Santa Liduvina de
Schiedam, Virgen
Abril 14Patrona de los enfermos crónicos
Martirologio Romano: En Schiedam, en Gueldres, Paises Bajos, santa Liduvina o Liduina, virgen, que, por la conversión de los pecadores y la liberación de las almas, soportó durante toda la vida enfermedades del cuerpo, confiada sólo en Dios. († 1433)
Etimologicamente: Liduvina = Aquella que ama a su pueblo, es de origen
germánico.
Fecha de canonización: Culto confirmado el 14 de marzo de 1890 por el Papa
León XIII.
Nace en Schiedam, en una casa pobre y honrada, cerca de La Haya. Es la hija de Pedro, el sereno. La llaman Liduvina, Liduína, Ludiwina, Lidvina, Lydvid o Lidia.
Nace en Schiedam, en una casa pobre y honrada, cerca de La Haya. Es la hija de Pedro, el sereno. La llaman Liduvina, Liduína, Ludiwina, Lidvina, Lydvid o Lidia.
Con quince años comienza su historia de dolor cuando cae en el hielo del
lago Schie donde patinaba con sus amigas, al producirse un choque con una de
ellas. Se rompió una costilla y entró en cama para no levantarse más. A partir
de este momento ya se suceden todos los males y los intentos de curación
conocidos en el pueblo. Apostema pertinaz en el lugar de la herida, salen
llagas, úlceras, por fin gangrena con gusanos y mucho dolor. Se pasan el día
cambiándola de una a otra cama, pero cada traslado es un espantoso tormento; sus
piernas ya no la sostienen un día y ya es preciso arrastrarla por el
suelo.
Enfermedad del fuego sagrado, como lo llamaban en ese tiempo, en un brazo
que se consume. También tiene neuralgias.
Por si fuera poco, el ojo derecho se extingue y le sangra el izquierdo. Se
le producen equimosis lívidas en el pecho que se convierten en pústulas
cobrizas. Empieza el mal al hígado y a los pulmones. El cáncer le have agujero
profundo en el pecho. Y para colmo de males, la peste bubónica que asolaba
Europa llegó a Holanda y se estableció en Liduvina regalándole dos bubones
terribles junto a su corazón. Ella dijo: "dos no está mal, pero tres sería
mejor, en honor de la Santísima Trinidad"... y el tercero le brotó en la cara.
Sólo la lepra no visitó su cuerpo.
Cualquiera de estos males era de muerte. Pero aquella vida era un milagro
continuo. Ahora es un montón de pellejos rotos y huesos; lejos queda la niña
crecida y guapa que fue, cuando su buen padre le buscaba pretendientes con los
que ajustar una boda que le sacara de apuros y a la que ella se negaba
rotundamente.
¿Y los olores? Los chorros de pus, a rosas; los emplastos retirados llenos
de insectos, embalsaman la casa, y de aquel cuerpo que todo se pudre, jamás
salió olor de muerto.
¿Y el alimento? Una rodaja de manzana asada para un día. El estómago se
rebela por una tostada de pan mojado en leche o en cerveza. Después hubo de
contentarse con unas gotas de agua azucarada o con un poco de vino matado con
agua.
¿Y el descanso? Desaparecido el sueño, noches en vela, de espaldas con la
piel que salía como la corteza del árbol. Sus biógrafos dicen que en treinta y
ocho años no durmió veinte horas.
¿Y el ánimo? El sufrimiento la llenó al principio de espanto. En cama,
estuvo con frecuencia a punto de desesperación. Por cuatro años pensó que estaba
condenada; Dios no se interesa por ella, no aparece, o mejor, ha desaparecido
por indiferente; casi se diría es un enemigo implacable y cruel.
Es incapaz de rezar en ese estado de sufrimiento y postración donde no hay
ni una ayuda del cielo, ni un consuelo de la tierra.
El cura del pueblo no se interesa por la enferma mientras tenga que
ocuparse de cebar sus capones y de mantener bien repleta la despensa.
Algún alma buena le puso en pista, aunque al principio, ella no entendió
nada. "La Pasión de Cristo la has meditado poco hasta ahora".
Ni siquiera eso daba resultado; sus dolores le dolían más que los del
Señor; pero lo intentaba. La Comunión que le llevaron un día fue el remedio.
Iluminada por una gracia repentina descubrió su misión en la tierra: acompañar a
Jesús en el Calvario, reparar, clavarse voluntariamente en la cruz, ayudar al
Mártir divino a llevar los pecados del mundo.
Las cosas cambiaron. Es la hora de la longanimidad. Empieza a ver lo
positivo de su vida. Ahora, ayudada por el pensamiento de la generosidad de los
mártires, agradece sus dolores al Señor. Comienza a preocuparse de los otros y
de sus necesidades. Mantiene su día en la presencia de Dios aunque se produzcan
demencias, apoplejías, neuralgias, dolores de muelas, mal de piedras y
contracciones de nervios. De su boca salen a un tiempo sonrisas, bondades,
alaridos y sollozos y ella misma decía que se olvidaba de su penoso estado
cuando veía el rostro del Ángel de su guarda, que le hacía intuir cuál no sería
la hermosura del rostro de Dios. Aparecen estigmas junto a los bubones y en los
pies y en las manos.
Entiende de la dulzura de mezclar su dolor con el dolor de Dios porque su
mundo es el de Pedro que llaman el Cruel, el de Carlos IV y Enrique de Lancaster
con pantanos de sangre y de guerra de bulas entre los antipapas, de violencia de
los magnates y ambiciones de los clérigos; era la época en que la cabeza tiarada
de Cristo es arrojada de Aviñón a Roma y de Roma a Aviñón. Siente de lejos el
pecado y repara. Detecta el mal de quienes la visitan y lo desenmascara para
poner remedio. Su habitación es un hospital de almas.
Esta glosa del libro de Job pasó al cielo el día 14 de abril de 1433.
Sus reliquias están en santa Gúdula de Bruselas.
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Fuente: Archidiócesis de Madrid
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