Beato Augusto Czartoryski, Sacerdote Salesiano
Abril 8Martirologio Romano: En Alassio, cerca de Albenga, de la Liguria, en Italia, beato Augusto Czartoryski, presbítero de la Sociedad Salesiana, cuya salud enfermiza no le impidió caminar según la llamada de Dios, mostrando eximios ejemplos de santidad († 1893).
Etimológicamente: Augusto = Aquel que es venerado y respetado, es de origen
latino.
Fecha de beatificación: 25 de abril de 2004 por el Papa Juan Pablo
II.
Príncipe polaco del siglo XIX, presbítero y religioso de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco (fecha de beatificación: 25 de abril de 2004).
Príncipe polaco del siglo XIX, presbítero y religioso de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco (fecha de beatificación: 25 de abril de 2004).
Nació en París el 2 de agosto de 1858, en el exilio. Desde hacía unos
treinta años su noble estirpe, vinculada a la historia y los intereses
dinásticos de Polonia, había emigrado a Francia. El príncipe Adán Czartoryski
había cedido la sucesión de la estirpe, así como de la actividad patriótica, al
príncipe Ladislao, unido en matrimonio con la princesa María Amparo (hija de la
reina de España María Cristina y del duque Rianzárez). Son estos los padres de
Augusto, primogénito de la familia.
Cuando tenía seis años murió su madre, enferma de tuberculosis, que
transmitirá a su hijo. Cuando el mal manifestó en él sus primeros síntomas,
comenzó para Augusto una larga peregrinación en busca de la salud, que nunca
recuperaría: Italia, Suiza, Egipto, España... Pero no era la salud el principal
objetivo de su búsqueda: coexistía en su alma juvenil otra búsqueda mucho más
preciosa, la de su vocación.
Era consciente de que no estaba hecho para la vida de la corte. A los
veinte años, en una carta a su padre le decía, entre otras cosas, aludiendo a
las fiestas mundanas, en las que se veía obligado a participar: «Le confieso que
estoy cansado de todo esto. Son diversiones inútiles, que me angustian».
San José Kalinowski —canonizado por Juan Pablo II en 1991—, que había
sufrido diez años de trabajos forzados en Siberia, y después se hizo carmelita,
fue preceptor de Augusto sólo durante tres años (1874-1877), pero dejó en él una
profunda huella. Por él sabemos que quienes orientaron al príncipe en su
búsqueda vocacional fueron sobre todo las figuras de san Luis Gonzaga y de san
Estanislao de Kostka. Le entusiasmaba el lema de este último: «Ad maiora natus
sum». «La vida de san Luis, del padre Cepari, que me mandaron de Italia —escribe
Kalinowski— influyó mucho en el progreso espiritual de Augusto y le abrió el
camino a una unión más fácil con Dios».
Pero el acontecimiento decisivo de su vida fue el encuentro con don Bosco.
Augusto tenía 25 años. Sucedió en París, precisamente en el palacio Lambert,
donde el fundador de los salesianos celebró la misa en el oratorio de la
familia. Los acólitos fueron el príncipe Ladislao y Augusto. Desde aquel día
Augusto vio en el santo educador al padre de su alma y al árbitro de su
porvenir.
En el joven la vocación a la vida religiosa se había ido afirmando cada vez
más. A pesar de ser el primer heredero, no sentía inclinación a formar una
familia. Después del encuentro con don Bosco, Augusto no sólo sintió que se
reforzaba su vocación al estado religioso, sino que tuvo la clara convicción de
que estaba llamado a ser salesiano. Desde entonces, en cuanto su padre se lo
permitía, iba a Turín para encontrarse con don Bosco y recibir sus consejos.
Hizo también varias veces ejercicios espirituales bajo la dirección del
santo.
Don Bosco tuvo siempre una actitud de gran cautela sobre la aceptación del
príncipe en su congregación. Fue el Papa León XIII, en persona, quien disipó
toda duda. Reconociendo la voluntad de Augusto, el Papa concluyó: «Decid a don
Bosco que es voluntad del Papa que os reciba entre los salesianos». «Muy bien,
amigo mío», respondió inmediatamente don Bosco, «yo lo acepto. Desde este
instante, usted forma parte de nuestra Sociedad y deseo que pertenezca a ella
hasta la muerte».
A finales de junio de 1887, tras renunciar a todos sus derechos en favor de
sus hermanos, fue enviado a San Benigno Canavese para un breve aspirantado,
antes del noviciado, que comenzó en ese mismo año. Tuvo que luchar contra los
intentos de su familia, que no se resignaba a esa elección. Su padre iba a
visitarlo y trataba de disuadirlo. Emitió los votos el 24 de noviembre de 1887
en la basílica de María Auxiliadora ante don Bosco. «Ánimo, mi príncipe —le
susurró el santo—. Hoy hemos alcanzado una magnífica victoria. Pero puedo
también decirle, con gran alegría, que llegará un día en el que usted será
sacerdote y por voluntad de Dios hará mucho bien a su patria». Don Bosco murió
dos meses después.
A causa de su enfermedad lo enviaron a estudiar la teología a la costa de
Liguria. El decurso de su enfermedad hizo que su familia renovara con mayor
insistencia sus intentos de alejarlo de la vocación. Al cardenal Parocchi, a
quien pidieron que influyera para apartarlo de la vida salesiana, él le escribe:
«En plena libertad he querido emitir los votos, y lo hice con gran alegría de mi
corazón. Desde aquel día, viviendo en la Congregación, disfruto de una gran paz
de espíritu, y doy gracias al Señor que me ha permitido conocer la Sociedad
Salesiana y me ha llamado a vivir en ella».
Fue ordenado sacerdote el 2 de abril de 1892 en San Remo por mons. Tommaso
Reggio, obispo de Ventimiglia. Su padre, el príncipe Ladislao, y su tía Isa no
asistieron a la ordenación, aunque poco después toda la familia aceptó
plenamente su vocación.
La vida sacerdotal de don Augusto duró sólo un año, que pasó en Alassio, en
una habitación que daba al patio de los muchachos. El cardenal Cagliero resume
así este último período de su vida: «Ya no era de este mundo. Su unión con Dios,
la conformidad perfecta con la divina voluntad en la enfermedad agravada, el
deseo de configurarse con Jesucristo en los sufrimientos y en las aflicciones lo
hacían heroico en la paciencia, sereno en el espíritu, e invencible, más que en
el dolor, en el amor de Dios».
Murió en Alassio la tarde del sábado 8 de abril de 1893, en la octava de
Pascua, sentado en el sillón que había usado don Bosco. «¡Qué hermosa Pascua!»,
había dicho el lunes al hermano que lo asistía, sin imaginar que el último día
de la octava lo habría celebrado en el paraíso.
Tenía treinta y cinco años de edad y cinco de vida salesiana. En su
recordatorio de primera misa había escrito: «Para mí un día en tus atrios vale
más que mil fuera. Bienaventurado quien vive en tu casa: siempre canta tus
alabanzas» (Salmo 83).
Sus restos fueron trasladados a Polonia y sepultados en la cripta parroquial de Sieniawa, junto a la tumba de familia. Sucesivamente fueron trasladados a la iglesia salesiana de Przemysl.
Sus restos fueron trasladados a Polonia y sepultados en la cripta parroquial de Sieniawa, junto a la tumba de familia. Sucesivamente fueron trasladados a la iglesia salesiana de Przemysl.
(Texto: L’Osservatore romano, edición en lengua española, 23 de abril de
2004).
=
Fuente: L´Osservatore romano
No hay comentarios.:
Publicar un comentario