Martirologio Romano: En Tarragona, ciudad de Hispania, hoy España, san Hermenegildo, mártir, que, siendo hijo de Leovigildo, rey arriano de los visigodos, se convirtió a la fe católica por mediación de san Leandro, obispo de Sevilla. Recluido en la cárcel por disposición del rey, al haberse negado a recibir la comunión de manos de un obispo arriano, el día de la fiesta de Pascua fue degollado por mandato de su propio padre. († 586)
Fecha de canonización: En 1585 por el Papa Sixto V.
Primogénito del rey visigodo Leovigildo, profesa la religión de sus padres —el arrianismo— hasta que, bajo la influencia de su esposa y de San Leandro, Obispo de Sevilla, se convierte al catolicismo. Ante la persecución desencadenada por su padre contra los católicos, le declara la guerra en el año 582. Vencido y hecho prisionero por Leovigildo, muere mártir de su fe en 585. — Fiesta: 13 de abril.
Primogénito del rey visigodo Leovigildo, profesa la religión de sus padres —el arrianismo— hasta que, bajo la influencia de su esposa y de San Leandro, Obispo de Sevilla, se convierte al catolicismo. Ante la persecución desencadenada por su padre contra los católicos, le declara la guerra en el año 582. Vencido y hecho prisionero por Leovigildo, muere mártir de su fe en 585. — Fiesta: 13 de abril.
El reino visigodo alcanza su apogeo con Leovigildo, que asocia al gobierno
a sus dos hijos, Hermenegildo y Recaredo, con el fin de asegurar la continuidad
de la monarquía en su propia familia. Quizá ello fue causa de muchas
conjuraciones surgidas durante su reinado, en el seno de la nobleza, las cuales
fueron reprimidas con mano firme. Recuérdese que la monarquía visigoda era
electiva teóricamente, siguiendo un principio germánico.
Leovigildo era un guerrero afortunado y un hábil político, y no cejó en su
empeño.
La aspiración fundamental del gran rey visigodo era la unidad política, y
creía que la sola base sólida de ésta estaba en la unidad religiosa.
No andaba equivocado en tal visión; pero sí lo anduvo en el enfoque de la
unidad religiosa a base del arrianismo.
Los visigodos vinieron a España arrianos. Ésta fue la gran tragedia de su
monarquía y la gran tragedia de España.
La diferencia de religión ahondó y exacerbó la que había entre dominadores
y dominados, desde el punto de vista étnico. Los primeros, germánicos; los
segundos, hispano-romanos en su inmensa mayoría.
La diferencia de religión impidió la fusión espiritual de los dos pueblos,
y aun su simple soldadura.
De haber venido los invasores católicos o paganos, el hermanamiento
perfecto se hubiese realizado pronto y fácilmente. Recuérdese la conversión
masiva de los franceses en los tempranos días de Clodoveo...
La tragedia se proyectó ampliamente sobre nuestra Historia, la cual hubiese
sido muy otra con la unidad católica del reino visigodo, realizada a tiempo, y
no con una tardanza y una premiosidad que no permitieron solidificarla y
convertirla en muro infranqueable a la invasión musulmana, fruto directo de la
fragilidad de la política y de las rencillas intestinas de los godos.
Repitámoslo: Leovigildo —que había dado unos pasos hacia la unidad política
sometiendo a los vascones y a los suevos, y estructurando una admirable obra
legislativa— se equivocó al querer unificar a la nación en el arrianismo...
Perdió miserablemente un tiempo precioso.
En la misma Casa real había una católica: Ingunda, hermana del rey de
Austrasia, Childeberto II, que en el año 579 se había casado con
Hermenegildo.
En cambio, su abuela Godsuinta, casada en segundas nupcias con Leovigildo,
intentó por todos los medios que abrazara el arrianismo, sin éxito alguno.
Para terminar con aquel malestar doméstico, Leovigildo decide que el
matrimonio Hermenegildo-Ingunda se traslade a Sevilla, donde el monarca necesita
un representante de toda confianza.
Allí los dos vivirán en paz, y quizá ella ceda algún día.
Lo que sucedió fue que Hermenegildo, en la paz familiar y rodeado de una
corte adicta, fue penetrando en la auténtica doctrina cristiana.
Su corazón de esposo amante acepta las insinuaciones de Ingunda, que le
llevan a tratar frecuentemente con el entonces Obispo de Sevilla, San Leandro. A
través de este trato llega al conocimiento de la falsedad del arrianismo, que
niega dogmas tan fundamentales como la divinidad de Jesucristo, y la naturaleza
de la Santísima Trinidad, viendo cómo la verdad está en toda su plenitud en el
catolicismo.
Es entonces cuando abjura el arrianismo para abrazar la fe católica,
tomando en su bautismo el nombre de Juan. Mientras tanto, Leovigildo había
intensificado sus esfuerzos para conseguir a toda costa la unidad religiosa en
el arrianismo. Para ello reúne un Concilio de obispos arrianos en Toledo, que
facilita —con el reconocimiento de la validez del bautismo católico— la
apostasía, exigiendo sólo la confesión de una fórmula trinitaria herética. Mas
como esto no basta para atraer a los católicos, una tenaz persecución se
desencadena contra ellos.
En este estado de cosas, la noticia de la conversión de Hermenegildo llega
a Toledo, consiguiendo exasperar a su padre que, instigado por Godsuinta,
intensifica sus iras para contrarrestar el movimiento hacia el catolicismo que
podía seguirse de aquel hecho. Mas todo fue inútil. En la provincia Bética todos
los ciudadanos, compactamente, se agrupan en torno a Hermenegildo, en quien ven
al defensor de sus ideales religiosos y políticos.
La postura de aquellos católicos se have belicosa, imponente. El príncipe
—aunque seguramente no sin tortura interior— se lanza a la guerra contra su
padre. Es la libertad de los católicos en la profesión de sus creencias la que
está en juego, muchas ciudades y castillos se han declarado en favor de
Hermenegildo, a la vez que sus embajadores buscan la ayuda de los suevos, de los
francos y bizantinos, todos ellos pueblos católicos.
Pero Leovigildo no está dispuesto a tolerar la rebelión de su hijo, e
inicia una afortunada campaña, conquistando Cáceres y Mérida; y cortando el paso
a los suevos y sobornando al general bizantino, deja a Hermenegildo sin una
preciosa ayuda, del todo necesaria para sus planes bélicos.
El príncipe se prepara para la defensa; pone a salvo a su mujer y a su hijo
en territorio bizantino, y al frente de los suyos resiste heroicamente en
Sevilla hasta que, caída la ciudad, escapa a Córdoba, donde se acoge al asilo de
un templo.
Parece que aquí es donde interviene su hermano Recaredo, que le ofrece, en
nombre de su padre, la conservación de la vida, si se entrega.
Acepta Hermenegildo quien, convertido en prisionero, va a parar a
Tarragona, en cuya cárcel es coaccionado para que abrace nuevamente el
arrianismo. No cede la firmeza del príncipe, que se mantiene file a su fe,
muriendo asesinado, en el mismo calabozo, al negarse a recibir la comunión de
manos de un obispo arriano.
Sucedía esto en el año 585, y no se hizo esperar el fruto de aquella sangre
vertida en defensa de la fe católica. Antes de un año, en el 586, fallecía
Leovigildo recomendando a su hijo Recaredo que se convirtiese al catolicismo,
cosa que hizo inmediatamente.
Y a los cuatro años del martirio de Hermenegildo, todo el pueblo visigodo
abjuraba solemnemente el arrianismo, con lo que se conseguía aquella unidad que
Leovigildo tanto deseara.
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Autor: .José Gros y Raguer | Fuente: Multimedios.org
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