se ha constituido en el último gran aporte de
S.S. Juan Pablo II en lo que toca a dicho Magisterio. En ella escribía: «...
deseo ante todo satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia entera ha
contraído con el gran Papa (León XIII) y con su "inmortal Documento". Es también
mi deseo mostrar cómo la rica savia, que sube desde aquella raíz, no se ha
agotado con el paso de los años, sino que, por el contrario, se ha hecho más
fecunda».
Indudablemente enriquecido por su propia experiencia como obrero, y en su
particular cercanía con sus compañeros de labores, la gran preocupación social
del actual Pontífice ya había encontrado otras dos ocasiones para manifestarse
al mundo entero en lo que toca al magisterio: la encíclica Laborem exercens,
sobre el trabajo humano, y la encíclica Sollicitudo rei socialis, sobre los
problemas actuales del desarrollo de los hombres y de los pueblos.
La nueva evangelización: tarea principal de la Iglesia
Desde el inicio de su pontificado el Papa Juan Pablo II ha estado empeñado
en llamar y comprometer a todos los hijos de la Iglesia en la tarea de una nueva
evangelización: «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».
Pero, como recuerda el Santo Padre, «si a partir de la Evangelii nuntiandi
se repite la expresión nueva evangelización, eso es solamente en el sentido de
los nuevos retos que el mundo contemporáneo plantea a la misión de la Iglesia»
... «Hay que estudiar a fondo -dice el Santo Padre- en qué consiste esta Nueva
Evangelización, ver su alcance, su contenido doctrinal e implicaciones
pastorales; determinar los "métodos" más apropiados para los tiempos en que
vivimos; buscar una "expresión" que la acerque más a la vida y a las necesidades
de los hombres de hoy, sin que por ello pierda nada de su autenticidad y
fidelidad a la doctrina de Jesús y a la tradición de la Iglesia».
En esta tarea el Papa Juan Pablo II tiene una profunda conciencia de la
necesidad urgente del apostolado de los laicos en la Iglesia, preocupación que
se refleja claramente en su Encíclica Christifideles laici y en el impulso que
ha venido dando al desarrollo de los diversos Movimientos eclesiales. Por eso
mismo, en la tarea de la nueva evangelización «la Iglesia trata de tomar una
conciencia más viva de la presencia del Espíritu que actúa en ella (...) Uno de
los dones del Espíritu a nuestro tiempo es, ciertamente, el florecimiento de los
movimientos eclesiales, que desde el inicio de mi pontificado he señalado y sigo
señalando como motivo de esperanza para la Iglesia y para los hombres».
Pero S.S. Juan Pablo II no entiende la nueva evangelización simplemente
como una "misión hacia afuera": la misión hacia adentro (es decir, la
reconciliación vivida en el ámbito interno de la misma Iglesia) ha sido también
destacada por el Santo Padre como una urgente necesidad y tarea, pues ella es un
signo de credibilidad para el mundo entero. Desde esta perspectiva hay que
comprender también el fuerte empeño ecuménico alentado por el Santo Padre, muy
en la línea del rumbo marcado por los pontífices precedentes y por los Padres
conciliares.
"Que todos sean uno"
El Santo Padre, como Cristo el Señor hace dos mil años, sigue elevando
también hoy al Padre esta ferviente súplica: «¡Que todos sean uno (Ut unum
sint)… para que el mundo crea!». Como incansable artesano de la reconciliación,
el actual Sucesor de Pedro ha venido trabajado desde el inicio de su pontificado
por lograr la unidad y reconciliación de todos los cristianos entre sí, sin que
ello signifique de ningún modo claudicar a la Verdad: «El diálogo -dijo Su
Santidad a los Obispos austriacos, en 1998-, a diferencia de una conversa-ción
superficial, tiene como objetivo el descubrimiento y el reconocimiento co-mún de
la verdad. (…) La fe viva, transmitida por la Iglesia universal, representa el
fundamento del diálogo para todas las partes. Quien abandona esta base común
elimina de todo diálo-go en la Iglesia la posibilidad de conver-tirse en diálogo
de salvación. (…) nadie puede desempeñar since-ramente un papel en un proceso de
diá-logo si no está dispuesto a exponerse a la verdad y a crecer en ella».
Renovado impulso a la catequesis
Como dice el Santo Padre, la Encíclica Redemptoris missio quiere ser
-después de la Evangelii nuntiandi- «una nueva síntesis de la enseñanza sobre la
evangelización del mundo contemporáneo».
Por otro lado, la Exhortación Apostólica Catechesi tredendae es un intento
-ya desde el inicio de su pontificado- de dar un nuevo impulso a la labor
pastoral de la catequesis.
El Santo Padre, desde que asumió su pontificado, ha mantenido las
catequesis de los miércoles iniciadas por su predecesor Pablo VI. En ellos ha
desarrollado principalmente el contenido del "Credo".
En este mismo sentido el Catecismo de la Iglesia Católica -aprobado por el
Santo Padre en 1992- ha querido ser «el mejor don que la Iglesia puede hacer a
sus Obispos y a todo el Pueblo de Dios», teniendo en cuenta que es un «valioso
instrumento para la nueva evangelización, donde se compendia toda la doctrina
que la Iglesia ha de enseñar».
El Papa peregrino
Quizá más de uno se ha preguntado sobre el sentido de los numerosos viajes
apostólicos que ha realizado el Santo Padre (más de doscientos, contando sus
viajes al exterior como al interior de Italia):
«En nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este
grito de san Pablo («Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de
gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el
Evangelio!»). Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la decisión de
viajar hasta los últimos confines de la tierra para poner de manifiesto la
solicitud misionera; y precisamente el contacto directo con los pueblos que
desconocen a Cristo me ha convencido aún más de la urgencia de tal actividad a
la cual dedico la presente Encíclica (Redemptoris missio)».
Asimismo dirá el Papa de sus numerosas visitas a las diversas parroquias:
«la experiencia adquirida en Cracovia me ha enseñado que conviene visitar
personalmente a las comunidades y, ante todo, las parroquias. Éste no es un
deber exclusivo, desde luego, pero yo le concedo una importancia primordial.
Veinte años de experiencia me han hecho comprender que, gracias a las visitas
parroquiales del obispo, cada parroquia se inscribe con más fuerza en la más
vasta arquitectura de la Iglesia y, de este modo, se adhiere más íntimamente a
Cristo».
S.S. Juan Pablo II y los jóvenes
Desde 1985 la Iglesia ha visto surgir las Jornadas Mundiales de los
Jóvenes. Su génesis -recuerda el Santo Padre- fue el Año Jubilar de la Redención
y el Año Internacional de la Juventud, convocado por la Organización de las
Naciones Unidas en aquel mismo año:
«Los jóvenes fueron invitados a Roma. Y éste fue el comienzo. (...) El día
de la inauguración del pontificado, el 22 de octubre de 1978, después de la
conclusión de la liturgia, dije a los jóvenes en la plaza de San Pedro:
"Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y del mundo. Vosotros sois mi
esperanza"».
Maestro de ética y valores
Maestro de ética y valores
También en nuestro siglo, y con sus particulares notas de gravedad, el
Santo Padre ha notado con paternal preocupación como el hombre ha "cambiado la
verdad por la mentira". Consecuencia de este triste "cambio" es que el hombre ha
visto ofuscada su capacidad para conocer la verdad y para vivir de acuerdo a esa
verdad, en orden a encontrar su felicidad en la plena realización como persona
humana. La publicación de la Encíclica Veritatis splendor constituye la
plasmación de un testimonio ante el mundo del esplendor de la Verdad. En ella se
descubren las enseñanzas de quien fuera un notable profesor de ética, que en su
calidad de Sumo Pontífice sale al encuentro del relativismo moral a que ha
llegado la cultura de hoy: «Ningún hombre puede eludir las preguntas
fundamentales: ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La
respuesta sólo es posible gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más
íntimo del espíritu humano…
La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Jesucristo… Él es "el Camino, la Verdad y la Vida". Por esto la respuesta decisiva de cada interrogante del hombre, en particular de sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo; más aún, como recuerda el Concilio Vaticano II, la respuesta es la persona misma de Jesucristo: "Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…"». A lo largo de toda su encíclica el Santo Padre, con desarrollos magistrales, se ocupa de presentar un horizonte ético -en íntima conexión con la verdad sobre el hombre- para el pleno desarrollo de la persona humana en respuesta al designio divino.
Incansable Servidor de la fe y de la Verdad
La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Jesucristo… Él es "el Camino, la Verdad y la Vida". Por esto la respuesta decisiva de cada interrogante del hombre, en particular de sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo; más aún, como recuerda el Concilio Vaticano II, la respuesta es la persona misma de Jesucristo: "Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…"». A lo largo de toda su encíclica el Santo Padre, con desarrollos magistrales, se ocupa de presentar un horizonte ético -en íntima conexión con la verdad sobre el hombre- para el pleno desarrollo de la persona humana en respuesta al designio divino.
Incansable Servidor de la fe y de la Verdad
A los veinte años de su elevación al Solio Pontificio, el Papa Juan Pablo
II -como un incansable Maestro de la Verdad- ha dado a conocer al mundo entero
su decimotercera encíclica: Fides et ratio, fe y razón. En ella presenta en
forma positiva la búsqueda de la verdad que nace de la naturaleza profunda del
ser humano. Sale al paso de múltiples errores que actualmente obstaculizan el
acceso a la verdad, y más aún a la Verdad última sobre Dios y sobre el hombre
que como don gratuito Dios mismo ha ofrecido a la humanidad entera a través de
la revelación. La verdad, la posibilidad de conocerla, la relación entre razón y
fe, entre filosofía y teología son temas que va tocando en respuesta a la
situación de enorme confusión, de relativismo y subjetivismo en la que se
encuentra inmersa nuestra cultura de hoy.
Trabajando por la consolidación de los frutos del Concilio Vaticano
II
El Santo Padre ha sido un incansable artesano que ha trabajado, a lo largo
de los ya veinte años de su fecundo pontificado, en favor de la profundización y
consolidación de los abundantísimos frutos suscitados por el Espíritu Santo en
el Concilio Vaticano segundo. Al respecto ha dicho él mismo: «Es indispensable
este trabajo de la Iglesia orientado a la verificación y consolidación de los
frutos salvíficos del Espíritu, otorgados en el Concilio. A este respecto
conviene saber "discernirlos" atentamente de todo lo que contrariamente puede
provenir sobre todo del "príncipe de este mundo". Este discernimiento es tanto
más necesario en la realización de la obra del Concilio ya que se ha abierto
ampliamente al mundo actual, como aparece claramente en las importantes
Constituciones conciliares Gaudium et spes y Lumen gentium».
Con S.S. Juan Pablo II hacia el tercer milenio
El Papa Juan Pablo II, mediante su Carta apostólica Tertio millenio
adveniente, ha invitado a toda la cristiandad a prepararse para lo que será una
gran celebración y conmemoración: tres años han sido dedicados por deseo
explícito del Sumo Pontífice a la reflexión y profundización en torno a cada una
de las Personas divinas del Misterio de la Santísima Trinidad: 1997 ha sido
dedicado al Hijo, 1998 al Espíritu Santo y 1999 al Padre. De este modo la
Iglesia se prepara a celebrar con un gran Jubileo los dos mil años del
nacimiento de Jesucristo, el Hijo eterno del Padre que -de María Virgen y por
obra del Espíritu Santo- «nació del Pueblo elegido, en cumplimiento de la
promesa hecha a Abraham y recordada constantemente por los profetas».
De Él, y del cristianismo, nos ha recordado en su misma Carta el Papa:
«Estos (los profetas de Israel) hablaban en nombre y en lugar de Dios. (…) Los
libros de la Antigua Alianza son así testigos permanentes de una atenta
pedagogía divina. En Cristo esta pedagogía alcanza su meta: Él no se limita a
hablar "en nombre de Dios" como los profetas, sino que es Dios mismo quien habla
en su Verbo eterno hecho carne. Encontramos aquí el punto esencial por el que el
cristianismo se diferencia de las otras religiones, en las que desde el
principio se ha expresado la búsqueda de Dios por parte del hombre. El
cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre
quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al
hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo. (…) El Verbo
Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones
de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda
expectativa humana».
Este acontecimiento histórico central para la humanidad entera,
acontecimiento por el que Dios que se hace hombre para decir «la palabra
definitiva sobre el hombre y sobre la historia», es lo que la Iglesia se prepara
a celebrar con un gran Jubileo, y de este modo se prepara a trasponer el umbral
del nuevo milenio. Su Santidad, el "dulce Cristo sobre la tierra", como icono
visible del Buen Pastor va a la cabeza de la Iglesia que peregrina en este
tiempo de profundas transformaciones, constituyéndose para todos sus hijos e
hijas que con valor quieren escucharle y seguirle, en roca segura y guía firme …
"¡No tengáis miedo!"… son las palabras que también hoy brotan con insistencia de
los labios de Pedro, hombre de frágil figura, pero elegido y fortalecido por
Dios para sostener el edificio de la Iglesia toda con una fe firme y una
esperanza inconmovible.
(Lo que sigue es un artículo titulado «S.S. Juan Pablo II: "Profeta del
sufrimiento"», cuyo autor es Mons. Cipriano Calderón Polo)
«S.S. Juan Pablo II, es en esta etapa final del segundo milenio, el Pastor
universal del pueblo de Dios, guía segura para atravesar el "umbral de la
esperanza" que nos introducirá en el tercer milenio de la
evangelización...
«¿Cómo se presenta al mundo de hoy el Papa en esta encrucijada decisiva de
la historia? «Su imagen característica es ahora la de profeta del sufrimiento,
un sacerdote, un evangelizador que realiza en su amable persona la doctrina que
él mismo ha explicado en la carta apostólica Salvifici doloris (11 de febrero de
1984) y en tantos discursos sobre el significado del dolor humano.
«Juan Pablo II, en las celebraciones litúrgicas, en las audiencias, en los
viajes apostólicos, en todas sus actividades, aparece como un icono del
sufrimiento, dando a la Iglesia un testimonio formidable de la fuerza
evangelizadora del dolor físico y moral.
«En su persona de Vicario de Cristo se cruzan las debilidades físicas: esas
"debilidades del Papa" a las que él mismo se refirió el día de Navidad de 1995
desde la ventana de su despacho; las penas y dolores cada vez más crecientes de
los hombres y mujeres de nuestro tiempo, de todos los pueblos, especialmente de
aquellos más pobres de América Latina, África y Asia; los sufrimientos de toda
la Iglesia, que naturalmente se acumulan en el vértice de la misma. Y a todo
ello se une la fatiga pastoral producida por una entrega sin reservas al
ministerio petrino, al que el Papa Wojtyla sigue ofreciendo generosamente todas
sus energías, sin dejarse rendir por la edad o por los quebrantos de
salud.
«El Santo Padre camina hacia el año 2000, al frente de la humanidad,
llevando la cruz de Jesús. Así se parece más al divino Redentor.
«Él mismo lo ha hecho notar en una alocución dominical -Ángelus-
pronunciada desde su habitación del hospital Gemelli: "¿Cómo me presentaré yo
ahora -comentaba- a los potentes del mundo y a todo el pueblo de Dios? Me
presentaré con lo que tengo y puedo ofrecer: con el sufrimiento. He comprendido
-decía- que debo conducir a la Iglesia de Cristo hacia el tercer milenio, con la
oración, con múltiples iniciativas (como la que actualmente está viviendo toda
la Iglesia: un trienio de preparación propuesto en su carta Tertium millenium
adveniente); pero he visto que esto no basta: necesito llevarla también con el
sufrimiento"».
Nació al Reino de Dios, el 2 de abril de 2005, El 28 de junio del mismo año
se inició su causa para la beatificación, misma que se realizó el 1 de mayo,
Segundo Domingo de Pascua del año 2011, Día de la Divina Misericordia, en
ceremonia presidida por S.S. Benedicto XVI.
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Fuente: Catholic.net - Autor: P. Jürgen Daum
El papa Francisco firmó el, jueves 4 de
julio, el decreto para canonizar a los fallecidos pontífices Juan Pablo II y
Juan XXIII.
Si bien aún no hay fecha concreta para la
ceremonia de canonización, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, adelentó
que la ceremonia podría tener lugar "antes de finales de año".
En el caso de Juan Pablo II esta decisión se
tomó luego de certificarse un segundo milagro (necesario para la canonización) a
una mujer costarricense que se recuperó de un daño cerebral el pasado 1 de mayo
del 2011. El primer milagro atribuido a Juan Pablo II fue la sanación de la
monja francesa, Marie Simon-Pierre, que sufría del mal de Parkinson.
Por otro lado, Juan XXIII, no se ha logrado
certificar un segundo milagro pero esto ha sido dispensado por el papa
Francisco. En vez de eso, se le ha destacado su espíritu reformador en la
Iglesia Católica al abrir el Concilio Vaticano II en 1962.
“Todos conocemos las virtudes y la personalidad
del papa Roncalli, no hay necesidad de explicar los motivos de su canonización”,
dijo Lombardi ante los periodistas.
Juan Pablo II estuvo al frente de la Iglesia
Católica entre 1978 y 2005 y Juan XXIII entre 1958 y 1963.
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Canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII, Abril 27, 2014
Su fiesta litúrgica está inscrita en el Calendario Romano general el 22 de octubre con el grado de Memoria Facultativa. Es el patrón de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
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Canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII, Abril 27, 2014
Su fiesta litúrgica está inscrita en el Calendario Romano general el 22 de octubre con el grado de Memoria Facultativa. Es el patrón de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
gracias a dios por nuestro amado juan pablo segundo lo amamos con todo nuestro corazon mi conversion empeso cuando oi por primera ves su estraordinaria y permanente interes de llevar nuestros corazones a la presencia de la palabra de dios si pudieramos abrir nuestro corazon y que esas bendiciones entraran y empesar a servir al projimo y tener la certesa que jesus llevara nuestros sufrimientos a la misericordia de Dios paz y bien
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